El sábado por la tarde el centro de Bilbao era un puro trajín, una amalgama de paraguas bajo la lluvia que entrechocaban por las aceras ... y provocaban charcos a la entrada de los comercios en una de las fechas más consumistas del año: el fin de semana del Black Friday. A media tarde, una manifestación congregó a decenas de optimistas ciudadanos (gente muy segura de su sistema inmunológico) en la Gran Vía. Marchaban por la calzada apelotonadísimos, vociferantes y sin mascarilla, protestando por las restricciones, por las vacunas y por la madre que parió no al virus, sino al Gobierno que según ellos cercena nuestras libertades. Muchos al contemplarlos no daban crédito... Sin embargo, ellos también discurrían amontonados por la acera y deseosos de llegar a un bar donde poder quitarse la mascarilla y fundirse con otros alientos en torno a un vino o una cerveza. En el fondo, pensé, no somos tan distintos.
Todavía no sabía cómo iba a acabar el día... Todos hemos experimentado alguna vez esa angustia palpitante que te encoge el estómago y te acelera el corazón al descubrir que (¡horror!) has perdido el móvil o las tarjetas de crédito. Pues bien, mi amiga Almudena Cacho perdió ambas cosas esa tarde. Y no lo supo hasta que las dos llegamos al cine dispuestas a ver 'La Casa Gucci'. Antes de que empezara la película, llamé a su móvil convencida de que sonaría cerca. Pero el teléfono lo contestó una voz de hombre... Ese hombre se llama Jose, es colombiano, trabaja como carnicero y le devolvió a mi amiga su iPhone y sus tarjetas con una sonrisa, un apretón de manos y una sentencia: «Las cosas hay que hacerlas bien». No sé a quién votará Jose ni qué pensará de las vacunas. ¿Acaso importa? Mientras haya gente como él, el mundo seguirá siendo un lugar habitable.
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