Así es un día cualquiera en el campo base
De una expedición trasciende siempre la acción de sus protagonistas. Alpinistas subiendo y bajando de la montaña, haciendo planes, escrutando los partes meteorológicos… Las imágenes que llegan al público siempre los muestran activos, preparando el material, cargando con mochilas…
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Hoy voy a acabar con este mito. En un campo base el tiempo pasa muuuy lentamente. Y se pierde a raudales. Evidentemente, cuando llega la acción, todo es frenesí, actividad y nervios, pero mientras tanto, la vida en el campo base se desparrama con una parsimonia digna de una tarde invernal de domingo de sofá, manta y mando a distancia.
También es verdad que esta expedición invernal está siendo un poco extraña, según cuentan los que han vivido otras anteriores con Alex. Casi todos los días está luciendo el sol y eso permite un relajo desconocido otros años.
Y es que los días aquí arriba se dividen claramente en dos. En tramo en el que hace sol y el tramo en el que no. Aquí amanece pasadas las seis de la mañana y la claridad no tarda en despertarte. En un primer momento el frío todavía te hace encogerte en el saco de dormir (esta noche ha sido la más fría desde que llegamos: -14º dentro de la tienda), pero cuando empieza a calentar es uno de los momentos más agradables del día y dejas pasar los minutos mientras el cuerpo entra en calor sin la cobertura del saco.
El desayuno se sirve a las nueve de la mañana. Para esa hora, casi todo el CB lleva una hora o más en marcha. Unos para hacer una grabación o hacer unas fotos, otros para dar un paseo y otros simplemente para tomarse un par de cafés en el domo-comedor antes de servirse la comida. Alex es precisamente de los más remolones si no hay nada que hacer. Su lugar preferido es la cocina y suele desayunar allí.
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El desayuno es cosa de Renghi, el cocinero nepalí. Eneko se reserva para las comidas. Tortilla (de queso o de cebolla), verduras al vapor y chapati (torta de trigo que hace las veces de pan en Nepal). Energía que la altitud consume aunque no te muevas.
La mañana es el momento más agradecido del día. Si hace sol, claro. Lo habitual es aprovecharla en quehaceres 'hogareños' -ventilar la tienda y el saco, hacer la colada, ordenar las zonas comunes, higiene personal...- o en tareas profesionales pendientes: reaparaciones, grabaciones, entrevistas, diarios… Aunque la llegada de internet -y las redes sociales- a los campos base ha supuesto un cambio significativo en los hábitos y las horas ante los smartphones se han convertido en la tónica habitual.
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La comida es a la una del mediodía. Y aquí es Eneko el que toma el mando. «¡¿Esta puesta la mesa?!». Cuando el grito llega desde la tienda-cocina más vale darse prisa y tenerlo todo preparado porque si no la bronca está asegurada. El plato con el que nos sorprende cada día es el momento más agradecido de la jornada. Por un rato te devuelve a los olores y sabores de casa.
La sobremesa queda invariablemente interrumpida a las tres de la tarde por el momento en el que el sol se oculta tras el Pináculo. La temperatura cae en picado (y ese 'picado' es literal, hasta 20º en poco más de media hora) y todos corremos a nuestras tiendas a ponernos el 'traje de noche', aunque todavía quedan cerca de tres horas de luz hasta que oscurece, pasadas las seis de la tarde. Son los momentos más personales del día, en los que la mayoría alargan la tarde con una siesta, algo de lectura, música, una película… o internet.
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Según se hace la noche todos se van dejando caer en el domo-comedor a la espera de que den la siete y el ayudante de cocina venga con las toallitas calientes para limpiarnos las manos. A continuación llega la inevitable y esperada sopa en cuenco. Su contenido es lo de menos lo importante es el calor que aportar al cuerpo cuando la temperatura del comedor se desliza ya bajo cero.
Y es que desde que ha oscurecido, un par de calefactores de gas pugnan por ganar al frío una batalla perdida de antemano. Los privilegiados que se sientan junto a ellos encuentran cierto confort y la tertulia que se suele montar después anima a la gente a aguantar el frío, muchas veces más por no estar ya en el saco a las ocho de la noche que por su interés. Aunque otras pasarán a los anales de la historia de los campos base bajo el conocido epígrafe 'Lo que pasa (o se cuenta) en los campos base se queda en los campos base'.
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Aunque por interesante que sea el tema, el frío gana cada día la batalla, y para las diez de la noche todos estamos ya en nuestros sacos intentando entrar en calor cuanto antes.
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