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Mikel Casal
Kevin McCarthy, el hombre que quería ser Nancy Pelosi

Kevin McCarthy, el hombre que quería ser Nancy Pelosi

La portavoz del Congreso tendrá que pasarle el título en enero al líder del Partido Republicano,que ha ganado la Cámara Baja. McCarthy, de 57 años, se perfila como el favorito para un puesto por el que lleva luchando toda su vida

MERCEDES GALLEGO

Domingo, 27 de noviembre 2022, 00:35

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Los niños quieren ser bomberos. El padre de Kevin McCarthy ya lo era, asistente del jefe de bomberos, pero él no quería ser el segundo de nadie. Lo que siempre quiso ser es Nancy Pelosi, rico y poderoso, tercero en línea de sucesión a la presidencia. Antes incluso de ser congresista, hablaba de ser portavoz del Congreso. Y desde que llegó a Washington, el mazo del poder estaba en manos de Pelosi. En cuanto el Partido Demócrata perdió la mayoría, el republicano de California intentó alzarse, sin éxito, con ese instrumento de poder que ahora ve más cerca que nunca. Un anillo que le susurra al oído y le transforma.

Figurar junto a los famosos le pierde, ya fueran Barack Obama o Elon Musk. Tras la sonrisa se esconde un trabajador incansable y afortunado, en el más estricto sentido de la palabra: a los 19 años le tocó la lotería, invirtió los 5.000 dólares en la bolsa y con lo que ganó en seis meses montó un negocio, se pagó la universidad y el coche. Descendiente de italianos e irlandeses, nació en Bakersfield, una ciudad del interior de California dedicada a la agricultura, la minería y el petróleo, que podría extrapolarse a Texas sin desentonar –es una de las metrópolis menos educadas, según el censo, y más obesas del país, según el index de Gallup-Healthways–. La suya era una de las pocas casas del barrio con piscina. En esa época los anglosajones suponían casi el 80% de la población. Hoy la mitad son hispanos y votan al Partido Republicano, porque cuando tu trabajo depende de las refinerías, hablar de energías limpias suena más negro que el petróleo.

En las entrevistas le gusta contar que es un republicano convencido, no por tradición. Se convirtió en el primero de su familia cuando vio a Jimmy Carter dirigirse a la nación con un jersey de lana. Su receta de bajar el termostato a 18 grados para enfrentar la crisis energética de los setenta «con espíritu de sacrificio» le pareció antiamericana. Reagan, gobernador de California, le sacaría del pesimismo al multiplicar las perforaciones petrolíferas, el carbón y la construcción de centrales nucleares.

Para entonces ya era empresario, odiaba pagar impuestos y someterse a las regulaciones del gobierno. Al volver a la Universidad para estudiar marketing y administración empresarial conoció a los republicanos que le llevarían hasta la Asamblea Estatal. Su mentor, Bill Thomas le considera hoy «un hipócrita».

Cuando el ex jefe de gabinete de la Casa Blanca, Mark Meadows, planteó que era «demasiado amable» para liderar el partido de Trump, se pasó ocho horas y media en el pódium del Congreso fustigando a los demócratas. El cronómetro no saltó por casualidad. Además de demostrar que podía ser duro con Joe Biden, se trataba de batir el récord histórico de ocho horas y diez minutos que había establecido Pelosi en 2018. Ella lo hizo a los 77 años, sobre tacones de diez centímetros y para defender a los hijos de inmigrantes conocidos como «soñadores». Él, para demorar la iniciativa de ley con la que Biden pretendía invertir 1,7 billones de dólares en «Reconstruir Mejor EEUU».

A la hora bruja, Pelosi entró en el hemiciclo y murmuró a los suyos que podían irse a descansar, no habría votación esa noche. Rabioso, McCarthy utilizó la madrugada para especular con que Pelosi no acabaría su mandato. «Quiero que me pase el mazo», confesó.

Desliz televisivo

No era la primera vez que le traicionaba el subconsciente. En octubre de 2015 torpedeó su primer intento de convertirse en portavoz de la cámara al fardar en televisión de haber hundido los índices de popularidad de Hillary Clinton con el trabajo de la comisión especial que investigó los ataques terroristas al consulado de Bengasi en 2012 mientras era secretaria de Estado. «Todo el mundo pensaba que Hillary era imbatible, ¿verdad? Nosotros montamos el comité especial de Bengasi y ¿dónde está hoy en las encuestas?». Hasta entonces su partido decía no tener objetivos políticos, sólo esclarecer las circunstancias en las que murieron cuatro estadounidenses, entre ellos el embajador Christopher Stevens.

McCarthy no estaba listo para el 'prime time' televisivo, concluyó el ala conservadora. En el contrataque salió a flote un romance extramatrimonial con la diputada de Carolina del Norte Renee Ellmers, también casada. Ambos lo negaron tajantemente, pero a las pocas horas McCarthy retiró su candidatura.

Ocho años después, ya nadie puede acusarle de falta de experiencia. En este tiempo ha convertido la oficina de 'líder del látigo' que alinea los votos en una sala de recreo en la que no faltan cervezas y snacks. Aprovecha los aviones para estudiarse el perfil de cada uno de los 435 escaños del Congreso, es un eficaz recaudador de fondos y se arrodilla ante Trump cuanto es necesario. Comenzó mofándose a puerta cerrada de que Putin le tenía en nómina –algo que negó vehementemente hasta que se le oyó en una grabación– y acabó tan sumiso que el presidente le llamaba 'Mi Kevin'.

Ira y ambición

La obediencia no era recíproca. Cuando le telefoneó durante la insurrección del 6 de enero para pedirle que retirase a sus huestes, Trump le respondió que no eran sus seguidores, sino miembros de antifa. McCarthy no pudo por menos que corregirle. «Bueno, Kevin, entonces supongo que están más enfadados que tú con los resultados electorales». Hasta ese momento había asumido las teorías del robo electoral, pero con la vida en juego se atrevió a gritarle. «¡Con quién te crees que estás hablando!». Al colgar especuló con cesarle del cargo. «¡Ya estoy harto de este tipo!», farfulló.

La ira le duró menos que la ambición. Tres semanas después fue a visitarle a su residencia de Mar-a-Lago para pedirle que le ayudase a recuperar el control de la Cámara Baja, de la que solo será portavoz el 3 de enero si obtiene 218 votos. La foto que se tomó con Trump fue el precio de su humillación. La del momento en que Pelosi le pase el mazo, la que ha perseguido toda la vida.

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