Isabel II cumple setenta años de reinado, una cifra prodigiosa en un mundo de cambios acelerados, crisis encadenadas e incertidumbres al cubo. A lo largo ... de más de 21.000 actos públicos y de incontables reuniones privadas ha demostrado una altísima profesionalidad. He tenido la ocasión de saludarla en dos ocasiones en Londres, en reuniones con un protocolo perfecto, invisible y conducente a destacar la naturalidad y la facilidad de trato de la reina.
Mi impresión es que ha sido una monarca siempre fiel a su deber, consciente de que la auto-exigencia y el servicio a su país es lo único que puede explicar el privilegio en una sociedad igualitaria, con un aprecio muy relativo por el pasado. La Reina ha aportado estabilidad y cohesión al Reino Unido, inmerso en grandes cambios económicos, geopolíticos y sociales desde el final de la segunda guerra mundial. Se ha mantenido en la estricta neutralidad ante episodios tan traumáticos como la crisis de Suez, la descolonización, los referendos sobre Escocia o la pertenencia a la Unión Europea, mientras afirmaba lo que unía y no lo que separaba a sus compatriotas.
En el plano personal ha tenido que gestionar graves problemas familiares y hasta años horribles. Hoy su popularidad sigue siendo mucho más alta que la de cualquier político británico. Se podría decir que Isabel II es un espléndido ejemplo de liderazgo responsable y resistente, que contrasta enormemente con el estilo en boga de los mal llamados hombres fuertes. Se ha situado en las antípodas de la estridencia y la emocionalidad excesiva de tantos políticos populistas -empezando por su actual primer ministro-, que proponen soluciones sencillas a problemas muy complejos y buscan enemigos externos a los que culpar de todos los males.
La Reina ha optado por la discreción, el buen hacer en su trabajo diario y la consistencia entre sus palabras y sus actos. Isabel II ha perfeccionado el arte de sentirse cómoda ante la complejidad y la falta de certezas. Ha transformado su legitimidad histórica y constitucional en legitimidad de ejercicio, sin renunciar a los símbolos y a la tradición que encarna. Impresiona escucharla leer sin inmutarse año tras año el discurso de apertura del parlamento preparado por el gobierno de turno.
Ha conocido quince jefes de gobierno, de los que ha recibido consejo y a los que ha aconsejado a su vez, haciendo en ocasiones de adulto en la habitación. La gran experiencia que ha acumulado no solo se debe a su longevidad sino a su capacidad de aprender con cada acontecimiento histórico. Vivimos una época en la que se pide con insistencia más liderazgo en la política, la empresa y cualquier otro ámbito de la vida. Pero el interrogante crucial no es dónde encontramos líderes más visibles y seguros de sí mismos. El ejemplo de Isabel II nos lleva a preguntarnos si medimos el liderazgo en función de los valores humanos que se promueven y de los medios que se escogen para alcanzarlos.
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