Quienes, como yo, estén deseando leer que se ha terminado no ya la pandemia sino la insoportable matraca diaria que conlleva la pandemia, que sepan ... que acaba de producirse el primer indicio claro de que nos encontramos ante el principio del fin. Es decir, que a la vuelta de la esquina nos espera ese deseadísimo omega capaz de ayudarnos a olvidar al aguafiestas de ómicron. No fantaseo. El Gobierno ya está trabajando en un plan destinado a vigilar la covid como si fuera una gripe. Nada de ir contando caso por caso, registrando a los positivos y aislando a sus contactos estrechos... En resumen: a vivir que son dos días (de fiebre, y luego algo de tos y flojera).
Publicidad
Claro que la covid seguirá provocando ingresos hospitalarios. ¿Pero acaso no mata la gripe y convivimos con ella? ¿Alguna vez se han suspendido las clases porque hubiera cinco o seis griposos en el aula? ¿Dejaban de volar los aviones ante el ataque de tos de una azafata? Siempre dijimos que el día en que el coronavirus fuera equiparable en mortalidad a la gripe común se terminaría la pesadilla. Ahora los científicos afirman que ómicron, en proporción, está resultando menos letal que la gripe de 2019. Así que hay motivos para el optimismo. Y esto no lo dice 'Novac-unado' Djokovic sino una 'trivacunada' asidua a la mascarilla.
A los cenizos que llevan meses augurando que esto ha venido para quedarse y que ya nada volverá a ser lo mismo, recordarles que salvo los recién nacidos, todos somos hijos, nietos o bisnietos de otra pandemia, la de 1918, descrita por Josep Pla en su 'Cuaderno gris', donde daba por hecho que «al final todos acabaremos contagiados». ¿Y acaso no volvió la gente a abrazarse, a besarse y a juntarse después? Yo diría que sí, e incluso con más ganas. Pues aquí, lo mismo.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión