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Leo estos días en los periódicos (que es donde hay que informarse) que Diosdado Cabello, el número dos del régimen chavista que está hundiendo a Venezuela en la miseria, ha propuesto el trueque como alternativa a la hiperinflación que padece el país. Obviamente estoy en las antípodas ideológicas del chavismo, pero la noticia me ha hecho gracia porque yo llevo años practicando el trueque. A pequeña escala, eso sí. Lo hago cuando estoy en mi casa del Occidente de Asturias. Mis vecinos, Paúl y Manolita, tienen una huerta a la que dedican muchas horas cada día. Casi siempre que me asomo a la galería de la casa les veo allí, especialmente a Manolita, limpiando de malas hierbas, regando, removiendo la tierra, o colocando los palos para las tomateras o las fabas. También veo las gallinas picoteando por los alrededores, y oigo cantar a todas horas al gallo, algo que, a diferencia de esos 'turistas urbanos' que con sus quejas obligaron a cerrar un gallinero, me relaja bastante.

Pues bien, con Paúl y Manolita tengo establecido un sistema de trueque improvisado, sin reglas ni normas. Ellos me proveen de sus verduras y de sus huevos y yo les paso alguna que otra botella de buen vino, o sobres de jamón ibérico de Joselito o de Carrasco que siempre tengo en casa, o una botellita de aceite de oliva. Estoy seguro de que aunque no se lo cambiara por nada me lo darían igual, porque son gente generosa como todas las gentes sencillas del campo. Yo salgo ganando, porque esas verduras y esos huevos no los encuentro en los comercios de Madrid, ni siquiera pagando grandes cantidades por ellos. Hacía aquí la semana pasada mi vecino de página, y sin embargo amigo, Benjamín Lana, una reivindicación del pimiento. La suscribo totalmente, pero añadiría una amplia lista de productos que creo que no valoramos lo suficiente.

Las judías verdes, que por esa zona de Asturias llaman fréjoles, que me han proporcionado en cantidad mis vecinos gracias a este trueque, resultan extraordinariamente tiernas. Los huevos de las pitas que crían tienen la yema de intenso color amarillo y con una densidad inusual. Los calabacines enormes (con uno come una familia) son especialmente ricos. Los tomates saben a eso, a tomate. Y los pimientos de Padrón, bien fritos, pican o no pero están de lujo.

Podría seguir con las lechugas, las coliflores en el invierno, o las cebollas. Estas últimas, por cierto, necesitan otra reivindicación similar a la del pimiento, o incluso mayor, porque qué sería de nuestra cocina sin la cebolla, ingrediente imprescindible en tantos y tantos platos. Prueben una guisada rellena de bonito picado al estilo asturiano y ya me dirán. Entretanto yo voy a seguir practicando el trueque.

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