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Uno de los 200 camareros que atienden las barras del festival cobran la consumición de un festivalero. Igor Martin

Una noche tras la barra del Azkena

Más de 200 jóvenes camareros trabajan estos días a destajo tras las 12 barras de Mendizabala, donde se vaciarán mil barriles de cerveza

Sábado, 22 de junio 2024, 01:11

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Nadie les ovaciona. Aunque hay que reconocer que alguno es muy, pero que muy, virtuoso en lo suyo, lo cierto es que sería muy raro que alguien les pueda llegar a vitorear. Bises sí que les piden, sí. Y unos cuantos, además. También es verdad que alguno (alguna, sobre todo) se ha hecho ya en estas dos noches de festival con una legión de muy devotos fans. La barra, su escenario. El grifo, el barril, el katxi y las botellas de licor, sus instrumentos. Un fuerte aplauso para ellos, frotmen de la birra y hachas del kalimotxo. Con todos ustedes, los camareros del Azkena, los ídolos menos divinos y más solicitados.

Hace apenas una hora que el festival ha abierto sus puertas. El cielo, de un gris plomizo, amenaza una lluvia que poco después caerá a mares. 9,7 litros por metro cuadrado se recogieron el jueves en Vitoria, según los datos de Euskalmet. Pero en Mendizabala fueron cientos, miles los que se llenaron y vaciaron. Más de 200 camareros trabajan estos días en las 12 barras que se tienden en la pequeña ciudad del rock. Ellos, chicos y chicas, jovencísimos curran a destajo estos días para saciar al respetable. Los decibelios dan mucha sed.

La mayoría de los camareros del Azkena son veinteañeros, locales y con experiencia en otros festivales

«Tienen una edad media de entre 25 y 30 años son locales, de aquí de Vitoria, de Bilbao o San Sebastián y la mayoría tiene experiencia: muchos ya han trabajado con nosotros en otras ediciones», cuenta Matías Biasco, el responsable de hostelería del Azkena. Él, pinganillo en la oreja y walkie en la solapa, está al frente de un equipo que funciona como un reloj. Detrás de esas barras, bajo esos entoldados negros, camareros, bodegueros y encargados se mueven siguiendo una coreografía bañada en espuma de cerveza para despachar decenas, cientos, de cañas y katxis en el menor tiempo posible. No hay nada peor, nada que enfade más al impaciente azkenero medio que tener que esperar a que le recarguen ese vasito de plástico que llenará y rellenará sin cesar a lo largo de la noche.

I. Martin

En el escenario God, Ty Segall. Y, en la barra de la derecha, David Góngora, de 27 años y modelo de pasarela de profesión. Él es el encargado de que todo funcione a la perfección en este 'bar de quita y pon'. «Durante el resto del año también trabajo en una discoteca de Bilbao y el ambiente aquí no tiene nada que ver... el público es respetuoso, hay cero problemas», comenta el joven que, como el resto del equipo, suele trabajar en varios festivales a lo largo del año.

I. Martin

«Yo vine la primera vez al Azkena con mi madre y siempre quise trabajar aquí, me dedico a la hostelería y me viene fenomenal para sacar un dinero extra, el trabajo es duro, sí, pero compensa... y encima, poder ver los conciertos es una gozada», comenta Adrián Santacruz, vitoriano de 22 años y un auténtico hacha poniendo cubatas acrobáticos. Algo menos de maña se da una de sus compañeras que, desesperada ante el grifo monta una tremenda fiesta de la espuma en el katxi de un paciente festivalero.

«Hay quien viene sin haber tirado nunca una caña y aprende en el festival», sostiene, ya avanzada la noche, June Allende. «Hay que ser muy ágil y, sobre todo, tener aguante», comenta la joven mientras atiende la comanda de un grupo al que se le empiezan a notar ya las copas de más. Son más de las tres de la madrugada ya. La mayoría está al resguardo hedonista de Trashville, esa carpa donde casi todo es posible. Fuera, en las barras, todos se dedican a recoger, a limpiar y a calcular cuántos barriles se han vaciado esta noche. Nada menos que mil caerán estos días. Caña a caña, katxi a katxi. Con muchos bises.

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