El restaurante Rotterdam de la calle del Perro ya no es lo que era

La calle del Perro ha experimentado un curioso fenómeno en los últimos años, sintomático de los tiempos que corren en la hostelería de Bilbao. Ahí siguen el Xukela, el Mandoya, el Eguiluz, el Urbieta o el Rotterdam, los mismos nombres que figuraban hace una década en una de las vías con más solera del Casco Viejo. Y sin embargo la calle ha cambiado de manos, de ambiente y de público. El último en reabrir, tras la jubilación de los anteriores dueños, ha sido el Rotterdam, ahora gestionado por los mismos hosteleros que controlan buena parte de los bares del entorno.

Los nostálgicos de Arantza y Javi pueden ahorrarse el disgusto. El establecimiento sigue llamándose Rotterdam pero es otra cosa. Se mantiene la barra de metal y hay una presencia testimonial de cazuelitas en la carta, a modo de guiño. Hasta ahí las similitudes. Al local se le ha dado un vistoso lavado de cara que, desde luego, aprovecha mejor el espacio: aquella rebotica destartalada del viejo Rotterdam es ahora un flamante comedor –decorado con lienzos de Fito Ramírez Escudero– donde se pueden despachar más de una veintena de cubiertos. Sin embargo, la atmósfera es distinta. Quizá sea la tele a todo volumen. O la tragaperras.

Detrás de la renovación están Alex Peñaloza, Alejandro Corrales y Mario del Arco. Los dos primeros han recorrido un largo camino desde sus tiempos como camareros en el Xukela. Tomaron las riendas de aquel negocio con la retirada de 'Txompa' y desde entonces han ido sumando a sus dominios el Mandoya, el Peña Athletic, el Gallo Negro y ahora el Rotterdam. Aunque el grupo se esfuerza por que cada establecimiento conserve una identidad propia –el Peña para menú del día, el Mandoya con mantel blanco o el Gallo orientado a los pintxos– los bares de la calle acaban pareciéndose cada vez más los unos a los otros.

En la carta del nuevo Rotterdam se echan de menos algunos iconos populares de la casa como la lengua, los champis o los puerros de Mendavia en vinagreta. En su lugar encontramos platos de nombres larguísimos –Ensalada templada de Camembert asado a la Josper con rúcula, espinacas, avellanas y manzana verde aliñada al Jerez– y presentaciones 'instagrameables', como la ensaladilla rusa con ventresca, aguacate y huevas de salmón o una tortilla vaga que no termina de hacer honor a la de Sacha Hormaechea. Tampoco se ven aquellas lustrosas cazuelas de barro sobre el mostrador, ahora los guisos se presentan en unas coquetas sartenes de metal. «Los tiempos cambian», se excusa el nuevo gerente. También la calle del Perro: la duda es si seguiremos reconociéndonos en ella.

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