Las vidas que amputa la guerra
Unos 100.000 ucranianos han sufrido amputaciones desde que Putin inició la invasión a gran escala. Tres soldados que resultaron gravemente heridos relatan cómo se recuperan de las secuelas que les ha dejado la batalla
Mykhailo Tarasenko nunca olvidará el 22 de agosto de 2023. «Estaba destacado en una brigada de Zaporiyia encargada de retirar las minas plantadas por los ... rusos. De repente, pisé una». El soldado, que se había alistado en las Fuerzas Armadas de Ucrania en enero de aquel año, saltó por los aires y cayó a varios metros. Superado el shock inicial, lo primero que hizo fue comprobar que seguía entero. «No sentía las manos y no lograba controlar la pierna. Pero tampoco sentí dolor. Me preocupaban más los compañeros que mis extremidades», cuenta.
A partir de ese momento, lo sucedido es como una nebulosa. Tarasenko recuerda ver lo que quedaba de su pierna colgando por debajo del torniquete, unido precariamente al cuerpo y balanceándose para adelante y para atrás con los tumbos que daba el blindado en el que fue evacuado hasta el punto de estabilización más cercano, un pequeño hospital de campaña cerca del frente de guerra. «Allí me amputaron la pierna por debajo de la rodilla», cuenta en Kiev.
Una vez que los médicos habían controlado las hemorragias provocadas por la explosión, Tarasenko fue trasladado a otro hospital con más medios. «Vino a verme el cirujano y me dijo que no era recomendable preservar la rodilla, porque resultaría más complicado colocar una prótesis. Me dio diez segundos para decidir qué hacer. Nunca pensé que a los 36 años tendría que tomar esa decisión», relata, todavía estremecido por el recuerdo de aquel día. El ucraniano le hizo caso al especialista. «Le estaré agradecido siempre por haberme dado el consejo adecuado», afirma.
No fue fácil adaptarse a la prótesis. Es doloroso y requiere un largo aprendizaje. Pero Tarasenko ha logrado moverse ya con tanta soltura que ha representado a Ucrania en los Juegos Invictus que se celebraron el pasado mes de febrero en Canadá y que reunieron a militares amputados de todo el mundo.
Todo gracias a la pierna de titanio que le ha proporcionado Superhumans, una ONG que ayuda a los soldados ucranianos que han perdido alguna extremidad. Sus equipos han practicado más de mil cirugías y han proporcionado más de 1.300 prótesis desde que Vladímir Putin puso en marcha la Operación Militar Especial, que iba a concluir en una semana y que se alarga ya casi tres años y medio.
Parecen muchos beneficiarios, pero son una gota en el océano. Los únicos datos oficiales que hay son los que ofreció el Ministerio de Salud de Ucrania en relación a la primera mitad de 2023. En ese período, unas 15.000 personas perdieron alguna extremidad. Partiendo de esa base, y de otras estimaciones, diferentes organizaciones aseguran que unos 100.000 ucranianos han sufrido amputaciones desde que se inició la invasión a gran escala. Si se tiene en cuenta que solo una prótesis de pie cuesta en torno a 5.000 euros, y que las más complejas pueden alcanzar un precio de 100.000 euros -Kiev aporta un máximo de 20.000-, se hace evidente que el problema también es económico. Por si fuese poco, se han de cambiar cada cierto tiempo.
1.300 prótesis
ha repartido la ONG Superhumans que ayuda a los soldados ucranianos. Sus equipos han practicado más de mil cirugías.
«La guerra acabará, pero las secuelas perdurarán durante generaciones. Tanto las físicas como las psicológicas. Ucrania sufrirá durante mucho tiempo desde que se dispare la última bala, y puede que tenga que lidiar con una o dos generaciones aquejadas por graves problemas mentales», augura Volodímir, terapeuta en un centro de rehabilitación de la capital. Lo corrobora Pavlo, uno de los médicos que atienden a soldados como Tarasenko en un punto de estabilización de Donetsk. «Llegan del frente con el miedo a perder un brazo o una pierna, y lo primero que nos piden es que no los cortemos. A veces podemos salvarlos, otras no. Lo que no saben las víctimas es que las consecuencias mentales que acarrea la experiencia que han vivido serán mucho peores», explica.
