150 años haciendo pan para Miranda
5 generaciones son las que contemplan los hornos, ahora más modernos, de la Panadería Lahoya
María Ángeles Crespo
Martes, 2 de enero 2024, 00:01
Arranca ya el 2024 y si para todos es un momento de esperanzas, buenos deseos e ilusiones, para la familia Lahoya va a serlo además ... de celebraciones. Y motivos para que sea así tienen puesto que se cumple siglo y medio desde que en 1874 Teodoro Lahoya Arroyuelo pusiera en marcha, con la inestimable colaboración de su mujer, Juliana López López, en la calle Los Hornos, la panadería Lahoya. Un negocio que generación tras generación ha llegado a la quinta gracias a que Pablo decidiera en el 2007 que «iba a meterme en el oficio. Lo había mamado desde siempre y aunque hasta entonces no había estado aquí me comprometí. Mi padre estaba ya pensando en echar la persiana y pensé que era el momento de hacerme cargo».
Corrobora Paco, que acabó jubilándose en el 2014 que «yo tenía toda la intención de vender todo esto pero cuando me dijo Pablo que quería intentar tirar para adelante ni me lo pensé». Su mujer, María Ángeles y él se encargaron de enseñarle todos los trucos para que la Panadería Lahoya siguiera en pie.
Desde que Teodoro echara leña por primera vez en su horno muchas han sido las cosas que han cambiado en esta panadería en la que a él le sucediera su hijo Sebastián. La continuadora fue su hija Felisa pero su prematura muerte hizo que fuera su hermano Paco el encargado de seguir con el oficio familiar en el horno, que así es como de modo entrañable toda la familia llamaba a la panadería. Al coincidir en nombre, el sucesor fue, al menos en principio, conocido como Paquito, y el último relevo hasta la fecha es el que ha tomado Pablo que trabaja acompañado por un empleado, Héctor González. Los dos están día tras día al pie del cañón a las cuatro de la mañana.
Los nombres propios de los responsables de llevar las riendas del negocio son preferentemente masculinos. Ellos son los que manipulan la masa que se convierte posteriormente en el manjar que está presente en muchas mesas mirandesas, pero en la panadería Lahoya han sido también importantísimas muchas mujeres que se encargaban de estar detrás de los mostradores y apoyar a los artesanos. De la que ninguno se olvida es de la 'fundadora', de Juliana que sacó adelante a sus hijos y a varios nietos y vivió durante 103 años.
Algunos más son los que tiene la panadería que «cuando yo empecé en el año 67, era una de las once que había en Miranda», recuerda Paco no sin cierta nostalgia al comentar que «ahora sólo quedamos tres». En sus inicios estuvo en la parta vieja en esa calle con el nombre más adecuado posible para instalar un negocio así, la calle Los Hornos, pero «fueron muchas las ocasiones en las que las riadas nos jugaron una mala pasada». A eso se unió la peatonalización de la calle «que complicaba mucho las cosas para los camiones de harina» y, una cosa llevó a la otra para que en 1990 los Lahoya dejaran su querido horno y se trasladaran al polígono de Bayas.
Estilo de vida
Allí es donde ahora Pablo, junto con Héctor, se encargan de elaborar el pan –manipulan alredecor de 300 kilos de harina al día para elaborar una 500 barras y otros productos– que ya no se vende en despachos propios. «Ahora nuestro pan está en el pequeño comercio local y, además repartimos a domicilio y hacemos pan para la hostelería», explica Pablo que define su oficio «no tanto como un trabajo sacrificado, que lo es, sino como un estilo de vida que tiene que gustarte porque si no, es complicado seguir».
Es fácil entender lo que argumenta si se tiene en cuenta que se trabaja todos los días del año. Antes descansaban tres, Viernes Santo, Navidad y Nochevieja, pero ahora Pablo ya ni eso porque «llevo el pan al hospital y aunque sea una cantidad pequeña hay que hacerla».
Habrá que ver si este año en el que se cumple un aniversario tan especial busca la manera de tener algún descanso porque «desde el año 2009 no he tenido ningún día de vacaciones». Queda claro que como él apunta lo de ser el responsable de la panadería Lahoya es un estilo de vida y tiene que gustar. Y al que lo hace es a Héctor que «antes trabajaba en otra panadería que cerró y cuando Pablo me abrió las puertas ni lo dudé. Hay que madrugar pero bueno, luego tienes el día libre. Todo tiene cosas buenas y malas. Yo me quedo con este oficio, me gusta».
Panadería Lahoya es una de las pocas que resiste en la ciudad y lo hace pese a que han sido muchas las dificultades que ha habido que sortear por todos los cambios que se han producido en el mundo del pan. «La aparición del pan congelado fue una debacle, la industrialización consiguió que con la maquinaria y las masas congeladas bajaran mucho los precios y la panadería media no pudo competir con todo eso». Fue difícil y lo que hubo que hacer fue trabajar «de modo aún más duro» y con un «compromiso diario y luchando para contrarrestar todo eso con más calidad y un servicio que no pueden dar las grandes superficies».
Ahondando en esta diferencia dice Pablo que lo que le gustaría es que de alguna manera se premiara el trabajo que «hacemos los panaderos artesanos. A mi me gustaría que nos dieran algún sello de calidad, como se hace con otros productos para diferenciar nuestros panes de los que se elaboran con masas congeladas.
También les toca enfrentarse a otra realidad, el descenso paulatino del consumo de este producto. Los datos hablan por sí solos. Si en el 2000 el consumo por persona y año era de 50 kilos, «ahora estamos en unos 27, la diferencia es abismal, así que nos toca pelear».
Pese a que la incertidumbre es también compañera de trabajo en la panadería, Pablo ha asumido el reto de luchar por mantener el negocio familiar que se puso en marcha en 1874. Cumple ahora ciento cincuenta años y él quiere seguir sumando para que Panadería Lahoya siga presente en el día a día de la ciudad y su producto en las mesas de muchos mirandeses.
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