El final más feliz para un Gorka eterno

Un buen guionista se define por saber cómo poner punto final a una historia. Estremecer, conmover sin resultar empalagoso es un arte que sólo está a la altura de unos poquísimos elegidos. Y el que se vivió ayer por la tarde en la Virgen Blanca de Vitoria fue, probablemente, uno de los desenlaces más bellos que se pueden escribir. Con una emoción contenida y un punto de épica, Gorka Ortiz de Urbina, convertido ya en Celedón eterno, cumplió con su palabra y se despidió tras 21 'Bajadas' en 23 años ante más de 55.000 personas que descorcharon alegría a raudales en una plaza extasiada y desbordada como siempre y como nunca a la vez. Fue el final más feliz.

Puntual, a las 18.00 horas, con el Chupinazo explotó una descomunal farra, con miles de almas con la mirada fija en ese cielo plomizo, amenazante, por el que descendió Celedón como una figura mística que se hizo carne al llegar a la tierra. Tras ese banderón de Vitoria que se utiliza como telón para ocultar el milagro profano, Gorka Ortiz de Urbina tomó aire antes de hacer su aparición por última vez, desplegar su paraguas y echarse a esa plaza que le llevó en volandas hasta una Balconada que holló completamente exhausto.

Ya en lo más alto de esa Balconada a rebosar de prohombres, promujeres y socialités locales de todo pelaje, las autoridades recibieron con besos y abrazos, un poco como se le trata como a un héroe que acaba de llegar de protagonizar una gran gesta. Y él apenas pudo disimular los nervios al anudarles, uno a uno, el pañuelo al cuello, con las manos temblorosas y un nudo en la garganta que ha sabido desatar antes de dirigirse a esa multitud entregadísima, embriagada como en trance.

Y mientras Gorka escribía arriba su final, allá abajo, en la plaza, entre vahos etílicos y una recia lluvia de kalimotxo, cerveza y cava, otros vivían su primera vez en La Blanca. Kris, Erika, Irati y Nora, de 15 años, recordarán durante años una tarde en la que acudieron por primera vez a la Bajada sin la supervisión de sus padres. Ese día en el que se sintieron un poco adultas. «Lo único que nos han dicho es que no bebamos pero...», se confesaban las chicas con las mejillas llenas de brillantitos, mientras escondían una garrafa de kalimotxo de la que daban sorbitos a hurtadillas.

Junto con las amigas, decenas de grupos, de cuadrillas púberes, con el pavo subidísimo y las hormonas a punto de nieve hicieron suya la plaza y confirmaron que este ya es un acto del que se han apropiado los más (pero que más) jóvenes. «Nos sentimos un poco ya hasta fuera de lugar», reconocían Santi y Mikel, treintañeros, entre bocanadas de humo de cigarro puro. «La verdad es que esto tiene ya muy poco que ver con la tradición de nuestros padres, se ha convertido en una especie de festival», razonaban en tono pureta.

Y lo cierto es que algo de razón llevan los amigos. La música que se pincha para caldear el ambiente antes de que la Banda Municipal interprete en bucle el pasacalles Celedón ha acabado transformando el evento en una verbena discotequera. Y muchos esperaban este año ese momento 'Quédate', como cuando el pasado año una multitud en éxtasis consagró el temazo de Quevedo y Bizarrap como la canción del verano. No pasó. En su lugar, la muchachada vibró con el 'Sweet Caroline' -quién se lo iba a decir al bueno de Neil Diamond-, que el Deportivo Alavés, Glorioso chupinero, utiliza como himno oficioso de esta remontada.

La multitud perfumadita de vino barato y sudor se fue retirando mientras los operarios de la limpieza irrumpían para tratar de adecentar tremendo desaguisado. Ahora, disfruten sin miedo. Bébanse a morro estos días con la justa moderación y traten de hacer todo lo posible para que esta Blanca escriba con el final más feliz.

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