Más de uno estas Navidades va a tener que cambiar el felpudo de Ikea ('Bienvenido a la república independiente de mi casa') por otro que ... diga 'Bienvenido a la República Popular Democrática de Corea', es decir, 'Bienvenidos a Corea del Norte'. Porque para todas esas familias numerosas y ruidosas (la mayoría), una comida o cena navideña en la que no se pueda cantar villancicos, ni reír a carcajadas, ni darle al cuñado en el ojo con el juguillo de la cabeza del langostino, va a ser como vivir en Pionyang durante el luto por el décimo aniversario de la muerte de Kim Jong-il. Su hijo y actual líder supremo, Kim Jong-un, acaba de prohibir a sus súbditos cualquier signo externo de felicidad durante los once días que dure el duelo. El decreto ha coincidido curiosamente con las recomendaciones del órgano supremo vasco de la salud, 'Kim Jong-Labi', para que sus conciudadanos no canten, ni griten, ni se rían a carcajadas en las celebraciones a puerta cerrada, mientras el coronavirus siga dando por... bueno cualquier organismo humano.
Por supuesto que no son comparables las decisiones de una institución democrática que vela por nuestra salud con los caprichos absurdos de un dictador de opereta. Pero precisamente por eso, porque esto no es Corea, va a ser muy difícil que se cumplan semejantes restricciones en fechas tan desmadradas y en lugares privados, donde nadie (salvo quizás el vecino de al lado golpeando la pared) es capaz de refrenarnos. De seguir las instrucciones, este año las borracheras van a ser escandinavas. Se van a tener que quedar en la etapa dos, porque la tres (exaltación de la amistad) y la cuatro (cantos alegóricos y bailes regionales) podrían provocar un contagio. Creo que esta Navidad, ni en tu casa ni en la mía, mejor nos vemos en el metaverso.
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