Afganistán como paradigma de la política exterior
Bruselas tendrá que poner dinero en los países limítrofes para que los exiliados se queden en ellos y no haya una nueva 'crisis de refugiados'
víctor manuel amado castro
Sábado, 21 de agosto 2021, 00:02
La rápida toma de Kabul por parte de los talibanes ha completado un proceso que todos los actores en el escenario centroasiático esperaban. No por ... esto deja de ser un hecho muy relevante, ante el cual la ausencia o la aparición tardía de ciertos líderes europeos sorprende cuando menos. Los que hemos tenido experiencia sobre el terreno sabemos de la complejidad de factores que caracterizan a este país. No son sus recursos naturales, sino su posición geoestratégica cruce de 'hinterlands' de potencias regionales como Rusia, Irán, Pakistán, India y China. Su papel desestabilizador como Estado fallido sobre todo desde 2001, que fue lo que llevó a Estados Unidos y a la OTAN a intervenir. Su complejidad interna producto de su diversidad étnico-identitaria, su estructura patriarcal generalizada, su escasa articulación territorial determinada por su orografía son causas también de su escasa cohesión.
A esto hay que añadir que después de las elecciones de 2014, que fueron el primer traspaso democrático del poder político en el Afganistán contemporáneo y que supusieron la transferencia del poder entre Ahmid Karzai -presidente saliente respaldado por la OTAN- y Ashraf Gahni, el periplo de democrático de este país no ha sido nada fácil.
Primeramente, las dificultades para reconocer los resultados de los comicios por parte de los dos contendientes en liza, Ghani y Abdulá Abdulá, que llevó a hacer una auditoria electoral por parte de la UE y Estados Unidos entre agosto y septiembre de 2014. También la peculiar cultura política de un país muy patriarcal y clánico, al igual que Pakistán. El contexto propicio para la corrupción que facilitan este tipo de estados fallidos desarticulados y atomizados. La persistencia de los talibanes, que se han fortalecido militarmente, han tenido un cierto 'aggiornamento' en cuanto a las formas de cara al exterior y han seguido ese viejo proverbio afgano de que ninguna potencia extrajera consigue doblegar a su pueblo. Y, por último, la retirada anunciada por capítulos y llevada a cabo de una manera desastrosa por la Administración Biden -y, por tanto, por el resto de potencias occidentales- explicarían las causas de la situación actual en un país con muchos matices.
La actitud de la comunidad internacional ha sido diversa en formas, pero unidireccional. Biden ha sido coherente con lo que dijo en su campaña electoral, con lo que acordó Trump y también con lo que ya adelantó Obama -de ahí su interés en las elecciones de 2014-; todo ello, sí, herencia recibida. Es cierto, y ahí tiene razón el presidente, que a día de hoy ni la amenaza terrorista tanto de Al-Qaida y menos aún del Estado Islámico -con el que los talibanes han tenido enfrentamientos muy duros- es tan intensa e inmediata en Afganistán como sí lo es en otros lugares de Asia o de África. Ya desde la Administración Obama, pero sobre todo con Trump, se dio por hecho que los talibanes llegarían al poder o que al menos serían un actor político con el que había que contar.
De ahí las conversaciones de Doha; por cierto, Catar, siempre Catar y las monarquías del Golfo. El acuerdo allí con los talibanes es claro: si llegan al poder Washington lo asumirá, pero la línea roja -ya lo dijo Biden- es que si este país se convierte otra vez en un santuario terrorista le aplicará un poder devastador. Por tanto, el desarrollo del país se deja a en manos de los propios afganos, principio este muy lógico, pero que con los talibanes es cuando menos muy voluntarista.
Dicho esto, la interpretación rigorista del Corán y la aplicación de la 'sharia' por los talibanes no es muy distinta de la de otros países con los que mantenemos relaciones formalizadas. En esta línea está Washington y también Bruselas, como dejó entrever el representante de Exteriores de la UE, Josep Borrell, ante la desesperada llamada de la única corresponsal de prensa afgana en sede comunitaria, que pedía el no reconocimiento de un Gobierno talibán. Esa posición, la de un cierto reconocimiento provisional sometido a vigilancia constante, aunque amarga, es la más realista en política exterior. Y lo es aún más cuando China, Rusia, las monarquías del Golfo, muy probablemente Turquía e incluso Irán -aquí dependerá de cómo el poder talibán el trate a la minoría chií hazara del país- están ya en ese camino. Es fácil criticar, y hay que hacerlo, a nuestros gobernantes; pero ¿qué sociedad está dispuesta, con un coste económico altísimo e incontable en vidas humanas, a continuar en un país que hoy no es una amenaza terrorista flagrante? Más aún cuando aquellos a los que has entrenado y apoyado políticamente se van, son corruptos y/o inoperantes.
Ni los derechos humanos ni la agenda de género marcan la política exterior de los principales países
La ganancia es clara; la pérdida, inmensa. Ni en Washington ni en ninguna cancillería mundial, ni los derechos humanos ni mucho menos la agenda de género o la educación marcan la política exterior. Como me dijo un buen amigo diplomático, los servicios exteriores no son una ONG, sino un sistema para defender los intereses de cada país. Y aunque no suena muy internacionalista, cuando no es así nos quejamos y con razón. Por lo tanto, el compromiso humanitario de la UE llegará hasta la repatriación de sus nacionales, porsupuesto, eso es un deber, esperemos que también hasta los que han colaborado con las potencias occidentales y sus familias, eso es una obligación moral. Y no mucho más. Para el resto de refugiados se impondrá el modelo turco que ya adelantó Merkel en su periplo de penitencia propio del síndrome de 'pato cojo': Bruselas tendrá que poner dinero en los países limítrofes para que los exiliados afganos se queden en ellos y no haya una nueva 'crisis de refugiados', que Europa no está en sus mejores momentos.
En definitiva, en política exterior se trata también de gestionar lo coyuntural y de articular soluciones realistas, siempre y cuando se cumplan unos mínimos, eso sí, sin descartar otros escenarios.
Víctor Manuel amado participó en la auditoría de las elecciones de 2014 en afganistán como observador internacional de la ue
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