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Espartaco: «Ojalá pudiera poner de pie a todos los toros que he matado»

Espartaco: «Ojalá pudiera poner de pie a todos los toros que he matado»

Juan Antonio Ruíz Espartaco. Torero ·

«La fama nos perjudicó, si fuéramos anónimos mi mujer y yo ni nos habríamos divorciado, se dicen muchas cosas en caliente y eso luego se paga»

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Miércoles, 3 de enero 2018, 00:15

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Ahora que los animales son reconocidos como seres vivos sensibles, Espartaco confiesa que ha sufrido matando toros que consideraba amigos... «La muerte es muy difícil defenderla», reconoce. Pero él sigue apoyando que el toro bravo debe morir en la plaza.

Una reciente visita de Espartaco al Club Cocherito de Bilbao sirvió para descubrir que el célebre matador es un consumado monologuista... Contando anécdotas no tiene rival. Cortó las dos orejas y el rabo y dejó al respetable llorando de risa. A sus 55, dos años después de cortarse la coleta, el que fuera primera figura intenta explicar en esta entrevista su amor al toro, y explicarse a sí mismo la peor cornada de su vida: su divorcio.

¿Cómo mata el tiempo un matador retirado?

–Echando muchas horas en el campo. Y los fines de semana que ellos pueden, con mis hijos. Antes uno era artista y torero y ahora es un trabajador. Estoy en la lucha continua. Me faltan horas. Hay días que se me olvida hasta comer.

¿Más ‘cornás’ da la ganadería de bravo?

–Sí, más que el toreo. La mayor parte de mi ganadería es de carne, pero tengo una punta importante de ganadería brava con la que pierdo dinero. Para un toro que va a la plaza, tienes que mantener a diez de su generación. Pero como les digo a mis hijos, no le pidamos al toro muchas ganancias que bastante nos ha dado.

Como ganadero de carne, los veganos le caerán fatal...

–No tengo ninguna antipatía por ellos. La gente tiene que ser como es, tener esa pureza interior. Lo que sí me gustaría es que ellos me respetaran también.

¿Tiene mono de toro Espartaco?

–No, de verdad que no. Toreo de vez en cuando en el campo, en algún festival... Si volviera no sería justo conmigo mismo ni con el público, porque no podría estar a la altura de las circunstancias. Y siempre he sido muy responsable.

¿Se siente parte de un mundo que se desmorona?

–Es verdad que el mundo del toro vive momentos difíciles. Hoy es totalmente desconocido. Y a la gente que nada más ve la sangre en las corridas de toros cuesta explicarle lo que pasa en un ruedo, porque la muerte es muy difícil defenderla.

Pero usted la defiende.

–Si a mí me aseguraran que todos los toros y los animales en general iban a vivir para toda la vida yo lo firmaba. Pero eso en la naturaleza es imposible. Si tienen que morir en el matadero o en otras situaciones, yo defiendo que el toro bravo muera en la plaza. El amor y el respeto que le tenemos los toreros al toro es increíble. Pero yo también respeto a los antitaurinos, porque entiendo que desde su punto de vista lo ven como lo ven.

¿No entra al trapo ni cuando le llaman asesino?

–No, porque cuando las personas no conocen lo que están diciendo son perdonables. A los antitaurinos siempre los invito al campo. Me gustaría que a la gente se le abrieran las puertas de la dehesa. Dejarían de vernos a los toreros como bichos raros, gente capaz de maltratar a un animal. Yo ahora más que torero me siento protector del toro bravo.

Y eso que con la espada era infalible.

–He sido bueno. Y me ha costado muchas veces matar a un toro, no se crea... Porque al toro siempre lo he tenido por un amigo. Es muy difícil entender cómo matas a un amigo que te ha dado tanto. Ha habido momentos en los que al toro hubiera querido indultarlo. Ojalá yo pudiera poner de pie a todos los toros que he matado. Me han dado tantas cosas bonitas...

Extraña historia de amor la suya.

–Sí, nuestro vocabulario hacia el toro es de un amor tremendo. Por eso al entrar a matar he querido muchas veces matar bien, no solo para tener un triunfo mayor, sino también para hacer que ese toro sufriera lo menos posible. Y eso me ha costado muchas cornadas (tengo 23) y muchas horas de quirófano.