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Serhii Zhukovskyi
«Me quedé sin manos y entendí que mi vida había acabado»

Sabe que es así Serhii Zhukovskyi, un soldado de 43 años que se alistó voluntariamente al inicio de la invasión y que estaba manipulando un viejo explosivo soviético cuando le estalló en las manos. «Tendría que haber detonado 15 segundos después», lamenta. Tras la deflagración, Zhukovskyi vio que se habia quedado sin manos. Sus brazos acababan en una masa de carne ensangrentada y hueso astillado. Esa es una imagen y una sensación que le perseguirán toda su vida. No en vano, las pesadillas son horribles. «No pude hacer nada más que arrodillarme. Entonces, mis compañeros me llevaron hasta el punto de extracción», recuerda.
Ya en el hospital de Leópolis, le dieron la misma noticia que a Tarasenko: había que cortar más para poder implantar las prótesis. Fue ese el momento en el que entendió que su vida, tal y como la conocía, había acabado. «Desde 2005 soy emprendedor autónomo. Antes de la guerra vendía tractores y material agrícola, así que, lógicamente, me asaltó la duda de cómo iba a poder ganarme la vida», cuenta en una cafetería de Kiev. Además, no puede regresar ni a su casa -donde continúa viviendo su madre- ni a su empresa, porque se encuentran en territorio ocupado por los rusos.
Afortunadamente, las dos prótesis que le han implantado le han dado una nueva vida. De hecho, las muestra con orgullo. La de la mano izquierda es prácticamente cosmética: tiene forma de mano al uso, con una textura de silicona, y permite poco más que hacer de sujeción, con una movilidad muy reducida. La de la mano derecha, sin embargo, es como la tenaza metálica de un robot: Zhukovsky, divertido, la rota 360 grados varias veces para demostrar las nuevas capacidades que ha adquirido. «Como Robocop», bromea. Su mano ahora es también una herramienta. Y, ayudado de un bolígrafo especial, puede utilizar el móvil como cualquier otra persona.
400.000 soldados ucranianos
han muerto o resultado heridos desde que comenzó la guerra hacde tres años, según un informe publicado a principios de mes por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington. La cifra total de bajas de soldados rusos y ucranianos asciende a casi 1,4 millones, apuntan las mismas fuentes.
A pesar del elevado precio que ha pagado por defender a su país, y que seguirá pagando, es tajante cuando se le pregunta por cómo cree que debería acabar la guerra. «No creo que haya que contentar a Putin y ceder territorios. Si lo hacemos, ¿para qué hemos luchado?», se pregunta. No obstante, es muy consciente del dolor que continuará provocando la contienda, por lo que ahora se ha presentado voluntario para ayudar a amputados como él. «No es fácil aprender a controlar las manos con los músculos del antebrazo, y además pesan», concluye.
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Andryi A.
«Si pudiese volver a combatir, lo haría»

Lógicamente, no todos los soldados heridos que sufren graves secuelas acaban con amputaciones. Andryi A. es uno de los que conservan sus dos brazos y dos piernas. También voluntario desde el inicio de la guerra, ha sobrevivido a algunas de las batallas más cruentas, incluida la de Bajmut. Pero todo se torció el 20 de marzo del año pasado en la región de Donetsk. «Un dron que no había oído me cayó al lado», relata. La explosión le provocó graves heridas en la pierna, pero tuvo suerte de que sus compañeros pudieran evacuarlo rápido. Eso sí, suerte a medias. «Atacaron el convoy con fuego de mortero, y me hirieron en la otra pierna. Incluso el conductor resultó malherido», cuenta. Por si fuese poco, las explosiones le provocaron una sordera parcial. Pero, afortunadamente, llegó con vida a lugar seguro.
Ahora, después de numerosas intervenciones quirúrgicas para devolverle la movilidad en la pierna, Andryi acude a rehabilitación en un centro gubernamental de Kiev de lunes a viernes. Allí, asistido por diferentes especialistas, realiza ejercicios que le permiten caminar cada vez mejor. Pero las muecas reflejan el dolor que sigue sufriendo, y sabe que nunca volverá a correr. Eso sí, no lo duda: «Si pudiese volver a combatir, lo haría».
Y no es el único, algunos amputados han regresado al frente. Él, de momento, contribuye ayudando a que los militares que han perdido sus propiedades por la ocupación se reubiquen en la capital. «Ya es suficientemente duro combatir como para que luego ni siquiera puedan regresar a una casa, porque ha sido ocupada. Además, una vez que has estado luchando en el frente, es muy difícil regresar a la vida civil. Esa es otra guerra», sentencia.
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