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La divertida anécdota de Los Morancos y la inspectora Manoli

Los cómicos acudieron a 'El Hormiguero' para presentar su nuevo espectáculo, 'Bis a bis', y acabaron provocando carcajadas recordando sus momentos más surrealistas

Jueves, 27 de febrero 2025, 23:11

Siempre que Los Morancos aterrizan en 'El Hormiguero', la risa está garantizada. Los hermanos César y Jorge Cadaval siguen triunfando en Madrid con su show 'Bis a Bis', que representan en el Teatro Capitol. En esta divertida trama carcelaria, salpicada de momentos musicales, tienen cabida personajes míticos del universo de los cómicos y personajes de actualidad que imitan con tino. De todo eso trataron con Pablo Motos. Pero, como no podía ser de otra manera, arrancaron con humor. César preguntaba por Jorge Salvador, el co-director del espacio, y Motos le decía que los jueves se iba a Barcelona. «Te voy a decir una cosa, Jorge Salvador, tú estás menos en el programa que Calleja en el espacio», arreaba el cómico con dardo directo a la competencia. Su hermano iba más lejos. «Yo estaba expectante, y después de una vuelta, ha mirado a ver si veía León, no le ha dado tiempo y para abajo otra vez», ironizaba. 

«Ver a mil personas a la vez riéndose, te reconcilia con la vida», ponderaba el presentador tras contar que el pasado fin de semana estuvo viendo el espectáculo de sus invitados. «Llevamos ya 63.000 personas en Madrid. Y la verdad es que es un gusto. Estamos trabajando con 28 personas», aceptaban ellos. Y volvían a la guada recordando a su progenitor. «Mi padre trabajaba en un banco y, un día, mi vecina le preguntó a mi madre a ver si se había cambiado de trabajo. Es que lo he visto en un coche funerario, le contó. Y era porque iba tarde al banco y le pidió a un amigo que le llevara. Mi padre se montó dos veces en el coche de muertos: una para ir al banco y, la otra, para irse para allá», recordaba Jorge. 

Los Morancos son muy familiares y sus andanzas también tienen retranca. «Tengo quince sobrinos y los adoro. Pero mi sobrino Coque, era muy pequeño y nos fuimos a Disneylandia con él. Era la primera vez que se montaba en un avión y tendría cuatro o cinco años. Y cuando ve la bolsa de vomitar, dice: Mamá, hemos llegado cuando se han acabado las palomitas», evocaba Jorge entre risas. Su abuela también entró en escena. «Yo quería un diábolo cuando era pequeño. Y mi padre no quería comprármelo. Mi abuela me llevó a tender la ropa a la azotea y me había comprado uno que tenía en la ventana. Quiero contar eso por el cariño que siempre han puesto las abuelas. A mi, la mía me ha enseñado a amar el cine, la música y, sobre todo, a quererla con locura», declaraba. 

César, además de humorista, ama la música. Es el compositor del mítico 'Sevilla tiene un color especial', «y le hice una bulería a Camarón, le he escrito canciones al grupo Siempre así, a Los Del Río, a María de Monte… a un montón de gente», desvelaba. A su hermano le va más el reguetón. «Y compongo en el escenario», contaba refiriéndose a que uno de sus reclamos sobre las tablas es armar canciones según lo que le propone el respetable. 

En sus espectáculos, Los Morancos reparten humor y viven con él. Las bromas entre ellos y su compañía son constantes. «Javier hace de La Debo en un sketch. Y un día, en el camerino, le digo a uno que compre nocilla y yo entro en el váter, me pongo toda la mano llena de chocolate y le digo que se me ha acabado el papel. Él me lo da sin abrir del todo la puerta, y yo le pringo entero su mano. Empezó a gritar y a llamarme 'joputa'. Lo primero que quiso es oler. No sabes lo que nos reímos», comentaba jocoso Jorge. César apuntó otra. «Fingimos que nos peleamos a muerte y se lo creyó todo el mundo. Nos insultábamos y todo. Y Jorge cogió y se fue del teatro. Las caras de todos estaban blancas», rememoraba. Y se atreven hasta con la familia real. «Iba a pasar el Rey por el desfile de las Fuerzas Armadas y vinieron a mi casa de su seguridad. Les abrió mi hermana y gritó que había unos policías en la puerta. 'No dejes entrar a nadie', le grité yo. Además, dijo que uno de los policías era becario. 'Que no entra nadie', decía. Yo creía que eran estafadores y les pedí la placa. Y el becario no tenía. Yo no me creía nada. 'En mi casa no entra nadie', insistía. Me decían que era por seguridad. Y llamó a la inspectora Manoli. 'Perdone usted, pero ni en una película mala mala la inspectora se llama Manoli', dije. Estaba seguro de que era todo mentira. Y le colgué el teléfono. Y mandaron dos patrullas para que vieran que era verdad», comentaba entre risas.

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