Alberto Campo: «De repente me vi preparando 35 cestas a la semana»
El paro le abocó a trabajar la huerta y aunque más tarde tuvo ocasión de volver a la seguridad de una nómina, la rechazó
gaizka olea
Viernes, 27 de septiembre 2019, 11:20
El polígono industrial de Saratxo afea notablemente el valle de Amurrio y de sus plantas surge un ruido continuo, amenazador, pero esas son las cosas del progreso. Muy cerca, en una ladera que asciende en leve pendiente, está parte de nuestro pasado de país rural apegado a la tierra que fuimos. Es allí donde Alberto Campo decidió, a la fuerza, que su porvenir tendría que ver con la agricultura, con la producción de cosas para comer. Aunque no fue su primer plan de vida. No, durante años se empleó en la construcción hasta que la crisis le dejó en paro, sin demasiadas perspectivas, cuando miró a lo que tenía alrededor y empezó a labrar las tierras de su familia. «Empecé a lo tonto, porque tenía que hacer algo», explica este joven campesino junto a la huerta desde la que se observa la cumbre del Txarlazo, sobre Orduña.
Lureder (Amurrio)
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No tenía antecedentes familiares en la agricultura como forma única de ganarse el pan, aunque sus allegados cultivaron la tierra o criaron ganado más por costumbre o afición que para sacarse un sueldo, pues trabajaban en las fábricas cercanas. «Iba al mercado de Orduña un sábado al mes, pero un día vinieron a preguntarme si me interesaba preparar cestas de verduras. De repente me vi preparando 35 cestas a la semana», admite sorprendido Campo.
Y así, a base de hacer, preguntar e ir a cursillos se ha forjado una ocupación que le llena hasta tal punto que cuando su pareja, Zuriñe, pidió una excedencia para atender los primeros años de su hija, decidió volver a la construcción... sólo para darse cuenta de que no podía compaginar ambas actividades y abandonó el andamio, el cemento y el casco para ensuciarse las manos con la tierra y barro. Que siempre ha sido más sano.
Zumos y mermeladas
Han pasado siete años desde que Alberto cambió la pala por la azada y dice no echar de menos la seguridad de una nómina, los horarios fijos o unas vacaciones garantizadas. Ha dejado de tener jefes para buscar colaboradores que le ayuden a mantener Lureder (hermosa tierra), la marca con la que factura sus verduras, zumos, cremas y mermeladas. Se alió con cuatro jóvenes productores de la comarca para adquirir la maquinaria con la que preparar las conservas que dan salida a los excedentes, mientras faena con unos 6.000 metros cuadrados de huerta (casi todo al aire libre, sin invernadero) y unos 18.000 metros cuadrados de frutales.
Ahora vende su género en los mercados de Vitoria y Amurrio y ha limitado la facturación de cestas a una decena de clientes, a quienes nutre de los frutos típicos de la huerta (tomates, puerros, pimientos, calabacines, pepinos, ajos tiernos), más una legión de género exótico como rabanitos, daikon, col dorada, pak choi... «Cuando más raro es el género, más vendes; no sé si es porque es una novedad, una moda...», explica.
Pendiente de la verdura
Su producción de zumos es también variada, pues añade menta, hierbaluisa o canela a la manzana exprimida. «Así se vende mejor que lo que es más típico, es algo diferente a lo que puedes encontrar en un supermercado». Y eso, diferenciarse de las grandes cadenas, es lo que pretende Alberto Campo, y para ello cree que no hay nada mejor que convencer al cliente para que se acostumbre a comer el producto en su temporada.
«Me gusta que la gente esté pendiente de que lleguen los pimientos, los guisantes, que disfruten de la diferencia que supone comer un tomate que ha madurado en la planta, no en una nevera o durante el viaje. La verdura –resume– tiene que coger su punto en la planta. A algunas clientas de edad que pedían tomates verdes les decía: llévate estos, pruébalos y si te gustan, págamelos. Y volvían y me pagaban».