Todas las alarmas fueron desoídas

Pasividad. Europa desatendió avisos de expertos sobre el riesgo de que pandemias que hasta ahora sólo golpeaban en el Tercer Mundo también podían llegar al Viejo Continente

Domingo, 26 de abril 2020, 02:54

El ministro Pedro Duque es más científico que político. Por ello cae a menudo en las trampas que le tiende su sinceridad. Como cuando hace ... unos días se desmarcó del discurso monocorde del Gobierno y reconoció que la gestión del coronavirus es sustancialmente mejorable. O cuando admitió que deberían haber existido «protocolos de prevención ya elaborados con reacciones automáticas ante las pandemias, como los que tienen algunos países de Oriente». El exastronauta criticó la pasividad europea en distintos precedentes como la gripe aviar (2004-2006), la gripe A (H1N1) en 2009 y 2010 –más de 18.000 muertos– o el virus H7N9 en 2013.

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Ese último año el Parlamento comunitario sí aprobó un informe que reclamaba una revisión de los planes de prevención y gestión de futuras epidemias con el objetivo de aumentar su eficacia y coherencia. Pero pocos estados miembros de la Unión Europea vieron la conveniencia de invertir millones de euros para adquirir vacunas contra aquellas cepas, que ya provocaron la muerte de miles de personas, argumentando que la gripe estacionaria mataba a muchas más.

Legos en historia, los políticos no han tenido en cuenta que el Viejo Continente sufre pandemias a intervalos de entre diez y cincuenta años. En el siglo XX se produjeron tres: la de 1918, que provocó unos 40 millones de muertes; la de 1957, en la que perdieron la vida más de dos millones, y la de 1968, con cerca de un millón de víctimas, según recuerda la Organización Mundial de la Salud (OMS), que desde 1999 aconseja a los distintos gobiernos diseñar de antemano la mejor respuesta ante una futura amenaza.

La OMS recomendó entonces con enfasis «el establecimiento de comités nacionales de planificación, responsables de desarrollar estrategias apropiadas» para minimizar «el enorme coste en enfermedad y muertes». El ente internacional alertaba de que «los sistemas de atención de la salud podrían resultar rápidamente saturados, las economías excedidas y el orden social roto».

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Todos hemos podido comprobar que sus trágicas predicciones se han cumplido, como también el tiempo ha certificado que sus sugerencias fueron desoídas.

Sin preparación

Tan sólo algunas honrosas excepciones leyeron la alarma y actuaron en consecuencia. Entre ellas algunos países asiáticos, que han afrontado el coronavirus con la experiencia adquirida por las agencias de investigación creadas tras la crisis del SARS y el bagaje acumulado en ejercicios y prospecciones realizadas para dar respuesta a potenciales epidemias.

«En Europa y Estados Unidos hemos visto que no sólo faltaba preparación, sino que se ha reaccionado tarde», indicaba hace unas semanas el epidemiólogo Tolbert Nyenswah, profesor de la Escuela de Salud Pública Bloomberg de la Universidad Johns Hopkins, centro académico norteamericano que se ha erigido en referencia ante el Covid-19 y que contabiliza con rigor las víctimas mundiales del patógeno.

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Sólo dos países europeos hicieron los deberes y el examen de la pandemia les pilló con la materia estudiada. Por ello, Alemania, con sólo 61 muertos por cada millón de habitantes, y Finlandia (27) pueden presumir de su previsión. Sus estrategias fueron las correctas.

Alemania

La simulación catrastrofista que acertó de pleno

AFP

Los alemanes han adoptado una táctica ya perfilada en 2012 por el Instituto Robert Koch (IRK) para el Bundestag (Cámara Baja del Parlamento). Contemplaba un protocolo de actuación que podría haberse extraído de la película catastrofista '28 días después' (2002) o de su remake '28 semanas después' (2007), ambas ahora tristemente de actualidad.

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Aquel documento, titulado 'Informe sobre análisis de riesgo en la protección de la población', partía de una simulación en la que un virus de origen asiático bautizado como 'Modi SARS' llega a territorio germano e infecta a alrededor de seis millones de personas. Esta hipotética enfermedad se manifestaba con síntomas como fiebre, tos, náuseas y neumonía.

Fue un informe profético. Anticipaba tres oleadas de la enfermedad y contemplaba que, dado que el virus tenía capacidad para mutar, las personas podían volver a infectarse después de un tiempo. El modelo teórico demostraba que las cuarentenas podían frenar la pandemia, pero no detenerla.

