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El sonido común

Martes, 16 de abril 2019, 16:29

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Yo empecé a conocer y a admirar Notre-Dame mucho antes de verla, gracias a la literatura. A través de la maravillosa novela de Victor ... Hugo, siendo aún niña, la catedral me fue haciendo el regalo de su historia, su arquitectura, su espléndido tesoro lingüístico- fue mi primer contacto con palabras como «gárgola» o «quimera» por ejemplo-, sus espacios de acogida y refugio; sus rincones también propicios para la fantasía y el misterio. Y sobre todo, de lo que llamaré ahora sus «tensiones vitales». Con esa comprensión imperfecta y muda, y sin embargo certera, de la infancia, entendí que Notre-Dame significaba la libertad y el amor, pero también el dolor. Que en su interior vivía la belleza, pero también la exclusión. Y que las catedrales, con su imponente estampa, estaban ahí para que lo recordáramos y le pusiéramos un remedio de justicia y empatía.

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