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MARÍA CASADO
Miércoles, 20 de mayo 2015, 12:58
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La violencia de género es una violencia íntima; silenciosa, en ocasiones; torturadora física y mentalmente, siempre. El maltratador solo pretende hacer daño y, si en ese hogar además de la mujer y, quizás de los niños, hay un animal de compañía, éste a menudo también es objeto de violencia. Pero su situación no está tipificada, no se controla estadísticamente y suele pasar desapercibida por todos los entes, desde los sociales, hasta los policiales y los órganos de justicia.
Precisamente con la intención de mentalizar sobre este asunto, de alertar de esta realidad social, la Asociación de Propietarios de Perros de La Rioja (Applarioja) organizó la jornada Animales de compañía: víctimas y medio en la violencia de género. Y es que a veces los problemas comienzan por el mismo protocolo de actuación. «Por ejemplo, en los centros de acogida de mujeres maltratadas no están permitidos los animales, por ello si la mujer abandona el hogar del maltratador no se puede llevar al animal consigo, un animal que puede estar siendo objeto de maltratos también», explica Eduardo Justa, presidente de Applarioja.
Como se relató en dicha jornada, el animal se utiliza con cierta frecuencia como arma arrojadiza contra la mujer. Amenazas a través de los animales, escenas tan surrealistas como una paliza a un gato por mirar a la mujer al salir de la ducha, celos hacia el animal...
«Por la experiencia que vamos viendo, sí que creo que el maltrato animal es indicativo de violencia de género», indica Teresa Coarasa, fiscal delegada para la Violencia de Género de La Rioja. Y por ello en la jornada subrayó: «Tanto los policías, como los profesionales de la justicia tenemos que estar muy al loro del maltrato de animales como indicativo del maltrato a la mujer o a los niños».
Una forma de amedrentar
El modus operandi del maltrato animal se repite, como relata Encarnación Pardo, psicóloga forense del Instituto de Medicina Legal de La Rioja. «Lo habitual, en estos casos, es materializar la agresión en los animales de manera que la víctima la pueda visionar, mostrarle lo que el matratador es capaz de hacer; es una forma de subrogar a las víctimas». Lo mayoritario, apunta Pardo, son las palizas más allá de las muertes, de manera que se deja al animal convaleciente, pero se puede seguir ejerciendo violencia sobre él.
«Resumir 18 años de maltrato no es fácil, es una herida cicatrizada, pero la marca sigue ahí. Nunca me puso la mano encima y a veces pienso que hubiera sido mejor, al menos habría tenido una prueba para poder defenderme. El maltrato psicológico son golpes muy fuertes que se lleva el alma y que tal y como están hechas las leyes difícilmente se pueden denunciar y la gente calla. Cualquier cosa que no fuera de su gusto era una furia de platos rotos, puñetazos en la pared o herramientas volando. Recuerdo una noche yo acurrucada en una esquina de la habitación y él en pie chillándome a un metro solo separada por mi perra, mi rottweiler Luar, mi ángel de la guarda, temblorosa como yo, sentada entre ambos protegiéndome».
¿En qué fase del patrón típico de violencia de género aparece entonces el maltrato al animal? «La violencia que se genera dentro del contexto familiar es lineal, con lo cual primero se ejerce con cosas inmateriales o con el lanzamiento de objetos; después, si se cuenta con mascotas en el hogar, se practica con los animales y después con la mujer (que sería de género) o también con los hijos (violencia doméstica)», precisa la psicóloga forense. Todo ello más que alertar a la persona que observa el maltrato del animal, según explica Pardo, va generando un miedo que paraliza a la víctima.
Nuria Querol, representante del Consejo de Colegios Médicos en la Comisión contra la Violencia de Género, añade que «maltratar a los animales y a los menores es una manera de hacer más daño a la mujer; esto ya sería una agravante».
En cuanto a los animales que más padecen el maltrato, si solo hay uno, el agresor se centraría en él, pero si hay varios (gatos y perros, por ejemplo), «suele focalizarse en el perro porque tiene más vínculo emocional con las víctimas», añade Pardo.
Respecto a las cifras, no hay datos concluyentes en La Rioja. «Los estudios afirman dos tendencias: hay un aumento en el maltrato animal dentro del contexto de la violencia de género y a su vez se conoce poco a poco más», subraya la psicóloga forense.
Una de las dificultades para visualizar estos maltratos a los animales es el actual sistema. «En lo que llevamos de año se han recibido cuarenta casos de violencia de género, ¿cuántos con maltrato al animal? Ni idea. Por defecto, a la víctima no se le pregunta si tiene un animal y eso debería de incluirse en el cuestionario, demanda Rosa López, trabajadora social del Servicio de Urgencias Sociales del Ayuntamiento logroñés.
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