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Lee Lima: «En la crianza, preguntarte si merece la pena discutir por algo te hace ver si es realmente importante»

La coach de familias y educadora de disciplina positiva publica 'Hijos educados en la crianza positiva' un manual de uso para acompañar a las familias hacia otra forma de educar

Leire Fernández

Domingo, 2 de noviembre 2025, 19:06

En los últimos años, la forma de educar ha cambiado drásticamente y de una crianza más autoritaria se ha pasado a otra en la que se respeta la opinión del niño. Sin embargo son muchas las personas que aún confunden igualdad con falta de límites. Para resolver todas las dudas y ofrecer herramientas a las familias, la coach de familias, máster en Counseling Adleriano y educadora de disciplina positiva Lee Lima publica 'Hijos educados en la crianza positiva' un auténtico manual de uso para acompañar a los hijos.

Una de las primeras preguntas que nos hacemos las familias cuando pensamos en cómo criamos a nuestros hijos es si lo estaremos haciendo bien. ¿Cómo podemos saberlo?

Es una pregunta bastante importante porque, efectivamente, nosotros vamos sembrando y luego es que empezamos a recoger, a veces, a medio plazo y otras a largo plazo. Lo primero que yo le diría a las familias es que se respondan a la pregunta de si están educando para la vida cuando se presente la situación específica en la que tenemos dudas sobre si esto va a valer, si esto realmente va a generar un aprendizaje.

Y aquí la respuesta nos dará mucha claridad. Porque sabemos que en un futuro los retos y desafíos van a ser mayores, si esto que está ocurriendo nos permite educarle para ese futuro o entrenarles de cierta manera, ahí tendremos una parte de respuesta a si lo estamos haciendo bien o no.

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¿Cómo evitamos cruzar la línea entre que se sientan valorados y pertenecientes a la familia, a que sean ellos quienes manden?

En esto hay muchísima confusión, la crianza positiva en ningún caso significa que el niño manda. El niño opina, puede decir si no está de acuerdo y por qué no está de acuerdo, pero las decisiones las acaban de tomar los padres. ¿Por qué? Porque nosotros tenemos más experiencia de vida, sabemos muchísimo más en respuesta a ciertas cosas, pero sí que es verdad que no significa que las personas convivientes en casa no puedan opinar.

Sobre el papel la crianza en positivo parece fácil, pero el día a día demuestra que no lo es, ¿cómo lo hacemos?

Lo primero, contando con la imperfección. Como cualquier cosa en la vida, cuando intentas aplicar algo nuevo, crear un hábito, siempre al principio va a costar. Vamos a tener errores y tenemos que contar con ellos. Entonces, partiendo de esa base, que nos genera mucha tranquilidad, es ponerse. El libro está dirigido mucho a que partamos de una base realista. En el día a día el tiempo libre es muy escaso o el tiempo para compartir con los hijos no es tanto como quisiéramos muchas veces, el trabajo, la oficina... tenemos que contar con esto.

Ahora bien, cuando nosotros tenemos una intención de mejora, aquí es donde cambia la cosa. Yo siempre pongo el ejemplo de cuando una persona quiere ir al gimnasio, cuando quiere hacer una dieta o quiere hacer un cambio en su vida, aprender un idioma,... tienes que esforzarte porque solo no llegas. En algún momento vas a estar más motivado, otras veces no. Pero cuando empiezas y te mantienes constante y empiezas a ver los resultados, dices, «vale, esto es lo que estoy buscando».

Explicas en el libro las cuatro prioridades de la personalidad (control, complacencia, superioridad y comodidad) ¿cómo criamos según cuál de ellas destaque?

Esto abre un mundo. ¿Cuál es nuestra tendencia? Y aquí en las investigaciones de Alfred Adler en ningún caso pretendía etiquetar, decir, «yo soy una persona controladora», no. Pero sí que de alguna manera existieran categorías que nos permitieran dar más claridad hacia la tendencia de la personalidad que tengo, porque la claridad nos ayuda muchísimo a comprendernos. No es para juzgarnos sino para decir, «vale, yo que tengo tendencia al control, tengo que tener cuidado con esta serie de cosas».

Por ejemplo, el tema del complaciente, yo trabajo con muchas familias, sobre todo con algunas madres, que tienen prioridad personalidad complaciente y lo notan mucho. Son las personas que evitan el conflicto, que quieren de alguna manera agradar a todos. Y por una parte esto está bien. Es el típico buen amigo o buena amiga que todos quieren tener. Pero hay que tener mucho cuidado porque en ese querer agradar a los demás, muchas veces deja de ser fiel a sí mismo, a lo que le gusta. Y esto no genera aprendizaje. Recuerda que estás educando a un niño o una niña y también en algún momento se va a disgustar mucho. Esto va a pasar. Es parte de la convivencia.

¿Uno de los errores que más cometemos los padres cuando queremos criar de manera democrática es darle demasiado protagonismo al niño?

Sí, es uno de los errores, querer poner al niño en centro. Hay que tener mucho cuidado, porque cuando salimos a la calle no somos el centro. Esto a muchas personas les cuesta. Esto pasa mucho con los hijos únicos. Que son el centro porque son los únicos niños de casa. Cuando de repente yo voy a la escuela o tengo un grupo de amigos, me doy cuenta que yo no soy el centro y eso me va a costar mucho, soy uno más.

