Comer en familia, el mejor nutricionista
Un estudio realizado en Cataluña durante la pandemia revela que las comidas familiares, con más conversación y menos electrónica, protegen frente a la obesidad infantil
Este es uno de esos estudios científicos que gustan. Porque combina dos de los tres grandes placeres de la vida, que son los afectos y la mesa. El tercero queda a su elección. Una investigación realizada por científicos de dos universidades de Cataluña revela que las rutinas propias de las comidas familiares, como aprovechar la mesa para charlar, sin equipos digitales, televisión ni otros elementos de distracción, son una práctica saludable, especialmente para los adolescentes. Les ayuda a descubrir que es posible disfrutar de un mundo ajeno a la tecnología digital y, sobre todo, les protege frente a las patologías ligadas con la alimentación, especialmente de la obesidad. La pandemia ha permitido saberlo.
Cuando pase el tiempo quizás puedan verse con mayor nitidez los aspectos positivos que haya dejado tras de sí este tiempo de muerte, enfermedad, angustia y dolor, incluso económico. Ninguno tan bueno como no haber tenido que vivirlo, pero sí lo suficiente como para ayudar a seguir haciéndolo.
Un estudio que firman las universidades catalanas Oberta de Catalunya (UOC) y la Autónoma de Barcelona (UAB) concluye que comer en familia manteniendo las costumbres tradicionales ligadas a la dieta mediterránea influye en los hábitos alimentarios de los adolescentes y protege de trastornos del comportamiento alimentario. El confinamiento de la primavera del año pasado permitió verlo y estos meses de restricciones sociales lo confirman.
La mesa requiere fundamento
«Una dieta saludable no sólo se sostiene en lo que comemos, sino también en cómo lo comemos», defiende la profesora Anna Bach-Flaig, autora del trabajo. El estudio, basado en el análisis de entrevistas en profundidad a familias con chavales de 12 a 16 años, analiza uno de los aspectos menos estudiados de la dieta mediterránea: habla sobre el papel socializador de la comida y el modo en que la forma de consumirla repercute en la salud.
Los autores del trabajo constataron que la mayoría de las familias se reúne en torno a la mesa únicamente para cenar y que sus hábitos varían en función de si comen solos o lo hacen con personas que aman. El estudio demuestra hasta qué punto las comidas constituyen un espacio para l a comunicación en familia. Actitudes como dedicar poco tiempo para comer, permitir que los comensales se levanten de la mesa o coman de pie, se distraigan con la tecnología o no se mantengan conversaciones agradables favorecen un menor seguimiento de la dieta mediterránea. Dicho de otro modo, comemos mucho peor cuando no hay fundamento en la mesa.
Adolescentes que no hablan...
«Cuando los niños son pequeños es más fácil favorecer la conversación y estrechar lazos familiares, pero en la adolescencia resulta mas complejo», advierte la especialista. Es normal. A esa edad, la desconexión entre padres e hijos forma parte de la vida, pero el hecho de forzar el diálogo, aunque cueste, permite a los mayores entrar en el mundo de los más jóvenes, que es de lo que se trata. De que vean interés por sus preocupaciones.
La mayoría de los encuestados reconoce ser consciente de que gracias a esos encuentros, favorecidos por este tiempo de reclusión obligada en el hogar, los padres pueden mostrarse en mayor medida como «modelos que ayudan a establecer patrones saludables para sus hijos». La preservación de las tradiciones, concluye la investigación, contribuye a conservar los beneficios de la dieta mediterránea, pero también a promover la salud de las nuevas generaciones.
Los autores del trabajo aconsejan, por ello, realizar, al menos, una comida al día en familia. Pero haga todas las que pueda, con la familia, los amigos y sin móviles.