El 'otro' mal de altura en el Manaslu: las flatulencias
Diario de la ascensión al Manaslu: día 20
Estimado lector de EL CORREO, lo que a continuación va a leer sobre la expedición invernal al Manaslu no lo ha leído nunca. Ni probablemente lo volverá a leer. En realidad, que se refiera a esta expedición es puramente circunstancial. Podría referirse a cualquiera de las decenas y decenas de expediciones que se organizan cada año en altitud a las montañas más altas del planeta. En realidad, el único requisito es ese, que el campo base esté, más o menos, por encima de cuatro mil metros.
No es un tema tabú -la naturaleza es inexorable y empeñarse en llevarle la contraria puede suponer incluso graves problemas médicos- pero tampoco es uno de esos asuntos sobre los que los alpinistas se prodiguen en sus charlas o proyecciones. Tan personal es que ni tan siquiera el público suele preguntar sobre ello, para centrarse en la más típica curiosidad sobre cómo hacen sus necesidades los alpinistas en los campos de altura. O incluso en el campo base.
Pero también es verdad una cosa, tan raro es el tema más allá de los campos base como común y coloquial dentro de ellos. Entra dentro de ese amplio espectro de asuntos encuadrados en la popular frase «lo que pasa en el campo base, se queda en el campo base». Nacen, viven, pocas veces se desarrollan, y mueren en el CB.
Empecemos por los principios físicos que sustentan la teoría que da pie a este fenómeno que asola los campos base. Se refiere a la propagación de los fluidos de acuerdo a la densidad del aire. Dicho de otra forma, cuanto menor densidad de aire hay, lo que sucede según vas ganando altitud, los gases, incluidos los corporales, se expanden. Y como es lógico, tienden a abandonar el cuerpo por los conductos habituales.
Como suele pasar en estos casos, todo es cuestión de romper el hielo. El primero que lo hace se lleva la vergüenza propia o la censura de los demás. O ambas cosas. Pero una vez puestas las 'cartas' sobre la mesa, todo comienza a 'fluir' con absoluta normalidad. Y se convierte en un tema más de conversación, convirtiendo la chanza en inevitable,
Obviando dar nombres -la privacidad en este caso es más que sagrada-, los expedicionarios del Manaslu han pasado a ser conocidos incluso por sus 'singularidad' aerofágica, ya sea olfativa o acústica. O por ambas. Alguno presume de que sus 'cualidades' olfativas son nulas -evidentemente discutidas por el resto- destacando en cambio su 'textura' sonora. Los hay se destacan por su potencia en ambos campos, y alguna incluso se ha ganado un apelativo -grillo- de acuerdo al sonido onomatopéyico del insecto que fácilmente deducirá el lector.
Tampoco ayudan, aunque nadie se queja, los platos que prepara aquí arriba Eneko Garamendi, el cocinero de la expedición. Alubias con sus sacramentos, cocido de lentejas… Exquisiteces que saben a gloria a casi 5.000 metros de altura -alguno las ha llegado a desayunar- pero potencian la generación de gases estomacales que inevitablemente acaban invadiendo el tenue aire del campo base.
Y por si algún despistado no se hubiese dado cuenta, sobre lo que aquí se ha escrito es, como definió Camilo José Cela, ese «arte que se está olvidando»: el pedo, también conocido como flatulencia, gas, tusco, ventosidad, viento, bufa o cuesco.