
El lienzo a cielo abierto más grande de Colombia
Usiacurí ·
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Usiacurí ·
El municipio, una suerte de 'embajada' japonesa en el país, recibe a miles de turistas atraídos por el colorido de sus tejadosEl turista que llega a Usiacurí, municipio situado a una hora de Barranquilla, tierra de Shakira y capital del departamento del Atlántico, no puede dejar ... de visitar la casa que tiene fama de ser una de las embajadas japonesas en Colombia. Es el centro cultural Takeharahouse, que intenta narrar los nexos del país con Japón. En el camino el visitante descubre un paisaje verde y hermoso, casas y fincas agrícolas y una estrecha carretera que es territorio de moteros. Con 103 kilómetros cuadrados de extensión, el pueblo tiene 14.000 habitantes, Y hace un calor tremendo, que ronda los 40 grados.
En la entrada de los santuarios sintoístas, una llamativa Torii de madera pintada de rojo, considerada una puerta sagrada para los japoneses, recibe a los turistas, que se fotografían ya vestidos con ropa oriental antes de degustar una fusión de comida colombo-japonesa.
No es el único atractivo que ofrece el pueblo. Para muestra, los pozos de aguas minerales que antaño se decía que servían para curar enfermedades. Eran dieciocho; hoy hay cuatro a la vista de los visitantes, pero las aguas medicinales aparecen en su mínima expresión.
Siguiendo por la calle principal, el turista no tarda en descubrir una casa con techo de paja pintada de blanco, considerada Bien de Interés Cultural de Usiacurí, el Atlántico y Colombia. Allí vivió y falleció uno de los grandes poetas colombianos. Julio Flórez Roa (1867-1922), natural de Chiquinquirá, en el interior del país. Fue uno de los últimos poetas del romanticismo en el siglo XIX y vivió en la época más violenta de Colombia, cuando el país sufrió nueve guerras civiles, once batallas locales, tres golpes militares y la guerra de los 100 días entre 1899 y 1902.
Flórez, que llegó a ser galardonado en Madrid (1908) y Barcelona (1909), aterrizó en Usiacurí buscando curarse con las aguas de los pozos minerales. Casado con Petrona Morena tuvo seis hijos. Algunos investigadores aseguran que murió como consecuencia de un cáncer que le deformó el lado izquierdo de la cara y la mandíbula. Sus poesías demuestran que era un hombre muy sensible, pero también muy escéptico.
Antes que Julio Flórez, Usiacurí, fundado en 1534, fue escenario de la llegada de los primeros nipones a Colombia, en 1915. «Nosotros somos descendientes de japoneses», comenta Sayuri Doku, que habla su lengua, es hija de una usiacureña y un japonés, regenta el Takeharahouse y es nieta de Tokoso Doku, hermano del exfutbolista José Kaor Doku, que militó en el Independiente Santa Fe, el segundo equipo de Bogotá.
«La historia japonesa en el Atlántico es diferente a otras en regiones cercanas, porque aquí solo llegaron hombres solteros, y nosotros somos descendientes del cuarto japonés que llegó acá. Cuando los países cooperaban con Japón enviaban barcos con familias enteras y se dedicaban básicamente a la agricultura. Trabajaban la tierra. Acá eran más como unos amigos conocidos, que se quedaron por casualidades de la vida, porque uno de ellos enfermó y aquí le dijeron que había aguas que curaban su enfermedad. Fue entonces cuando llegaron cinco hombres solteros».
Creada la Asociación Colombo-Japonesa, la Takeharahouse ha recibido la visita del propio embajador japonés. «Hemos sido afortunados porque organizamos un festival -el undokai- que celebran los nipones y nos reunimos todos. Un día llegamos a ser más de 60 y este lugar comenzó a sentirse como la casa del reencuentro de la descendencia japonesa. Entonces aparecieron los Nakamura, los Yamahusaki, Morikawa, Mukumoto, Mitsunagas...
Hoy en día hay un colegio colombo-japonés en Barranquilla que intenta utilizar la historia para potenciar la educación. Y algunos jóvenes de origen usiacureño han sido becados por la Agencia Internacional de Cooperación del Japón para viajar al país oriental y dar impulso a la cultura de la sociedad Nikkei.
Pero el camino es largo en Usiacurí. Unos kilómetros más arriba se encuentran el centro del pueblo y la iglesia, desde la que se puede observar otro de los atractivos de esta población, en la que uno se siente seguro como en ningún otro sitio de Colombia. Sus ciudadanos son amables, pacíficos. De hecho, sumaron diecisiete años sin muertes violentas. Desde los laterales del templo se pueden apreciar los tejados pintados de un millar de casas del casco urbano, el lienzo a cielo abierto más grande del país.
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