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Myanmar, la antigua Burma y después Birmania, país paradigma de la descolonización asiática y de las rémoras que ésta le ha legado, vuelve a ser ... actualidad informativa por el golpe de Estado de ayer. El país del reino de Pagan y de la dinastía Toungoo (1531-1752), invadido por Reino Unido a partir de 1862, convertido en protectorado colonial desde 1886, ocupado temporalmente por los japoneses, recuperado por los británicos en 1945, independiente desde enero de 1948 (República de la Unión Federal Birmana), y monopolizado desde entonces por diferentes gobiernos militares (Ne Win, San Yun, Saw Maung, Than Shwe), excepto la última década de pseudodemocracia tutelada, vuelve a manos de los generales, en este caso liderados por Min Aung Hlaing. Generales que siempre han detentado el poder en el país, puesto que incluso en la década de los gobiernos de la Liga Nacional para la Democracia de la Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, han custodiado todas sus actuaciones. La excusa, en esta ocasión, para la intervención militar y para su detención, junto al presidente Win Myint, ha sido la denuncia sobre fraude electoral en las pasadas elecciones legislativas de noviembre, en las que la Liga obtuvo el 83% de los 476 escaños del Parlamento birmano.
Min Aung Hlaing asume el control administrativo, judicial y legislativo del país, algo similar a lo acaecido tras los golpes de 1962 y 1988. Declara el estado de emergencia por un año; nombra al vicepresidente, Myint Swe, presidente interino y coloca a los generales en los puestos clave de la nación. La promesa de nuevas elecciones no obvia la ignominia del golpe. Para ellos todo poder es poco y si no recordemos que la Constitución de 2008, concebida específicamente para garantizar su poder, les concede tres ministerios trascendentales (Asuntos Fronterizos, Defensa e Interior), el 25% de los escaños del Parlamento y el derecho de veto.
El partido liderado por Aung San Suu Kyi arrasó en las urnas, al igual que en 2016, pero sus logros políticos, sociales, económicos y de defensa de las minorías han sido escasos. No ha logrado la reconciliación nacional, ni cambiar la Constitución, ni desarrollar el país, ni un acuerdo de paz con las citadas minorías étnicas. Claro que el margen de maniobra otorgado por los militares ha sido muy estrecho. Las condenas internacionales son un brindis al sol que poco aportarán a la transformación política, económica, social y de integración de las distintas culturas, etnias y religiones que demanda el país. El golpe militar manifiesta que nada de esto se hará realidad.
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