Chile cambia de etapa, ¿y de modelo?
Las elecciones chilenas del 15 y 16 de mayo alteraron el tablero político. La sorpresa dio lugar a titulares desproporcionados que, para transmitir lo ocurrido, ... resaltan la magnitud del cambio, pero sin reparar en el mayor recorrido de los procesos políticos. En México, el PRI fue asesinado en demasiadas ocasiones, especialmente tras la victoria de Vicente Fox en 2000. Sin embargo, en 2012 renació con el triunfo de Peña Nieto y el próximo 6 de junio parece que volverá renovado a las elecciones parlamentarias.
Esto implica que en política nadie está definitivamente muerto hasta que realmente lo esté. Da igual que voces bien intencionadas digan que «los chilenos entierran en las urnas a los partidos de la transición a la democracia», o que «la derecha» ha sufrido una verdadera «debacle». Si bien las cosas son como son, hay diferencias entre una fotografía puntual del resultado electoral o una película que analice los hechos como un proceso, incorporando el medio y largo plazo.
La elección a la Asamblea Constituyente dice varias cosas, como que los partidos políticos tradicionales, y las coaliciones armadas para la consulta, no obtuvieron los resultados esperados y que ninguna tendrá la minoría de bloqueo de un tercio de los 155 representantes. De modo que será factible incluir en la Constitución propuestas quiméricas u otras que impliquen grandes niveles de gasto.
Otro dato relevante es la presencia mayoritaria de independientes. En buena medida de izquierda o centro izquierda, pero también de derecha. La pregunta es: ¿Qué Constitución saldrá de todo esto? Los mercados, siempre desconfiados, ya han dado su primera respuesta: un desplome de la bolsa del 10% y una sacudida brutal del dólar.
La fragmentación (ausencia de un bloque hegemónico o mayoritario y peso de los independientes) dificultará redactar un texto consensuado y equilibrado. Pero, al no haber minorías de bloqueo claras, aumentarán los incentivos para un acuerdo final, especialmente si los constituyentes se convencen de su rol histórico.
La participación fue muy baja, casi del 40%, y bastante menor del 51% del plebiscito constitucional de 2020. Este fuerte desinterés en la política remite a la desafección con la democracia y al sentimiento antielitista y 'antiestablishment'. Nuevamente en las elecciones de América Latina primó el voto de castigo al oficialismo, comprometiendo el reconocimiento de quienes detentan el poder.
El terremoto electoral también afectó a la elección presidencial del 21 de noviembre próximo, aunque ya hay que elegir precandidatos. Lo que se vio esta vez, a diferencia de contiendas pasadas, tras la dictadura de Pinochet, es que no habrá lucha entre un candidato de derechas y otro de centro izquierda. De momento, la política binaria se ha acabado, dando lugar a más fragmentación e incertidumbre.
Las coaliciones que puedan armarse para una eventual segunda vuelta dependerán más de la identidad de los dos mejor colocados que de la capacidad e integridad de los candidatos. Como en Perú, no serían descartable alianzas negativas para evitar el triunfo de X o Y, en lugar de potenciar acuerdos programáticos.
Chile ha ingresado en una nueva etapa política, menos previsible y más incierta. La cuestión es si esta transformación será acompañada de un cambio de modelo. Todo es posible, pero el resultado dependerá de unos y de otros, de cuánto quieran imponer, según sus resultados, y de cuánto estén dispuestos a ceder y negociar en función del interés común.
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