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El montañero Angel Landa, en la presentación de un libro. Borja Agudo

Angel Landa hace 50 años

Odiaba lo que consideraba mentiras y falsas verdades. Y en el fondo buscaba un sentido poético al montañismo

Txomin uriarte

Domingo, 7 de junio 2020, 23:34

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Angel Landa nunca ha sido una persona de medias tintas. Odiaba la mediocridad y era de todo o nada. Como anécdota, un atardecer que fuimos desde Chamonix a Cervinia-Breuil para ascender al Cervino por la arista de Lion, perdimos por poco tiempo el último teleférico que nos habría permitido realizar la ascensión al día siguiente. No teníamos oportunidad de quedarnos más tiempo. Hacía una noche preciosa pero Angel decidió que la excursión se había terminado. A la madrugada siguiente, yo tomé el primer teleférico y subí al Breithorn, uno de los cuatromiles nevados más fáciles de los Alpes. Angel se quedó todo el día en el coche.

Escalaba siempre de primero; si no, no valía la pena. Cuando, muy joven, decidió que quería aprender a escalar, fue las primeras veces acompañando a algunos “expertos”, gente que sabían de escalada. Desde el primer día se daba el caso de que cuando el “maestro” se encontraba con dificultades para resolver algún paso difícil, era Angel el que lo solucionaba. Así fue, por ejemplo, la historia de la primera ascensión al monolito del As de Bastos, en el valle de Losa.

Y al final de su carrera, cuando un día, unos pocos años después de la expedición Tximist al Everest, se dio cuenta de que ya no podía rendir al mismo nivel extremo que antes, simplemente dejó de ir a la montaña. Seguía así también el ejemplo del paso fugaz por la élite del alpinismo de máxima dificultad de Walter Bonatti, al que admiraba sobre todas las cosas y algunas de cuyas vías en los Alpes repitió en sus mejores momentos.

Era un placer verle escalar una vía difícil. Parecía que ejecutaba pasos de baile en el mundo vertical. Se movía con una total facilidad: hacía justo el movimiento que había que hacer como si no le costase nada, demostrando una absoluta economía de esfuerzos.

Opinaba –es verdad que opinaba de todo con vehemencia- que el sumun de la escalada era la apertura de vías. Lo consideraba un arte y pensaba que había pocas personas capacitadas para hacerlo bien. Porque distinguía muy tajantemente entre montañeros y alpinistas. Decía que el proceso en la carrera del montañismo, tiene tres etapas, a semejanza del ciclo educativo. Primero están los montañeros, que suben a montes locales y es como la primera enseñanza. Luego está el bachillerato, que son los montañeros que hacen cumbres normales, por vías repetidas, en Pirineos e incluso en Alpes o en cualquier cordillera. En el último ciclo están los verdaderos alpinistas, los que buscan retos difíciles, son creativos y abren vías. Pero, desde luego, a condición de que no mientan. Odiaba lo que consideraba mentiras y falsas verdades. Y en el fondo buscaba un sentido poético al montañismo. Lo definía: La montaña es poesía, porque si no, ¿qué coño es?

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