Avilés, ruta con tortos de maíz y morcilla matachana
La visita cultural pasa por el Centro Niemeyer y recorre distintos enclaves de la ciudad con ambiente en las terrazas y restaurantes
Todavía hoy es muy posible que, al decirle a alguien que estás de paseo por Avilés, la respuesta sea «pero has parado ahí de paso hacia dónde» o «qué hay que ver ahí». Anclados en la idea de la localidad superindustrial, casi engullida por muchos kilómetros de industrias muy contaminantes –más de 25 kilómetros de largo llenos de pabellones, depósitos, chimeneas, vías, trenes de carga–, hay muchas personas que se han recorrido la costa asturiana y han pasado de largo por Avilés. Pero la ciudad, la tercera en población de Asturias y la segunda en kilómetros de soportales de España (en línea recta, cuatro, y muy bien conservados), bien merece la visita.
Y no solo si uno es aficionado al patrimonio industrial o si quiere poner en el pie en un icono arquitectónico como el Centro Niemeyer, que de noche, al reflejarse en la ría, parece medio huevo cocido. Los sábados a las cinco hay una visita guiada por tres euros que sirve para entender qué hace ahí, cómo es y qué significa en su entorno.
Durante mucho mucho tiempo Avilés fueron dos o tres calles, rúas paralelas atravesadas por otras más pequeñitas. Hoy en el mapa ese viejo núcleo medieval se ve perfectamente y lo mismo ocurre al pasear. Se ven los restos del empedrado que se ha dejado en algunos rincones para poder apreciar cómo fue y los edificios de poca altura con muros anchos de piedra, balconadas y miradores y muchos colores.
En los antiguos patios quedan restos de lavaderos y jardines. Y lo que antaño fue la muralla, señalizada en algunos puntos, delimitaba una especie de islote sobre la marisma, con el puerto a los pies. Asomarse, hace siglos, desde la iglesia de los padres franciscanos (con origen en el siglo XIII) era lanzarse a la ría y el mar.
Frente a la iglesia se encuentra ahora el Museo de Avilés, en cuya entrada hay una maqueta de la cuenca industrial que sirve para imaginar todo lo que se le ha ganado al agua en esta ciudad. Una de las salidas del centro da al Palacio de Camposagrado, barroco. La principal, a la primera línea de soportales y, con ella, al restaurante L'alfarería (La Ferrería, 25). Ofrece buen género rindiendo honores con su nombre a una tradición muy local, la de la cerámica. Son platos clásicos –más allá de pescados, cachopos y fabadas– las cebollas rellenas, la longaniza de Avilés y los tortos de maíz con huevo y picadillo.
Otra forma de recrear lo que fue la marisma que imprimió carácter al lugar, es salir del núcleo principal, atravesar el hoy Parque del Muelle, subir por las calles La Estación o Bances Candamo –también quedan soportales en esta zona– y sentarse en la Plaza del Carbayo; allí está la iglesia vieja de Sabugo, también del XIII, el templo del barrio de marineros, que estaba separado del centro por las mareas. Con el tiempo tuvieron que construir una mayor, la de Santo Tomás de Canterbury, en otro espacio que no tiene tanto sabor como el del Carbayo. La plaza está llena de bares, como La Curuxa y La Quinta Araña.
De vuelta hacia el casco antiguo y sus primeros ensanches, para llegar a la calle La Cámara, que lleva a la plaza del Ayuntamiento, se puede pasar por el mercado de la Plaza Hermanos Orbón. Para comprar buen producto, desde luego, pero también para admirar los edificios que mantienen al mercado encerrado en esta cápsula del tiempo. Casi frente al Ayuntamiento, que fue de los primeros edificios que se construyeron por fuera de la muralla, está La Quinta de Avilés, un restaurante en un palacio, el de Llano Ponte. Para picar, chorizo criollo o morcilla matachana con patatinas, champiñones empanados con salsa de cabrales o calamares.
El restaurante está en Rivero 5 y Rivero es precisamente una de las largas calles con soportales que nació al crecer el núcleo original. Tiene una entrada al Parque de Ferrera, un espacio verde que fue el lugar de esparcimiento de un palacete, y una pastelería centenaria, la de Polledo (Rivero 16). Se abrió en 1900, estuvo 120 años en manos de la misma familia y hace poco la reabrió uno de los jefes de obrador para seguir con la tradición. Venden como rosquillas el mantecado de Avilés o bollu, que lleva a partes iguales huevos, azúcar, harina y mantequilla.
Otra vía llena de casinas y casonas es Galiana, con la iglesia de San Nicolás a un lado, el palacio del Conservatorio al otro, muchos bares y restaurantes hasta llegar a la Plaza del Carbayedo, zona de ocio que luego baja hasta el Avilés obrero en la que aun se alza un hórreo.