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María Ruano
Miércoles, 14 de mayo 2025, 19:36
¿Qué fue lo primero que echaste de menos cuando se cayó la red móvil el día del apagón, poder comunicarte con tus familiares o internet para evitar el aburrimiento? «Si lo primero fue qué terrible no poder conectar con nuestros seres queridos, estamos valorando que eso es lo que más nos importa. Sin embargo, si lo que echamos en falta fue no tener una distracción o sentir que nos aburríamos, deberíamos plantearnos qué es lo realmente importante en nuestra vida», reflexiona Carmen Martínez Conde, coordinadora del Máster Universitario en Orientación Educativa Familiar e investigadora del grupo 'Educacción' de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).
Sin acceso a internet, redes sociales ni mensajes, aquel día nos vimos obligados a detener el ritmo vertiginoso en el que vivimos conectados. Durante varias horas, muchas familias aprovecharon para jugar a juegos de mesa, leer juntos o conversar sin prisa. Pero más allá de aquel caos momentáneo, el apagón debería servir como una llamada de atención. ¿Cuánto tiempo dejamos de compartir con nuestra familia y amistades por estar absortos mirando una pantalla? Por unas horas, ese día nos devolvió el tiempo en familia. Algo para lo que en realidad, debería bastar con tener disposición. Porque sentarse juntos en el sofá a ver una película, por ejemplo, puede ser una oportunidad para crear un recuerdo «si todos estamos con el mismo fin de disfrutar y comentarla después» o convertirse en una experiencia vacía si la película se transforma en un ruido de fondo al que no se le presta atención porque una persona mira el móvil, la otra la tablet… «Hay un debate sobre si es mejor el tiempo de cantidad o el de calidad, pero lo importante es que lo haya, porque eso significa compañía», explica Martínez.
En cualquier caso, vivimos en una era donde las notificaciones interrumpen las conversaciones cara a cara y donde los silencios, esenciales para conectar con uno mismo, se diluyen entre el ruido virtual. «El tiempo se puede llenar de muchas maneras, lo importante es la intencionalidad con la que se emplea ese tiempo», apunta Martínez. Mirar un paisaje en silencio puede ser un momento «productivo porque, aunque no estemos hablando, estamos juntos y nuestra intención es disfrutar de la misma actividad en compañía», afirma.
Imagina tu vida dentro de 30 años. ¿Qué recordarás con más cariño, las tardes en familia o las tardes en las que cada uno estaba inmerso en su propio mundo? «Los vínculos se construyen con las cosas más cotidianas del día a día: con una cena, con una sonrisa, con unas palabras, contando un cuento… Y son tan variados como familias existen. La importancia de cómo se establecen está en esas oportunidades que ofrece la cotidianidad de la vida. Pero para tener oportunidades, necesitamos estar», advierte. Las largas jornadas laborales, comer en el lugar de trabajo o en el colegio, las extraescolares o los desplazamientos hacen que el tiempo en familia haya quedado relegado a la noche y a la cena. Y es en las últimas horas del día donde más cansado se está. «Hay que hacer un esfuerzo. Ahí entra también un ejercicio de elección, de establecer prioridades. El uso del tiempo requiere mucha reflexión previa para que se equilibre bien», analiza Martínez.
Tampoco se trata de buscar el plan más único y original, sino de elegir planes realistas apoyados «en los propios gustos de la familia, en las circunstancias vitales e incluso en las circunstancias de la época del año en la que nos encontremos». Porque el vínculo familiar no se construye con momentos asombrosos, sino con momentos compartidos de verdad. «En una actividad pequeña y hecha con cariño, que a lo mejor nos han enseñado nuestros abuelos o nuestros padres, podemos encontrar una oportunidad de oro», asegura.
