A bordo de un viejo tanque en el frente de Donbás: «Es una ratonera, la gente muere abrasada»
El soldado ucraniano Valentín Molfar nos invita a montar en un T-72, una experiencia claustrofóbica. Si se estropea, lo mejor es salir corriendo y abandonarlo, la vida de los ocupantes corre peligro
Es difícil imaginarse cómo es ir a combatir a bordo de un viejo tanque soviético. Hasta que te metes en un T-72. «Entra y ... ven con nosotros para que lo entiendas», invita el soldado ucraniano Valentín Molfar en el frente del Donbás mientras abre la pesada escotilla que da acceso a uno de los tres puestos del carro de combate. Hay que entrar a pulso, dejarse caer, porque apoyar el pie en alguna de las palancas de las paredes es más que desaconsejable. Está todo lleno de grasa negra, el lugar no es apropiado para claustrofóbicos, y el asiento es especialmente incómodo.
A diferencia de lo que sucede con sus homólogos occidentales, el comandante y el artillero están sentados en la torreta, directamente sobre la munición. Es un diseño que convierte al T-72 en una ratonera. «Si nos disparan bien, la torreta sale disparada y es imposible sobrevivir. La gente muere calcinada en el interior», explica Molfar. Ejemplos en Ucrania los hay a patadas, sobre todo desde que Occidente comenzó a enviar los cohetes Javelin.
combatir a ciegas es una experiencia que no todos los soldados pasan con éxito. «Muchos no superan el miedo»
Este periodista fue testigo del día después del combate a las afueras de Kiev en abril, cuando una columna de blindados rusos fue atacada por militares ucranianos: los cuerpos ennegrecidos de los soldados rusos continuaban en el interior de los T-72, aunque numerosos restos de sus cuerpos se habían diseminado varios metros a la redonda.
Por eso, si el tanque se estropea, lo mejor es salir corriendo y abandonarlo, algo que el enemigo aprovechará para capturar el vehículo y sumarlo a sus filas. «Necesitamos que nos envíen los Leopard cuanto antes para evitar estas situaciones», añade el operador, que ya ha sufrido un ataque en carne propia. Afortunadamente, solo le ha provocado un problema de espalda.
Prismáticos especiales
La luz en el interior es tenue, tanto que hay que utilizar un foco adicional para poder grabar el vídeo que acompaña a esta información. Y, como sucede en los submarinos, para ver qué sucede en el exterior hay que utilizar unos prismáticos especiales -en este caso con visión nocturna- a los que únicamente tiene acceso el comandante. «Y estos sistemas son más modernos porque el tanque lo ha donado Polonia. Otros son aún más básicos», explica Molfar.
Solo el conductor, situado en la parte frontal con la cabeza al descubierto, es capaz de ver el exterior sin ningún tipo de artilugio. Y combatir a ciegas es una experiencia que no todos pasan con éxito. «Muchos no superan el miedo», afirma Molfar. Por si fuese poco, el ruido cuando el motor se enciende es ensordecedor. Una nube de humo negro anuncia que el tanque está a punto de moverse. Y lo hace con estertores. «Hay que calentarlo bien, pero luego conducirlo no es tan diferente de un coche», explica el soldado con una sonrisa. «Este tiene siete marchas, pero solo utilizamos las últimas en combate porque suelen dar problemas», añade.
El cuerpo está en constante vibración, es difícil mantener las gafas sobre la nariz
Cuando el tanque está en movimiento, el cuerpo entra en una constante vibración. Es difícil mantener las gafas sobre la nariz. En el asfalto, este gigante de hierro que antes de la invasión estaba condenado al desguace se mueve con relativa soltura y alcanza una velocidad sorprendente. Claro que 60 kilómetros por hora en un tanque parecen 200 en un automóvil. Pero cuando el T-72 se adentra campo a través, los botes ya hacen peligrar la cabeza. «Hay que sujetarse bien», bromea Molfar mientras posa junto a los elementos de protección reactiva que recubren por fuera las paredes del tanque.
«El mayor problema es que tenemos algunos tanques que pueden moverse, pero no disparan, y otros que disparan pero no se mueven», señala el responsable de la compañía, Yevgeniy Panchenko, junto a una montaña de restos de la gigantesca munición que dispara. Por eso, algunos están camuflados entre los árboles muy cerca de las posiciones rusas, y se utilizan casi como piezas de artillería. La joya de la corona es un T-80 fabricado en 2021 y capturado a los rusos. Ese prefiere no enseñarlo por dentro.
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