Con el arte que tiene contando anécdotas, ¿no ha pensado meterse a monologuista?

–No, no, je, je... Me gusta contar anécdotas mucho más que dar consejos. Enseñan más.

De ellas he deducido que tiene una relación freudiana con su padre.

–Es que mi padre es muy grande. Es un loco. Ese sí que está majarón perdido por el toro. Tiene 76 años y camina 25 kilómetros diarios, entrena todos los días, torea todos los días de salón, no fuma, no bebe, se cuida... Él piensa que mañana puede debutar en Las Ventas, je, je... Todavía sigue con ese sueño.

Vamos, que ni el Juncal de Paco Rabal.

–Mi padre a Juncal lo deja chiquito. Es un hombre muy respetado y querido por los toreros. Siempre dice que no le importaría morirse después de cortar las dos orejas a un toro en la Maestranza. Él en su cabeza tiene una historia tremenda.

Pero el que cortó esas orejas fue usted.

–Mire, yo esto lo empecé a hacer por mi padre, porque a mí no me gustaba al principio. Y lo más bonito que me ha podido pasar es que he visto triunfar a mi padre en mí.

¿Si la pasión de su padre hubieran sido las motos habría sido usted el sucesor de Ángel Nieto?

–No creo. Yo llegúe a ser torero porque a mi padre se le veía como una cosa rara. Salía del colegio con mis amigos y, mientras todos queríamos jugar al fútbol, veías ahí a un señor en un prado toreando al viento... Y que tus amigos te digan: “Oye, tu padre está loco. ¿Por qué hace eso?” La mía fue una sensación de tristeza. Escogí ser torero como una revancha, para dejar a mi padre en buen lugar. Yo creo que empecé a ser torero para justificar la locura de mi padre, fíjese.

Y luego él le quitó el miedo a volar...

–La primera vez que fui a Madrid, íbamos a viajar a América, yo tenía 13 años. Y él me dijo: “Para que no te dé miedo el avión vamos a montar en lo más parecido”. Y me llevó al teleférico de la Casa de Campo, ja, ja, ja...

Miedo

¿Es cierto que usted en el ruedo llegó a disfrazarse de lobo feroz?

–Antes, cuando los toreros toreábamos en América, participábamos en los espectáculos cómicos taurino musicales. Y luego venía la parte seria de torear un novillo. Pero en la parte cómica había que vestirse de todo. Y yo llegué a disfrazarme de lobo feroz en un espectáculo tipo el bombero torero... Gente extraordinaria. Soy afortunado por la cantidad de gente buena que he conocido. Eso en la vida es lo que queda. Yo se lo digo a mis hijos. Que el triunfo dura poquísimo. Que la vida es lo que queda luego. No quiero que mis hijos me admiren como torero, sino como padre y por la cantidad de amigos que tengo. Ese es mi mayor reto.

Ha confesado que en el ruedo ha sentido miedo. Y algo más difícil de admitir: envidia.

–Lo único que no me perdono de esta profesión es la envidia que yo he tenido, sana, de querer ser el mejor. Que cuando alguien cortaba una oreja yo quería cortar dos. Llegar a la meta primero. Y yo no he sido nunca así en mi vida personal.

Hablando de su vida personal... ¿El divorcio ha sido su peor cornada?

–Sí, porque yo soy muy familiar y me llevo muy bien con mi ex mujer, la quiero muchísimo... Hablo mucho con ella.

Así que las aguas han vuelto a su cauce.

–Sí, sí. Todo está en su cauce. El divorcio lo achaco a que nos perjudicó la fama. Si llegamos a ser gente anónima, de la calle, ni estaríamos divorciados, por lo bien que nos llevamos. Se dicen muchas cosas en caliente, se comentan muchas cosas que no siempre son verdades. En mitad del alboroto se toman decisiones... Por eso yo a todo el mundo le digo que estas cosas hay que pensarlas mucho porque el día de mañana se pagan.

Habla de una forma que da a entender que hoy no se separaría.

–Puede ser. Pero no tengo remordimientos, porque intento entenderlo. Hay que tratar de ser feliz y darse cuenta de que la felicidad nunca va delante, que la felicidad siempre viene detrás. El ser humano siempre va en busca de la felicidad, pero es ella la que te encuentra a ti.

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