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«Para que Estados Unidos sea una gran nación, debemos ser siempre una nación bajo Dios». La solemne frase de Donald Trump al firmar el ... decreto que establece la creación de la Comisión de Libertad Religiosa en EE UU fue celebrada el pasado jueves por millones de pastores, sacerdotes y fieles. El presidente cerraba así el círculo de fe que abrió en plena campaña electoral y que le proporcionó el 56% del voto católico y el 80% de los evangélicos blancos, ambos decisivos para su conquista del Despacho Oval.
El decreto también ha sido motivo de festejo por la comunidad cristiana por otra razón. La constitución de la comisión implica que, a partir de ahora, habrá alguien responsable en el Gobierno de vigilar las «amenazas» que se ciernen sobre la Iglesia en EE UU y de proteger el credo de cara a las generaciones futuras. Las dos son reivindicaciones tradicionales del movimiento religioso ultraconservador al que Trump energiza y alimenta con ideas como la existencia de una «persecución contra el cristiano».
La orden está pensada para el cinturón bíblico estadounidense, los nueve Estados del Sur que se volcaron con el líder republicano en las elecciones y que a la entrada de las iglesias colocan folletos con imágenes de neonatos y la advertencia de que, en el tiempo que dura la lectura del panfleto, tres niños son asesinados en el «holocausto» del aborto.
Karoline Leavitt
Portavoz de la Casa Blanca
Es por campañas como esta que un número importante de opositores denuncia públicamente las últimas iniciativas del Gobierno que interseccionan con los asuntos de la fe. Aparte de cuestionar abiertamente la separación entre el Estado y la Iglesia, como ha puesto de manifiesto el Partido Demócrata, los críticos opinan que decretos como el de la libertad religiosa pueden utilizarse como herramientas de ideología política favorables a la extrema derecha o a movimientos como el antiabortista o contra la desnaturalización de sexo.
Una cuestión es cierta: la religiosidad impregna por completo la nueva Casa Blanca. La portavoz, Karoline Leavitt, reza con sus subordinados antes de cada rueda de prensa para «tener la capacidad de articular las palabras» delante de los periodistas. «La oración previa en equipo es simplemente un momento de silencio y quietud, y de pedirle a Dios confianza. Me da la seguridad para ofrecer una sesión informativa», ha explicado. Eso no ha evitado que en sus intervenciones diga que los inmigrantes ilegales son «todos unos criminales». En Washington Dios parece estar con quienes tienen papeles, en versión Leavitt.
En una nación fundada bajo el núcleo protestante y que ahora rinde culto mayoritario al catolicismo, el secretario de Estado, Marco Rubio, apareció el Miércoles de Ceniza en televisión mostrando una gran cruz en la frente. Los fieles le aplaudieron. Pero varios analistas de opinión lo consideraron como una manera del gabinete de Trump de marcar territorio respecto a los demócratas y los progresistas que le acusan de atávico y atacan sus recortes sociales, las 'antipolíticas' de diversidad e inclusión o las presiones sobre las universidades.
El poderoso asesor del presidente, hijo de emigrantes cubanos, es un devoto profundo con una historia singular. Bautizado por el rito católico, se convirtió a la fe mormona con 8 años por influencia familiar. A los 11, sin embargo, vio en televisión una retransmisión de la Misa de Pascua oficiada por Juan Pablo II y regresó al catolicismo.
«Una emoción misteriosa y profunda me trajo de vuelta a la Iglesia», ha señalado en entrevistas el jefe de la diplomacia estadounidense que, en 2008, en su discurso de despedida de la Cámara de Representantes de Florida antes de hacer carrera como senador, proclamó ante un público que no se lo esperaba: «No me importa lo que los tribunales de todo el país digan. Me dan igual las leyes que votamos. Dios es real».
Durante su primer mandato, entre 2017 y 2021, Trump se rodeó tanto de católicos como de protestantes, a quienes situó en puestos importantes de su Administración. Su vicepresidente, Mike Pence, es un convencido evangélico que se define como «cristiano, conservador y republicano», en ese orden. La comunidad a la que pertenece votó en masa por su jefe en aquellas elecciones de 2016. Por el contrario, su rival, la demócrata Hilary Clinton, le sacó cuarenta puntos de ventaja entre los electores no adscritos a un culto.
