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Terraza en el Retiro ('La Ilustración Española y Americana', 8 de mayo de 1883) y silla estilo Vitoria.
Cuando Vitoria nutría de sillas los restaurantes y tabernas de España

Cuando Vitoria nutría de sillas los restaurantes y tabernas de España

Historias de tripasais ·

Entre 1772 y 1850 casi todas las casas de comidas, cafés y tabernas de España tuvieron asientos fabricados en la capital alavesa

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Sábado, 14 de mayo 2022, 00:30

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Dice la ciencia que la apreciación de una comida no tiene que ver únicamente con el sabor. Ni siquiera con la textura, temperatura o aspecto de lo que nos llevamos a la boca. La experiencia gastronómica está vinculada a circunstancias que abarcan mucho más que la manduca literal y que de manera a veces inadvertida ejercen una poderosa influencia sobre nuestro juicio culinario. Aunque no nos demos cuenta nuestro veredicto final siempre incluirá factores emocionales (estado de ánimo inicial, compañía, conversación, recuerdos...) y físicos, ya sean invisibles (por ejemplo el olor, el ruido y el tipo o volumen de música que suena) o estrictamente tangibles, como el color de la vajilla, el peso de los cubiertos y el tacto de la servilleta. No hace falta ser sociólogo ni experto en mercadotecnia hostelera para saber que el disfrute del comensal también depende de la humedad y temperatura que reinen en la sala, de la decoración e incluso del espacio que tiene para mover brazos y pies.

No he encontrado ningún estudio acerca de la importancia del asiento en la restauración, pero ustedes y yo sabemos que no es lo mismo pasar comida y sobremesa sentado en una cómoda silla tapizada que en un duro banco corrido. No hablemos ya de comer de pie, que es cosa de salvajes, ni de descubrir que nuestra reserva transcurrirá en torno a una mesa alta con sillas de barra. Para comer a gusto hace falta estar confortablemente sentado, por eso hablamos hoy aquí de sillas. Por eso y porque a pesar de que casi nadie lo recuerde, Vitoria fue cuna del asiento más popular del Romanticismo, de un humilde objeto en el que 200 años reposaron sus posaderas los más ilustres comensales.

Las sillas de Vitoria fueron uno de los productos comerciales con más éxito de la historia alavesa: durante casi 80 años –los que median entre 1772 y 1850– se consideraron el no va más de la comodidad doméstica y hostelera. Incluso cuando llegaron nuevas modas y su prestigio menguó continuaron siendo parte fundamental del ajuar de tabernas, cafés, horchaterías o terrazas al aire libre, establecimientos modestos pero rabiosamente populares que reivindicaron su campechanía precisamente a través de su fidelidad a la silla vitoriana.

Juncos del Zadorra y madera de nogal o haya traída de Arlucea, Urarte, Berrozi, Apellániz o las dos Vírgalas. Ésos fueron los elementos sobre los que los artesanos vitorianos construyeron un emporio mobiliario promovido nada más y nada menos que por la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. Como si de un semillero de start-ups se tratara, la RSBAP impulsó desde sus inicios tanto el establecimiento de nuevas industrias como el perfeccionamiento de las ya existentes en Euskadi.

Entre los primeros proyectos de fomento empresarial que llevó a cabo esta sociedad ilustrada figuraron cuchillerías, curtidurías de pieles, fábricas de mantas y conserveras de pescado; manufacturas que utilizaran materias primas autóctonas y que sin requerir excesivos conocimientos por parte de sus empleados pudieran contribuir decisivamente al desarrollo económico de los pueblos.

Surgen las imitaciones

En las Juntas Generales que la RSBAP celebró en Bilbao en septiembre de 1772 la comisión de industria y comercio informó sobre una prometedora industria gasteiztarra: «Con noticias trahidas de Holanda y con el auxilio de un Maestro diestro Bascongado y algunos oficiales conducidos de fuera del Reyno se ha logrado hacer sillas de junco, que ya son muy buscadas en Madrid y otras partes». En la reunión celebrada al año siguiente se pudo presumir de que aquella incipiente industria tenía ya 14 trabajadores y de que sus sillas aventajaban «en perfección y comodidad de precio» a las que hasta entonces se habían traído de Francia, Inglaterra o Países Bajos.

El jefe de operaciones era Francisco José de Elorza y Martínez de Murga, un vitoriano formado en el extranjero que montó su próspero taller en la calle Chiquita y alcanzó tal éxito que en 1795 tuvo que defender el auténtico 'made in Vitoria' de falsos imitadores. A principios del siglo XIX ya había media docena de fábricas de sillas en la ciudad y se llamaba 'vitoriana' a cualquier pieza con asiento de enea y armazón de madera torneada. Las sillas finas de Vitoria llegaron hasta el último rincón de España y América, convirtiéndose en el mueble más icónico del Romanticismo y llenando teatros de variedades, casas de comidas, fondas y especialmente cafés, donde perduraron orgullosamente durante al menos un siglo más.

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