Ayer el protagonista del día no fue Iñaki Urdangarin sino su hijo Pablo. Él acabó siendo la auténtica víctima de una 'pillada' monumental; mayor ... aún que la de su padre paseando (aparentemente de la mano) con una rubia que no era la infanta Cristina. Porque lo de Iñaki podría ser un efecto óptico. Pero las declaraciones de Pablo a micro abierto no admiten efecto auditivo que valga: él, quizás sin pretenderlo, se ha encargado de confirmar que existe una crisis conyugal entre los exduques de Palma.
Sus frases («Son cosas que pasan», «es algo que tenemos que hablar en casa», «todos nos vamos a querer igual») recordaban a las de cualquier hijo de famoso intentando edulcorar la inminente separación de sus padres. Solo que cualquier hijo de famoso (léase Kiko Rivera) no habría dado explicaciones en la calle. Y mucho menos junto a un anuncio de Llongueras, el expeluquero de la infanta. Lo habría hecho en un plató y cobrando. Está claro que Pablo Urdangarin no es Paquirrín. Queda claro también que ayer no mintió cuando dijo que aún no había hablado con su madre. De haberlo hecho, es muy probable que ella le hubiera prohibido abrir la boca.
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Pero en Pablo Nicolás Sebastián de Todos los Santos Urdangarin y Borbón ayer pesó más la espontaneidad de un chaval de 21 años que todos sus rutilantes nombres y apellidos, el ser octavo en la línea de sucesión al trono español o el haber sido bautizado en el palacio de la Zarzuela por el arzobispo Rouco Varela. Vista su sinceridad, a este joven jugador de balonmano del Barça con voz de barítono dan ganas de preguntarle por las extrañas relaciones de su abuelo materno con esos jeques árabes con los que a veces se le ha visto de la mano... Lo mismo confirma sin querer una exclusiva mundial.
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