Afghan Whigs, noventeros sin nostalgia
El quinteto de Cincinnati, superviviente de la era grunge, ofreció anoche un concierto sobrio pero solvente
The Afghan Whigs siempre fueron una banda difícil de encajonar. En comparación con muchos de sus contemporáneos en aquella invasión alternativa del 'mainstream' con la ... que arrancaron los 90, la banda de Greg Dulli no acababa de ajustarse a los típicos parámetros guitarreros que bebían del hard rock y el punk, ni sus letras se quedaban en confesiones de jovencito tormentoso e inadaptado. Venían a ser el espécimen que no tiene un hueco claro en la colección de mariposas. La resistencia a la etiqueta seguramente perjudicó a su estatus dentro de aquella generación grunge (siempre resulta un poco incómodo el que va y viene por la periferia del rebaño), pero las cosas se asientan con los años y aquí los tuvimos anoche, como cabeza de cartel de la segunda jornada del Azkena. También es verdad que, muy probablemente, justo aquí en Mendizabala tengan una cotización más alta que en el resto del universo, porque miles de personas no han podido olvidar ni olvidarán jamás el concierto mágico que Dulli ofreció junto a su compinche Mark Lanegan, con su proyecto The Gutter Twins, en la edición de 2008.
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Lanegan, fallecido el pasado febrero, también estuvo presente ayer, y no solo en espíritu: su efigie vigilaba el escenario desde uno de los telones laterales, como una presencia benévola pero severa que parecía controlar de cerca a su viejo amigo. El quinteto de Cincinnati salió a por todas con 'I'll Make You See God', uno de sus últimos sencillos, y ya con eso dejaron claras un par de cosas. La primera, que no tenían miedo a ponerse el listón alto, porque se trata de una de esas canciones arrolladoras, con tres guitarras turbopropulsadas que sacan el máximo partido de mantener mucho rato el mismo acorde, para crear en el oyente una tensión creciente y desencadenar la correspondiente explosión cuando se produce el demorado cambio. La segunda, que se encuentran muy lejos de ser una banda nostálgica, de esa nostalgia de los 90 que estos días alcanza su apogeo, porque su material de los últimos años aguanta perfectamente el tipo frente a sus temas de juventud: desde que se reunieron en 2012, The Afghan Whigs están editando una música con pocas ataduras, que se atiene a su propio concepto de lo clásico.
De hecho, todo el arranque del concierto correspondió a esta segunda época. «¿Estáis preparados para el rock and roll?», preguntó Dulli. Muchas canciones de los Afghan Whigs no son exactamente pegadizas y tienden a cierta complejidad, pero anoche pudo comprobarse que funcionan muy bien en gran formato: temas como 'Matamoros' (donde el multiinstrumentista Rick G. Nelson pasó de la guitarra al violín), 'Light As A Feather' (con esas bases que beben del rhythm and blues y el funk, tan características de la banda, y que no están tan lejos de unos Rolling Stones pasados por el filtro de los 90), 'Oriole' o 'Toy Automatic' se crecen en directo hasta convertirse en improbables himnos de estadio. Eso sí, hablamos de un grupo serio, sobrio en su expresividad, del que no pueden esperarse carreritas por el escenario ni grandes colegueos, y parte del público echó de menos ayer esa dimensión de espectáculo que se espera en un escenario tan grande. «Estarían más cómodos en un sitio más pequeño», comentaba un fan, y lo cierto es que buena parte del espacio quedaba sencillamente sin usar. La narrativa del concierto no va mucho más allá de que salieron y tocaron, sin alardes de comunicación entre los músicos ni con el público. Desde luego, los que venían de ver en el tercer escenario el fiestón sin medida de Mad Sin, con su contrabajo que suelta chispas y su gestualidad entre la comedia punk y 'The Munsters', experimentaron sin duda un cambio importante en el concepto de 'show'.
Tiempo para ti
«Ahora vamos a retroceder un poco en el tiempo», anunció Dulli, y a partir de ahí fueron cayendo clásicos de la banda como 'Gentlemen' («ahora tengo tiempo para ti, y para ti, y para ti», dice la letra, y ahí Dulli llegó a su punto máximo de interacción señalando en cada 'tú' a un miembro del público»), 'What Jail Is Like' (en esta incluso se le vio sonreír) o esa especie de góspel lujurioso que es 'Somethin' Hot', que dio lugar a los bailes más animados entre los seguidores. En todas ellas, Dulli demostró que es un vocalista versátil, que alterna su voz natural, limpia, con una versión más rasposa que se desgañita en algunos versos, e incluso juega con el falsete en sus momentos con más 'groove'.
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Tras evocar a Lanegan y aquel concierto de hace catorce años versionando su 'Metamphetamine Blues' («lo haré lo mejor que pueda», prometió Dulli), llegó la impetuosa recta final, salpicada de estallidos de energía en temas como 'John The Baptist' (con su estribillo contagioso), 'Summer's Kiss', 'My Enemy' o 'Into The Floor', que se extendió en una coda final con la guitarra y el violín turnándose en la tarea de generar tensión. Todavía estaban en ello cuando Dulli lanzó un beso al aire (o quizá al más allá) y se marchó, dejando a sus compañeros la tarea de rematar el tema. El público pidió con insistencia un bis, pero el concierto ya había acabado: a Afghan Whigs nunca se les podrá acusar de ser un grupo populista.
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