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Cuando lean estas líneas, estaré en mi tercer viaje a Bangkok, un destino que me apasiona por la delicadeza de su cocina y la amabilidad de sus gentes, una ciudad que nace nueva en un entorno de templos. El objetivo del viaje es participar en eventos gastronómicos y cocinar con prestigiosos chefs del país, pero por supuesto que también buscaremos tiempo para disfrutar de sus maravillosos puestos de comida callejera, algo que no deben perderse si visitan esta urbe.

En ellos puedes disfrutar del alma de la cocina popular de Tailandia. Los vendedores ambulantes (se calcula que hay más de 20.000 repartidos por toda la ciudad) son auténticos magos, ya que en apenas dos metros cuadrados, te cocinan verdaderas delicias.

En los puestos de comida callejera se muestra la relación entre el mercado, siempre próximo, y la cultura del país. El origen de la tradición de comida callejera se remonta al siglo XIX como una alternativa para las personas locales con menos recursos. Y hoy en día, además de ser uno de los reclamos turísticos por excelencia de la ciudad, sigue siendo la única opción gastronómica para los tailandeses que no disponen de un alto poder adquisitivo.

Cuando disfruto de la comida sana y sabrosa que ofrecen, me acuerdo de nuestros pintxos. Creo que tienen mucho que ver con ellos, con la cara social que ofrecen. A pesar de algunos intentos de las instituciones del país de acabar con los puestos callejeros, vendedores, locales y turistas siguen alimentándolos para que no desaparezcan nunca.

Nosotros, en cambio, estamos perdiendo por el camino los emblemas de la cara más social de nuestra gastronomía, los pintxos clásicos, la cuadrilla, el txikiteo y las canciones llenas de entusiasmo que los mayores cantaban. También los pintxos nacieron como una manera de prolongar la fiesta del txikiteo con los pocos productos que había en épocas de hambruna. Pero mientras ellos han seguido alimentándolo, nosotros hemos dejado que caiga en el olvido, sustituido por otras alternativas que nada tienen que ver con nosotros.

Sentir la autenticidad que se respira en Bangkok me emociona, me hace viajar a lo largo de mi vida, pero sobre todo me transporta al viejo Botxo. Si Bangkok, una ciudad en la que conviven templos budistas y rascacielos, que recibe cada año a millones de turistas, ha conseguido no perder su esencia y sigue siendo fiel a su cultura, ¿por qué no lo vamos a conseguir en Bilbao?

Nosotros, los bilbaínos, que nos sentimos orgullosos de lo nuestro y hemos comenzado a abrirnos al mundo, sabremos trabajar por mantener nuestras tradiciones, cuidando a quienes trabajan por preservarlas y a quienes trabajan en el futuro de nuestra gastronomía, siempre sin perder de vista la calidad.

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