Al mal tiempo, buena música
La lluvia no pudo con el rock en la primera jornada de esta edición, que arrancó de una manera insólita para el Azkena: ¡con autotune!
Quién iba a pensar que la 22 edición del Azkena Rock Festival arrancaría con autotune, esa herramienta de afinación vocal que se ha convertido en ... un recurso esencial de las músicas urbanas. Dicho así, a palo seco, el detalle suena a desafío, a sacrilegio, a signo inequívoco del fin del mundo: uno se imagina que se abren los cielos y bajan ángeles de destrucción tocando reguetón con sus trompetas, uno visualiza a los cuatro jinetes del apocalipsis perreando en Mendizabala, uno se espera un juicio final que condene a las gentes del rock al suplicio eterno con ritmo pachún-pachún. Pero en realidad no fue para tanto, porque el autotune en cuestión era uno de los rasgos distintivos de Txopet, el trío bilbaíno a quien le correspondió abrir fuego, y lo suyo no deja de ser rock. Rock inquieto, contemporáneo y, en fin, autotuneado, pero nada que pudiese amargar a las huestes azkeneras el reencuentro con su casa vitoriana, a la que tantas ganas tenían de volver.
Eso se nota en lo pronto que vienen. De las muchas características especiales que tiene este festival, una de las más llamativas es lo poco que tarda en alcanzar una buena entrada. Esas primeras horas de festival se reparten entre el reconocimiento y la sorpresa. La gente se pasea por el recinto, como para levantar acta notarial de lo que está igual y lo que ha cambiado. No falta, claro, el mercado, donde se puede comprar una chapa de Kyuss, una camiseta de Pentagram, una taza de Electric Wizard o ese disco de las brasileñas Mercenárias que te falta, o que no sabías ni que existía hasta ahora mismo. ¿Y lo nuevo? Este año es curiosa la decoración de los tres escenarios: en el God hay una especie de santoral con ídolos vivos y muertos (de Lemmy a Poison Ivy, de Shane MacGowan a Joan Jett), el Respect muestra una colección de logos de grupos, como si alguien expusiese allí sus parches (la calavera de Misfits, el lápiz de labios de New York Dolls...); y, finalmente, el Love es el más divertido, con la reproducción de algunos comentarios a los que están acostubrados los organizadores antes de cada edición («este año, Neil Young», «mejor en sala», «worst Azkena ever»...).
Los citados Txopet (expertos en estos menesteres, porque también se encargaron de abrir el Bilbao BBK Live del año pasado) se libraron de la lluvia por los pelos. A continuación oficiaban Brigade Loco, desde Bergara, una de las bandas damnificadas por el tormentón del año pasado: esta vez sí pudieron tocar, pero su apisonadora de streetpunk antifascista tuvo que competir con la furia de los elementos. Tiene su gracia ver cómo se transforma el Azkena en cuanto empieza a diluviar: hablamos de gente curtida en el rock and roll, pero también en chaparrones, y de pronto las chupas molonas y las camisetas que sirven de contraseña cultural dejan paso a los chubasqueros y los ponchos impermeables de colores poco ortodoxos. Los belgas Whispering Sons, seguramente el grupo más oscuro de esta edición, exploraron sus profundidades del alma frente a ese auditorio tirando a fosforescente. El Azkena, por cierto, permite pasar directamente de la violencia post-punk de 'Try Me Again', la última de los belgas, a la exploración psicodélica de 'The Bell', la primera de Ty Segall, cuyo concierto también transcurrió mayormente a remojo.
Doloroso solapamiento
Miles de asistentes al festival se revelaron como expertos meteorólogos. Unos aseguraban con aplomo que la lluvia cesaría a las diez. Otros escrutaban el cielo y decían que más bien a las once. Vamos a dejarlo en tablas, porque a las diez y media la cosa se había quedado en sirimiri un poco intenso. Era la hora del doloroso desdoblamiento: por un lado, Carlos Tarque con la Asociación del Riff; por otro, en Trashville, nada menos que Los Sírex, un tesoro vivo del rock español. Y los dos triunfaron. Tarque apareció entre estruendo de sirenas, cantó 'Bombas en son de paz' con sonido impecable y ya tenía a su público entregado y coreando. Pero, ay, Los Sírex consiguieron lo nunca visto, algo tan extraordinario como la irrupción del autotune: quizá ese resto de lluvia y la promesa de un techo tuvieran algo que ver, pero el caso es que delante del Trashville, con el aforo completo ya, se formó una cola de varios cientos de personas para ir entrando a medida que quedase hueco. «No sé si llegaremos -se resignaba uno de los últimos-, pero al menos antes hemos visto un poquito de la prueba de sonido».
¡Ya da de sí una jornada, y eso que el jueves es más tranquilito! Y todavía faltaba el colofón de Jane's Addiction, los cabezas de cartel del día. En esta casa del rock and roll, al mal tiempo siempre se le pone buena música.
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