Aquellos lunes de Gernika
Historias de tripasais ·
Un reportaje de la revista 'Estampa' describió en 1936 cómo eran los lunes de mercado justo antes de la Guerra CivilAna Vega Pérez de Arlucea
Domingo, 28 de octubre 2018
Mañana es el último lunes de octubre y suenan ya los tambores que nos llaman a Gernika. Decenas de miles de personas se acercarán a la villa vizcaína para disfrutar de la gran feria del otoño y de paso, de una buena alubiada. «Lunes gernikes, golperik ez», reza el dicho, y así ha sido desde hace décadas, cuando incluso los lunes normales eran fiesta mayor en la capital foral. Ese día los aldeanos de los alrededores acudían al pueblo para vender sus productos, aprovisionarse de otros y gastarse los cuartos de las ventas en comida, bebida y apuestas de frontón.
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En marzo de 1936, poco más de un año antes del terrible bombardeo de Gernika, nada hacía presagiar que la feria de los lunes pudiera verse interrumpida por una guerra. El periodista y escritor Julián de Zugazagoitia (1899-1940), de quien ya hablamos aquí a causa de su marmitako, se escondía bajo el pseudónimo de Fermín Mendieta para firmar de vez en cuando artículos costumbristas en la revista 'Estampa' de Madrid. El 14 de marzo de 1936 publicó en ese medio un amplio reportaje de tres páginas sobre los lunes de Gernika que nos ayuda a conocer cómo era la feria hace 80 años.
«El mercado de Guernica es para el aldeano una promesa de satisfacción. Baja, pues, al mercado de Guernica, saboreando por adelantado los guisos del fogón y las emociones del frontón, donde un golpe de fortuna—¿qué jugador duda de su estrella?— puede convertirse en la mejor cosecha del año. El golpe de fortuna es la felicidad por añadidura, la ganga, pues el aldeano vasco en apostando es feliz. Apostar y mercar, lo segundo sin prisa, con ofertas y contraofertas pausadas, son sus pasiones. Mientras la mujer se encarga de vender el averío y la cosecha de manzanas o de alubias —para citar dos productos bien estimados cuando tienen procedencia guerniquesa—, él atiende a vender o comprar el jato, la vaca o el buey».
Debido a la afluencia de vendedores y compradores hacían también fortuna restaurantes, tabernas y casas de apuestas. «Las cocineras de los figones guisan sus mejores cazuelas, y no dejan de tener algunas becadas que ofrecer a los gastrónomos. El bodeguero busca en la bodega algunas botellas ilustres, y en el frontón, el intendente moviliza a los pelotaris más renombrados del cuadro, buscando poder enfrentarlos en partido de desafío con alguna pareja de la Rioja».
El bolsillo caliente
El lunes se movía mucho dinero en la villa y siempre había alguien a quien le quemaba en el bolsillo, de modo que el programa festivo comenzaba sacando algunos cuartos vendiendo una vaca, seguía con un banquete digno de reyes en alguno de los restaurantes del municipio y terminaba en el graderío del frontón, con la feliz promesa de poder multiplicar las pesetas gracias al buen hacer de algún pelotari.
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Claro que a nosotros lo que nos interesa aquí es la comida, asunto que también importaba seriamente al cronista Zugazagoitia: «El aldeano vasco exige comida abundante y excelente. No se conforma con menos que con calidad y cantidad. Esto explica bastante satisfactoriamente el buen arte que ante el fogón se reconoce a la mujer vascongada. En los figones de Guernica, las cocineras son excelentes». Para comer, las guisanderas ofrecían los lunes siempre alubias con sacramentos y pollos asados, y dependiendo de la temporada del año, angulas, chipirones, merluza, lubinas, sordas, perdices, cordero o pato, todo regado con vino tinto de Rioja o Burdeos.
Igual que ahora, también entonces se aprovechaba la comida para hablar de otras comidas pasadas y futuras. Los comensales de los lunes disfrutaban «tanto como los platos que les va sirviendo la muchacha, otros que no acaban de olvidárseles. Y hablan de ellos, además de con la palabra, con el rostro y, sobre todo, con los ojos, brillantes y agudos. El tema de la mesa es para ellos inagotable y mucho más importante que otro que no dejan de abordar con frecuencia: el del frontón. Es la palabra la que hace alegres estas comidas de los aldeanos, y la reunión, más que la comida misma, lo que anima las palabras. Un figón o una taberna vasca son inconfundibles. Son dominios de duendes bienhumorados y jocundos, encargados de distribuir alegrías. Las llenan de conversaciones y de cantares, mientras de la cocina llegan los vapores de guisos apetitosos».
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Si van ustedes este lunes a Gernika, acuérdense de perpetuar al ritual. Coman, beban, rían y hablen de mientras también de comer, beber y reír. Es lo nuestro y ni siquiera las bombas fueron capaces de quitárnoslo.
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