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Este documento fue desempolvado por Angela Merkel el 10 de marzo, cuando pronunció una frase textual: «A falta de vacuna y de tratamiento, hemos de contar con que el 70% de la población resultará infectada». La canciller también puso en conocimiento de sus compatriotas las consignas de actuación de Instituto Robert Koch: «blindar a la población de más alto riesgo –ancianos y personas con enfermedades crónicas–; restringir los contactos para ralentizar la expansión del virus y evitar así el colapso del sistema sanitario; y, por último, proveer de medios».

Mercado desabastecido

Aquella simulación pronosticaba, asimismo, «una creciente demanda de productos farmacéuticos, dispositivos médicos, equipos de protección personal y desinfectantes». Al tiempo que avisaba de que, «debido a que hospitales y consultorios médicos dependen generalmente de la entrega rápida de estos productos, el mercado dejaría de satisfacer plenamente la demanda y surgirían cuellos de botella». Por ello, el Ejecutivo de Berlín se dispuso nada más conocer la llegada del coronavirus, a mediados de marzo, a la masiva producción nacional de mascarillas y desinfectantes a mediados.

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Siguiendo también las indicaciones del instituto Koch, Alemania reaccionó con celeridad ante una problable carencia de capacidades humanas y camas de atención intensiva para los casos más graves en centros sanitarios y hospitales.

«Estamos ante una epidemia a gran escala y ciertamente no puede haber nadie que estuviese completamente preparado para ello, pero contar con herramientas desde el principio, naturalmente ayuda», sostiene ahora Lothar Wieler, director del IRK y encargado de formular «ayudas de planificación» para clínicas y residencias de mayores, y de estimular el «almacenamiento» de respiradores y otros elementos de protección. Y establece conceptos de gestión «para la adquisición rápida en caso de emergencia».

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Con todo este 'equipaje' de conocimiento, cuando se detectó el primer caso en Alemania el 22 de enero en la empresa Webasto, cerca de Múnich, los médicos supieron qué hacer. Se realizaron test de manera sistemática a todas las personas que habían tenido contacto con el enfermo, lo que hizo que aparecieran varios casos más que fueron igualmente aislados. Con esta actuación lograron evitar ponerse a la cabeza en el número de infectados.

Finlandia

La previsora reserva civil para la Guerra Fría

EFE

El otro país 'previsor' europeo fue Finlandia. El Gobierno de Helsinki ha desvelado recientemente que desde los tiempos de la Guerra Fría posee secretos almacenes de provisiones para emergencias en diversos puntos de sus geografía. En las últimas semanas han cobrado importancia porque atesoran productos muy preciados en la actualidad como mascarillas y respiradores. La crisis del coronavirus ha provocado que, por primera vez, el país nórdico se haya visto obligado a recurrir a estos productos médicos guardados hasta ahora bajo llave.

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Fue finales a marzo cuando el Ejecutivo ordenó a la Agencia Nacional de Suministros de Emergencia abrir esas naves desconocidas para la mayoría de la población para distribuir el material acumulado entre los hospitales del país después de que las autoridades sanitarias advirtieran de que se estaban quedando cortos de materiales de protección debido al retraso o la cancelación en las entregas.

Telón de acero

Desde la época del Telón de acero, Finlandia –que comparte más de 1.300 kilómetros de frontera con Rusia y que ya fue invadida por la antigua Unión Soviética– mantiene un stock de los productos considerados fundamentales para garantizar el bienestar de la población y el funcionamiento de la economía ante eventuales crisis. Las reservas se utilizan para mantener una producción viable de energía, alimentos y servicios de salud, o bien para fines militares.

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Cada cinco o seis años, el Gobierno renueva la decisión sobre cuáles son los bienes esenciales que se deben almacenar. En estos momentos, las reservas contienen, por ejemplo, varios combustibles de importación, cereales, medicamentos y otros equipos de atención médica.

«No hay ningún sistema parecido en otro lugar de Europa», aseguró el director de la Agencia Nacional de Suministros de Emergencia, Jyrki Hakola, al periódico 'Helsingin Sanomat'. Al parecer, Suecia contaba con una red de almacenes similar, pero decidió desmantelarla en los años noventa tras la caída de la URSS y el fin de la Guerra Fría.

Las existencias se van reponiendo y rara vez se han tenido que utilizar para una emergencia real. En el caso de los artículos médicos, es la primera vez que son precisas, aunque en los últimos años sí que se ha tenido que recurrir a otro tipo de existencias, como semillas, como en 2018, para proteger la producción agrícola tras una temporada excepcionalmente mala debido a las condiciones climáticas.

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