Acogedora casa de comidas en el corazón de Portu

Callejeo en Portugalete buscando un lugar para comer algo sencillo, rápido y ligerito, que me permita seguir con la jornada. Me cruzo con un amigo que recomienda un pequeño bistró a medio camino de la calle Víctor Chávarri: «Tiene un menú muy rico, distinto y está siempre de bote en bote». Yo no lo conocía, pero resulta que, después de dos décadas despachando comidas a sus vecinos, El Hule es casi una institución en Portu. ¿Su secreto? Se llama María García Oca y cada día se las apaña para dar de comer ella solita a veintipico almas que casi siempre salen satisfechas.

Pasan las tres de la tarde y, como anunciaba mi amigo, el comedor está a reventar. Me acomodan en una mesita de la planta baja, al lado de la caja registradora. A estas alturas el público ha dado ya con buena parte de las existencias, así que Jesús canta «lo que le queda». Pido ensalada Waldorf y pollo frito al estilo Karaage, pero me quedo con las ganas de probar su timbal de verduras o su afamada lasagna.

La ensalada se presenta en un pequeño bol con daditos de manzana, nueces y un excitante aliño de mostaza. El pollo resulta una golosina, crujiente pero untuoso, salpicado de unas semillitas de sésamo. Se come con gusto y aún queda espacio para probar el brownie, al que le hubiera sentado de cine un breve calentón para llegar a la mesa más blandito, pero supongo que el servicio da lo que da.

El repertorio habitual se mueve en ese terreno entre la cocina casera de siempre –lentejas con morcilla, alubias blancas con chirlas– y algunos guiños exóticos para salirse del sota, caballo y rey: unas verduritas al wok, un salmón teriyaki o unas brochetas de solomillo de ternera, nada extravagante. Los fines de semana cambian el menú por una carta en la que apetece probar la ensalada templada de mollejas de cordero, un pescadito al horno o una cazuela de morros y patas.

Lo que hace especial la cocina de María no es tanto la complicación de las recetas sino una mano natural para que el resultado esté sabroso sin resultar pesado. Ella se considera autodidacta, aunque hace unos años hizo un curso en la escuela de Galdakao y se curtió durante un tiempo preparando banquetes. «Llevo desde los 20 años en la cocina y tengo 56», esas son sus credenciales.

A este coqueto local del casco histórico de Portu, decorado con suelos de baldosa hidráulica y hules de colores, han dedicado ella y Jesús los últimos 20 años. La clientela frecuente, que suele ser recibida por su nombre, valora el esfuerzo y muestra paciencia cuando aprieta el jaleo. Saben que los platos de María bien merecen la espera.

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