Lo confesó hace unos días en 'El hormiguero', el único paraíso periodístico en la Tierra donde al entrevistado le haces una pregunta simplona (hasta insulsa) ... y te responde con una confesión sincera, casi rozando el striptease emocional... La entrevistada en este caso era Penélope Cruz y, puesta a hacer confidencias, desveló que su afición por explorar la naturaleza humana («un pozo sin fondo») la ha llevado a ir por la calle estudiando a los desconocidos. «Si los de la mesa de al lado supieran lo que estoy pensando cuando estoy en un restaurante… Me pregunto todo sobre ellos», declaró la actriz.
Curiosa la infinita curiosidad de Penélope. Y no porque no sea un rasgo absolutamente lícito, sino por lo mal que le sienta a ella la curiosidad ajena. Una mujer tan intrigada con la existencia de los demás debería comprender mejor que nadie que los demás (seres anónimos) sientan una tremenda inclinación por indagar los entresijos de un personaje público tan famoso como ella. O como Javier Bardem, su marido. Sin embargo, la pareja conforma uno de los tándems más herméticos y blindados del cine español en lo relativo a su vida privada. Tal es su obsesión que (al menos hasta hace tres años) sus hijos no sabían a qué se dedicaban sus padres... Y el 'tío Oscar' ¿dónde? (me pregunto) ¿en el armario? No sé si es muy sano enterarte en plena preadolescencia de que tus padres son (los dos) estrellas de Hollywood y no registradores de la propiedad como te hacía sospechar su buen vivir... Tal vez ser hijo de famosos sea algo a lo que es mejor acostumbrarse desde la cuna. Que Penélope se confiese tan cotilla y a la vez tan intransigente con la curiosidad ajena (incluida la de sus hijos) resulta contradictorio. Pero es que la naturaleza humana, como ella misma diría, es un pozo sin fondo.
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