Futurología

El candelabro ·

Una vez, paseando por la catedral de Granada, se me acercó una gitana de esas que te regalan una ramita de romero y luego te ... la quieren cobrar a precio de azafrán, y se ofreció a leerme la mano. Bueno, lo de ofrecerse es un decir. Me agarró la muñeca y no me la soltó hasta que terminó de escudriñar todas las líneas de mi palma izquierda mientras recitaba una letanía aprendida que venía a resumir en cuatro lugares comunes todo lo que me esperaba en la vida: conocerás a un hombre moreno, etc.

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Gitanas adivinas he visto muchas a lo largo de los años. Cuando viví en Sevilla, muy cerca de la Giralda, me las tropezaba a diario. Pero de la de Granada me acuerdo porque a esa le acabé soltando cinco mil pesetas (de las de los años 90) y todavía me duelen. Creo que me pilló enamorada (de la vida en general) y con una sonrisa bobalicona saqué un billete para demostrarle que no tenía cambio. Me dijo que ya iba ella a buscarlo... Y hasta hoy. Con esto quiero decir que, a mi pequeña escala, sé lo que es hacer el primo con la futurología. Y no seré yo quien se ría de esa pobre mujer que acabó entregándole miles de euros a la tarotista Pepita Vilallonga (en el banquillo) a cambio de que esta le prolongara la vida unos meses. También te digo que a mí me vaticinan, como a esa señora, que yo y mis perros no llegamos vivos al fin de semana y no me lo creo. Principalmente porque no tengo perros.

El vicio de la videncia lo dejé, igual que la cafeína, hace mucho y para siempre. Concretamente, después de que una echadora de baraja española a la que entrevisté me augurara un futuro brillante. «La espada lo confirma con toda seguridad», sentenció. Y quién soy yo para refutarlo... Ahora, si alguien me pronostica cuánto me queda de vida, será porque lleva una bata blanca y tiene el título de Medicina.

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