Revivir las actividades que hacíamos cuando éramos pequeños, los lugares a los que nos llevaban nuestros padres y abuelos, o los sitios que están cerca de casa pueden ayudar a fortalecer los lazos familiares. «Desde poder ver el mar hasta un paisaje bonito o un monumento. Y dedicando esa elección hacia lo que nos aporta esa actividad y qué servicio podemos hacer con ella. Un plan familiar es ir a ver a un familiar y eso debe verse como un momento de ilusión, de qué bien que vamos a ver a los primos o a los abuelos. Con eso hacemos bien a la otra persona y a nosotros mismos, porque con las relaciones familiares todos ganamos», subraya.
De hecho, la calidad de ese vínculo repercutirá en la familia cuando ésta deba enfrentarse a situaciones complejas o delicadas. «La respuesta y la solución que van a dar a una crisis o a un reto depende de cómo sea la calidad de la unión, de cómo esté de sano ese vínculo», recuerda Martínez.
Pero, ¿qué ocurre cuando son los propios padres y madres quienes no predican con el ejemplo? Tener el móvil en la mano no significa estar en una red social haciendo 'scroll', se puede estar leyendo un libro o mirando las facturas de casa. Y si en ese momento al hijo se le pide que deje de utilizar el suyo, es probable que suelte la gran frase manida: «Tú también estás con el móvil». «Es muy importante cómo los hijos captan el modo en que sus padres emplean sus dispositivos», señala la profesora de UNIR. Una forma de comprobarlo es el nivel de atención que las personas adultas prestan a sus hijos cuando les cuentan, por ejemplo, cómo ha ido el día. «Si se sienten escuchados, entienden que, cuando alguien les cuente algo importante, lo normal será escucharle. Y después ellos harán lo mismo con otras personas. En cambio, si ven que están más concentrados en la pantalla del móvil que en lo que explican, acabarán reproduciendo eso«, indica.
Incluso el lugar en el que se dejan los dispositivos electrónicos en casa puede influir en la creación o el refuerzo del vínculo familiar. «Si vemos que un ordenador se utiliza en un cuarto de estudio o que está encima de una mesa, le estamos diciendo a nuestro hijo que eso sirve para estudiar o para trabajar. Cuando una película se ve en familia, estamos diciendo que ese momento es para centrarse en eso», define Martínez. La fotografía cambia cuando en cada habitación hay un dispositivo o cuando no se establece un horario para utilizarlos. «Es muy importante ponerlo en su sitio y enseñar para qué se está usando y que pueda estar a la vista de todos. Es decir, si estoy utilizando un ordenador, no me escondo, sino que hago partícipes a los demás. El problema surge cuando se usan de manera aislada e individual, porque a través de él tenemos una puerta hacia muchas cosas buenas, pero también hacia muchas muy negativas y en algunos casos incluso peligrosas», advierte.
Hay familias que apuestan por depositar sus móviles en una cesta para que las notificaciones no interrumpan el tiempo juntos. «Es un ejemplo magnífico de que los dispositivos tienen que tener su espacio, porque hace ver que hay un sitio para ellos y que, aunque nos sirvan para conectarnos cuando hacemos otras cosas, en ese momento no será un elemento distractor», detalla. Es decir, ese 'aparcamiento' es un reflejo de la importancia de saber estar presentes. «Es necesario trabajar esa atención en lo que se está haciendo, porque cuando estamos todos presentes, cuando estamos saboreando ese momento, estamos creando ese recuerdo en los hijos. Sin embargo, si nosotros nos aislamos y nos evadimos, no se va a generar ese recuerdo común ni esa experiencia común», compara Martínez.
Si el apagón devolvió la oportunidad de mirar a los ojos, de hablar sin distracciones y de estar presente, quizá habría que tomar nota y poner en marcha los 'apagones voluntarios'... Dejar el móvil a un lado para cenar con calma, para escuchar con atención o para jugar con los hijos. Porque al final lo que se recordarán no serán los 'likes' o las visualizaciones, serán los momentos en familia.
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