Detalle de un bodegón de Luis Egidio Meléndez (s. XVIII). Wikimedia CC BY.

El pan mágico de Nochebuena

historias de tripasais ·

Antaño se creía que el pan partido en la noche del 24 de diciembre podía curar la rabia y calmar tempestades

Viernes, 18 de diciembre 2020, 08:37

Noche buena, gau ona. No hace falta ser un genio del lenguaje para entender que la vigilia de Navidad (llamada Nochebuena en castellano y Gabon en euskera) debe su nombre al carácter beatífico que desde hace siglos se le presupone al momento en que nació Jesús. «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres», prometieron los ángeles a los pastores de Belén. «Noche de paz, noche de amor», dice el villancico.

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Desde que los cristianos comenzaron a celebrar la Natividad en diciembre, allá por el siglo IV d.C., los días 24 y 25 se consideraron fechas con un especial significado religioso que, por su coincidencia en el tiempo, se identificaron con rasgos de las ancestrales fiestas del solsticio de invierno. Según el calendario litúrgico la llegada del mesías se celebra a la vez que el sol gana la batalla a la oscuridad, de modo que ciertos ritos paganos de la celebración de la luz pudieron perdurar escondidos bajo un disfraz piadoso.

Y de igual manera que a algunas ceremonias celebradas por San Juan (solsticio de verano) se les otorga un efecto casi mágico, la antigua Nochebuena no fue menos. Rituales, rezos y actos se revestían durante la noche del 24 al 25 de diciembre de un poder sobrenatural que tenía tanto que ver con la superstición como con la devoción.

Ceniza para bendecir la casa

Las tradiciones vascas no fueron ajenas a este fenómeno mágico-navideño. De ahí viene el fenómeno del 'gabonmukur', 'subilaro-egur' o tronco de Navidad, que se quemaba en el hogar el 24 de diciembre y cuyas cenizas se guardaban para bendecir la casa y las tierras de labranza o para prevenir ciertas enfermedades. Al madero navideño se le atribuía la virtud de curar la rabia, la fiebre de las vacas y hasta el mal de ojo, del mismo modo que se creía que los ajos plantados en Nochebuena y recogidos en San Juan tenían poderes terapéuticos.

Bastante mejor que comer ajos crudos era otro ritual gastro-fantástico de Gabon, el 'ogi salutadorea'. Se podría traducir como pan de la salud, y básicamente consistía –así definió 'ogisalutadu' en 1905 Resurrección María de Azkue– en «el pan que se guarda la noche de Navidad al cual se le atribuye la virtud de sanar la rabia». Ahora eso de la rabia nos puede sonar e intrascendente, pero antes de que Pasteur encontrara en 1885 la vacuna esta enfermedad fue un problema grave. Infecciosa y mortal, la rabia provocaba centenares de muertes cada año en el entorno rural, donde se vivía en permanente contacto con animales domésticos.

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Y unas gotas de vino

El pan de Nochebuena fue el instrumento elegido hace siglos para intentar paliar esta lacra, y tal y como dejó patente José Miguel Barandiaran en el Anuario de Eusko Folklore de 1922, los aldeanos tenían tal fe en su poder curativo, que juraban haber sido testigos de casos en los que aquel trozo de pan había obrado el milagro. El antropólogo guipuzcoano encontró en Ihurre, Amorebieta y otros pueblos tradiciones en las que el 'ogi salutadorea' era el gran protagonista del 24 de diciembre. «Una vez preparada la cena de Nochebuena y colocados todos alrededor de la mesa, bendícela el jefe de la casa. Inmediatamente después coge uno de la familia el pan entero que previamente ha sido colocado sobre la mesa, traza con un cuchillo sobre él una cruz y después de besarle, corta de él un pedazo que se llama 'Ogi-salutadore', el cual es guardado como preservativo contra la rabia de los animales; pues el animal que coma de él, o no se pondrá rabioso o tendrá la rabia muy benigna».

En algunos sitios lo dejaban bajo el mantel durante la cena, en otros hasta el día siguiente o incluso hasta Epifanía. En Bedia, por ejemplo, lo rociaban con unas gotas de vino y luego se conservaba (supuestamente sin enmohecerse) hasta el año siguiente. Entonces se volvía a sacar en Gabon y después de hacer la ceremonia con el pan del año siguiente, se repartía el viejo entre todas las personas y animales de la casa.

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En Lekeitio se guardaba por si había que calmar las aguas del mar, en el Duranguesado se echaba al aire cuando caían fuertes tormentas y en el valle de Arratia se arrojaba al río cuando éste amenazaba con desbordarse. Este año, por si acaso, resérvense el 24 un trozo de pan, no se sabe cómo será el 2021.

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