Joe Biden también es un activo creyente, pero en su caso con un sesgo más liberal, lo que podría asimilarse con un cauteloso y ligero socialismo cristiano. Podía ordenar el envío de miles de millones de dólares en armas a Ucrania y luego orar contra la desigualdad social y racial. Sin embargo, la religión nunca interfirió de manera notoria en su mandato ni tampoco en su proyecto para la nación. Todo lo contrario al líder republicano, que realiza ostentosos gestos de fe y hace una semana convirtió el tradicional Día Nacional de la Oración en la Casa Blanca en una gran demostración de fervor en la histórica Rosaleda de la residencia presidencial al reunir a casi un centenar de pastores, predicadores y rectores de iglesias en un multitudinario rezo.
What a wonderful day yesterday @WhiteHouse for the National Day of Prayer! pic.twitter.com/4I2gj7U9Z5
— Paula White-Cain (@Paula_White) May 2, 2025
«¿Quién hubiera pensado que estaríamos en la Casa Blanca con más de noventa líderes religiosos cantando alabanzas?», se ufanó Sean Feucht, excandidato republicano por California, cantautor y compositor cristiano que ha ejercido como líder de alabanza en la iglesia Bethel, un megaculto pentecostal, neocarismático y no denominacional que congrega a multitudes. La jornada de oración atrajo a católicos tradicionales y a toda la constelación de movimientos subsidiarios que identifican a una parte de la sociedad estadounidense y han llevado de la mano a Trump, «el ungido», a la cima del poder: desde la hermana Tracy Browning, representante de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, hasta los pastores de la Iglesia Lakepointe –radicada en México y Washington que profetiza la segunda venida de Jesús–, The Pursuit NW –son conocidos sus mítines y conciertos para glorificar al Señor– o la Generation Church, fundada en 2014 y que considera la fe en Jesucristo como la única esperanza de redención de la persona.
Estados Unidos se sustenta sobre un modelo social laico donde el peso de lo religioso y la moral en la política y la vida pública es muy alto. Pese al conservadurismo católico que emana de su Gobierno, apenas se sabe nada de la auténtica confesión del presidente. En 2011 se declaró presbiteriano y en 2020, «cristiano no denominacional», lo que le permite satisfacer tanto a los evangélicos como a los grandes telepredicadores que rezan por él en horario de máxima audiencia. El pasado verano, en Butler, una bala de un francotirador le rozó la oreja. «Me tiraron al suelo, básicamente por lo que parecía una mano sobrenatural», exclamó para satisfacción de los pastores telemáticos que le denominan un «instrumento de Dios». El presidente ha habituado a todos sus secretarios de Estado, asesores y altos cargos a rezar juntos en el Despacho Oval, en una oración colectiva donde Paula White-Cain le impone las manos.
90 líderes religiosos
acudieron hace una semana al tradicional Día Nacional de Oración en la Casa Blanca.
40 años
es el tiempo que la consejera de la fe de la Casa Blanca, Paula White-Cain, lleva predicando, sobre todo en las televisiones y en su propio culto.
¿Paula White-Cain? La mujer del teclista de la banda de rock Journey es la consejera religiosa personal de Trump. «Una tarea que me ha encomendado Dios», afirma. A sus 59 años, esta popular teleevangelista dirige la Oficina de la Fe, un departamento que el mandatario ha ordenado trasladar al Ala Oeste de la Casa Blanca donde ella representa una autoridad moral. Rechazada por un sector teológico conservador y por otros de la izquierda que la sitúan en el terreno del fanatismo religioso ultraconservador, es la líder apostólica en EE UU del movimiento carismático independiente e impulsora de la denominada teología de la prosperidad. Según este discurso, Dios habría ordenado que «nadie se presentara ante mí con las manos vacías». Ella misma pidió a los simpatizantes de su propia iglesia que donaran un mes de su sueldo a la causa para «obtener las bendiciones de Dios». Es multimillonaria.
White-Cain posee su propio ministerio pentecostal en Florida. Predica desde hace 40 años. Hace 25, el líder republicano la conoció mientras dirigía un programa religioso en un canal de televisión de Florida. Puede alardear de dirigir al Gobierno como si fuera su congregación. Todos sus miembros siguen sus sermones con los ojos cerrados y las manos extendidas. Los demócratas aseguran que nunca en ninguna Administración se ha visto una injerencia así entre religión y política. Pero es normal. Paula le dijo a Trump en la investidura: «Dios te asignará un ángel. Será enemigo de tus enemigos. Y te dará prosperidad». ¿Quién no querría un consejero así?
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