Siempre el niño va a ser la persona más vulnerable. Pero aún así, las demás personas de la casa no dejan de existir. Y yo insisto mucho en eso. De hecho, una de las propuestas de subtítulo del libro que luego quedó como parte transversal, pero que quedó otro subtítulo, era 'Criar a los hijos en un mundo lleno de otras personas'. Esto es muy importante que lo tengamos en cuenta. Que justo esas otras personas, ya sean los padres, o luego sean los hermanos o también los amigos, existen y son tan importantes como ellos. Entonces, educar en esta línea es un regalo para la vida.

Pones un ejercicio que es pedir a los hijos: ¿qué te parece si recoges tu habitación antes de irte a la cama? Pero dices que tenemos que estar dispuestos a recibir un no...

El problema es cuando no queremos ese no, ¿verdad? ¿Qué pasa con ese no? Pero es que cuando yo pregunto algo, si quiero que la respuesta sea sí siempre, no puedo hacer una pregunta. Entonces lo primero es no tomarlo de modo personal. Porque lo que pasa muchas veces es que cuando un niño le dice que no a un padre o a una madre, piensa que es un no a su persona y muchas veces es un no a la situación. Es un no a recoger. Cuando ya nosotros cambiamos esta perspectiva, es más fácil no tomárselo de modo personal. Está diciendo que no quiere recoger. Vale, aquí ya tendríamos que poner un límite. ¿Por qué no quieres recoger? Esto nos da más información. Si es porque tienes hambre, «después de recoger vamos a comer». O si quieres seguir jugando, pues recogemos y jugamos más tarde, o jugamos mañana. ¿Ves cómo de repente se transforma todo en un límite puesto y no en una lucha de poder? Porque en ningún caso le hemos dicho, «vale, no recojas, hazlo cuando te dé la gana»; y me permite tener más información sobre qué le pasa a mi hijo a esa hora de la tarde y evitar esa situación en otras ocasiones.

Cuando te das cuenta que la mayoría de los conflictos en la crianza son por cosas pequeñas y pones perspectiva a eso, yo digo que haces como un efecto dron. Verlo desde arriba. Dices, ¿realmente merece la pena discutir por todo esto? cuando haces esta pregunta, realmente vas a defender aquellas cosas que tú consideras importantes. Pero no hay que pelear por todo.

Y ¿qué pasa cuando no hay opción al no?

Aquí Rudolf Dreikurs, que es uno de los referentes que nombro en el libro, que es un alumno de Alfred Adler, él dice, hay unos momentos en la vida que tienes que callar y actuar. Si un niño de tres años se quiere ir corriendo a la calle,... No hay negociación. La calle es peligrosa, pueden pasar coches. Y aquí no es que, bueno, vete corriendo y yo te voy diciendo que no se puede. No. Aquí se le coge al niño el brazo, se le sujeta y se le explica. Y esto a lo mejor puede sonar incluso como fuerte. Es que hay cosas que no hay que hablar. Pero realmente son pocas cosas.

Si un niño va a meter las manos en el fuego de la cocina encendida. Aquí no hay nada de negociar. No vamos a negociar este tipo de cosas. Y la medicina tampoco se negocia. Yo he trabajado con familias, con niños que escupen la medicina, que vomitan la medicina, que tienen que cogerle entre dos adultos. Y es muy desagradable esta situación. Pero si el niño con la medicina va a mejorar, no tenemos mucho que pensar. Entonces pasamos todo ese rato desagradable y luego le cogemos en brazos y le decimos, «cariño, siento que ha sido tan desagradable para ti como para mí. Pero bueno, hay que tomarse la medicina para mejorar y ya después no tener que tomar más medicina».

Lee, para terminar, ¿cómo gestionamos el conflicto en pareja?

He trabajado con familias, que a veces dicen, «es que cuando llegaron los hijos discutimos más». Efectivamente, la pareja tiene un ritmo. Son dos adultos y nos podemos gestionar desde un nivel de conciencia, vamos a decir, mayor. ¿Qué pasa cuando llegan los niños? Aquí cambia. Nos ponen muy a prueba como pareja. Esto es una realidad. No mal porque muchas veces complementas ese amor que es ser madre o ser padre y es un amor maravilloso y súper intenso. Pero es cierto que yo les digo a las parejas que, para que no pierdan el norte y que no se genere más conflicto del razonable, pongan en común la meta hacia dónde estamos educando. Tú puedes querer hacerlo de una manera y tu pareja puede querer hacerlo de otra. Pero, ¿cuál es el fin? El fin es que sea una persona capaz. Que tu hijo sea una persona que escucha, proactiva. Y muchas veces en la finalidad de esta crianza se coincide porque la mayoría de los padres quieren lo mejor para los hijos. Entonces, en ese fin común buscar aquellas cosas que nos permitan ser fieles a nuestros propios principios y trabajar en esa misma dirección. Ahí es donde tenemos que negociar.

Y hablarle a nuestra pareja también con el debido amor y respeto que merece, sin necesidad de gritar o humillarnos. Eso, yo creo que también es un aprendizaje para la pareja.

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