40 años del atentado contra un barco de Greenpeace, la tropelía de Mitterrand que aún recuerdan en Francia
El veterano periodista Hervé Gattegno revela en un libro nuevos detalles del peor escándalo del primer mandato del presidente socialista, en el que falleció un ecologista
La guerra entre Israel e Irán ha puesto el armamento atómico en el centro de la actualidad internacional. El Estado hebreo atacó de manera unilateral ... a la República Islámica con el argumento —o pretexto— de evitar que su enemigo iraní desarrolle una bomba nuclear, un arma de destrucción masiva que los israelíes consiguieron en el pasado de manera secreta y fuera del marco de los tratados internacionales. En el caso de Europa Occidental, Francia y Reino Unido son las dos únicas potencias nucleares, siendo los franceses los que disponen de una mayor cantidad de ojivas (290).
Aunque París presume de esta condición para preservar su influencia internacional, el desarrollo de este arsenal comportó una serie de escándalos, especialmente a causa de los ensayos nucleares en aquellos territorios galos resultantes del legado colonial. Dentro de pocos días se cumplirán 40 años de uno de esos casos más mediáticos: el sabotaje del barco 'Rainbow Warrior' de Greenpeace. El periodista Hervé Gattegno publicó recientemente el libro Deux bombes sous le Rainbow Warrior sobre este caso tan chocante como sorprendente, debido al uso del contraterrorismo para impedir la acción de protesta de una ONG ecologista y pacifista.
«Brutalidad desproporcionada»
«Debido a su brutalidad desproporcionada, (ese sabotaje) reveló las contradicciones de un Estado capaz de sacrificar sus principios a causa de las exigencias de una potencia, simbolizadas por los ensayos nucleares», escribe este periodista de investigación, que dirigió la revista Paris Match y el Journal du Dimanche. El 'Rainbow Warrior', con 12 personas a bordo, se dirigía en julio de 1985 hacia el islote de Moruroa, en la Polinesia francesa. Allí pretendía obstaculizar los ensayos de armas atómicas por parte del ejército francés. Sin embargo, el periplo militante se vio interrumpido de manera repentina el 10 de julio de ese año durante una escala en Auckland, en el norte de Nueva Zelanda.



Los servicios secretos franceses hicieron saltar por los aires la embarcación esa misma noche, después de que los militantes de Greenpeace hubieran celebrado a bordo el aniversario de uno de ellos. En contra de la voluntad de los responsables de ese sabotaje, comportó la muerte de uno de los tripulantes. Se trataba del fotógrafo portugués Fernando Pereira, que llevaba tres años siguiendo las campañas de esa organización internacional. Entonces, la policía neozelandesa detuvo a dos turistas suizos como principales sospechosos de la doble explosión, pero rápidamente se dio cuenta de que utilizaban una identidad falsa. Eran en realidad agentes de la DGSE, el equivalente de la CIA en Francia.
Aunque entonces los medios informaron de la implicación de los servicios secretos, «el caso terminó deshinchándose y no hubo ningún juicio en Francia ni Nueva Zelanda, puesto que se produjo un acuerdo entre las respectivas autoridades para repatriar a los agentes», explica Gattegno en declaraciones a este medio. En su libro aporta informaciones que se desconocían sobre el affaire y reproduce el informe que elaboró entonces el almirante Pierre Lacoste, responsable de la DGSE.
«No debemos tener ningún escrúpulo»
Ese documento confirma que el entonces presidente galo, François Mitterrand, dio su beneplácito a esa brutal operación. Lacoste se había reunido expresamente el 15 de mayo de ese año con el mandatario socialista para obtener su aprobación. Detrás de ella, también estaba el ministro de Defensa, Charles Hernu. «Quieren hacernos la guerra y estamos en guerra. No debemos tener ningún escrúpulo en estos asuntos cruciales», aseguraba ese dirigente sobre los militantes de Greenpeace.
Después de que los medios informaran de la implicación de los servicios secretos, Hernu tuvo que dimitir y el almirante Lacoste fue despedido. En cambio, Mitterrand se salió de rositas. Dejó que gestionara ese escándalo, probablemente el más grave de su primer mandato (1981-88), el primer ministro, Laurent Fabius, que no había estado al corriente de la preparación del sabotaje. Curiosamente, el conservador Jacques Chirac, que llevó las riendas del Ejecutivo entre 1986 y 1988, «no lo utilizó en su contra durante la campaña presidencial de 1988, a pesar de que estaba al corriente de la implicación del presidente», recuerda Gattegno.
El autor del libro recuerda una escena sorprendente en que el presidente le pide a su ministro de Defensa: «Charles, respóndele claramente al primer ministro: ¿Nuestros servicios secretos estuvieron implicados en la explosión del barco?». Y el ministro lo negó. «Así empezó la mecánica de la mentira», afirma Gattegno. «Un aspecto interesante sobre este caso es que nos muestra la visión puramente utilitaria que tenía Mitterrand sobre la verdad y la mentira», añade este periodista, que actualmente dirige la emisora Radio Classique. Eso no solo se vio reflejado en cómo ocultó aspectos de su vida personal —su enfermedad y su amante e hija secretas—, sino también iniciativas más graves como el sabotaje del barco de Greenpeace.
¿Francia debe pedir perdón a la Polinesia?
rancia realizó hasta 193 ensayos nucleares —un cuarto de ellos en la atmósfera— entre 1966 y 1996 en la Polinesia francesa. Esas experimentaciones aún siguen trayendo cola y así lo demuestra un informe parlamentario adoptado recientemente. Una comisión de investigación de la Asamblea Nacional aprobó el 17 de junio un texto en que exige a las autoridades galas que pidan perdón por esos ensayos nucleares. Una acción que, según ese documento, debería realizarla el presidente Emmanuel Macron o el Parlamento votando una ley en ese sentido.
«Sí, hubo mentiras», concluye el informe, votado por todos los partidos con la excepción de la ultraderechista Agrupación Nacional de Marine Le Pen. Las autoridades francesas engañaron de manera deliberada a los habitantes de la Polinesia diciéndoles que esas experimentaciones atómicas no suponían ningún riesgo. El organismo encargado de llevarlas a cabo «hizo una serie de controles en esa misma época que mostraban cómo la población estaba expuesta a unos niveles de radiación potencialmente nocivos para varias generaciones», recordó la diputada polinesia Mereana Reid Arbelot, ponente de esa comisión de investigación, en una entrevista para el diario L'Humanité.
Además de la medida simbólica del perdón, el informe parlamentario recomienda una mejor indemnización de las víctimas de los ensayos nucleares. También propone la creación de una jornada nacional para recordar esa experiencia sombría y la inclusión de ese episodio histórico en los manuales escolares. Con estas medidas, aspira a cerrar esa herida del pasado en un territorio de ultramar gobernado desde hace dos años por un partido independentista.
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