Foto: Guillermo Elejabeitia
Jantour | Restaurante

El Udala, una de las últimas casas de comidas de Bilbao donde se comía muy rico, baja la persiana

Se podía comer, créanselo por solo 12 euros, con dos platos, y postre incluidos en este modesto local de la calle Errekakoetxe

Viernes, 22 de agosto 2025

Una de las despedidas más tristes. Bilbao ha perdido al restaurante Udala, una de las propuestas gastronómicas más sencillas, escondidas y relevantes de la ciudad. Situado en la pequeña, estrecha y casi oculta, pero céntrica calle de Errekokaetxe, junto al colegio publico Sánchez Marcos, Miguel y Loli, los dueños, se han despedido «con lágrimas en los ojos» y el corazón lleno de recuerdos. Se trataba, porque hay que emplear ya el pasado, de una de las últimas casas de comidas dignas de tal nombre que quedan en la villa. Se podía comer, créanselo por 12 euros, con dos platos, y postre incluidos.

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En una sentida nota, los propietarios han comunicado a «la querida familia del restaurante Udala» que ha llegado el momento de decir adiós. Después de tantos años compartiendo momentos con tantos comensales, subrayan, «los acontecimientos», que no concretan, les han obligado a cerrar y cesar la actividad «precipitadamente».

Udala, insisten, no fue solo un restaurante. Fueron unos fogones donde se cocinaba «con amor, una mesa donde se escuchaban historias». Algo más: «una casa donde cada cliente se convertía en parte de la familia». Y un último pero importantísimo apunte: «Aquí se sirvieron platos con el mismo cariño con el que se cocina en casa: con paciencia, con alma y con tradición».

«Despedirnos de otra forma»

La pareja asegura cerrar este capítulo con «profunda gratitud». «A quienes nos eligieron, nos recomendaron, nos abrazaron con sus palabras o simplemente nos regalaron una sonrisa: gracias de corazón». Miguel y Loli se van sabiendo que «dejan huella». «Nuestros sabores y momentos vividos seguirán en la memoria de muchos. Y eso, para nosotros, es el mayor regalo. Nos hubiera gustado despedirnos de otra forma, pero con todo nuestro amor y eterno agradecimiento», se sinceran.

El Udala marcó historia. Más en estos tiempos en los que el turismo ha virado el negocio. Era más rico y más barato que comer en casa. Su menú, a partir de género fresco, antes era lo corriente pero hoy resultaba absolutamente excepcional. No había que perderse el pescado del día.

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Servía un menú de primero, segundo y postre por un precio heroico de 12 euros. El comedor solía estar poblado por las mismas caras desde hace décadas y al matrimonio que lo regenta le bastaba con esa clientela casi familiar.

Resulta difícil describir el recetario del Udala sin recurrir a un adjetivo -casero- que a fuerza de repetirse hasta la saciedad ha perdido gran parte de su significado, escribía el compañero Guillermo Elejabeitia en las páginas de 'Jantour'. Alubias de caldo sustancioso, ensaladilla rusa en trozos menuditos, patatas en salsa verde con huevo cocido, anchoas rebozadas, chicharro abiert,o a la espalda pechuga de pollo empanada, salmonetes fritos...

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Son la clase de recetas que uno añoraría encontrar al llegar a casa de su madre o de su abuela. El problema es que ya ni ellas tienen tiempo para dedicar la mañana a ir al mercado, asustar el cocido, rebozar un pescado o darle lustre a un guiso, incidía el artículo.

Pescado fresco y postres caseros

No extrañaba que muchos vecinos de la zona acudieran casi a diario a esta modesta mesa de Errekakoetxe en busca de un menú fuera de lo común para los que se estilaba ultimamente. A los bilbaínos les resultaba menos trabajoso y casi más barato ponerse en manos de Miguel y Loli, cuya reputación se remonta a los tiempos en los que regentaban el hoy desaparecido Sabin Etxea, a la vuelta de la esquina. En 2002 se mudaron a este local que un día fue sede de Vinícola Bilbaína -cuyas siglas pueden verse todavía en el suelo de terrazo-, una de esas bodeguillas que despachaba vinos con manguera desde un depósito subterráneo.

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A Miguel era habitual verle pelar y cortar dos patatas para freírlas al momento como acompañamiento a un plato de lomo. En los últimos años habían hecho esfuerzos titánicos por no subir el precio y lo habían hecho además sin comprometer la frescura del género o el esmero de las elaboraciones. Cuidaban a una clientela frecuente, formada por un heterogéneo grupo de obreros, oficinistas e intelectuales.

La clientela era recibida por su nombre y sabía lo que quería comer cada día. Normal que haya recibido el 'pésame' del cercano restaurante de San Marcos: «Cada vez quedan menos cocineros, solo quedan chefs», ha rematado Ángel Mari Martín Brezmes.

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