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Iñigo Urkullu apenas sonreía el domingo por la noche en Sabin Etxea. El ya lehendakari en funciones siempre ha sido de gesto contenido, también cuando ... la victoria del PNV ha resultado inapelable, pero la alegría desbordante de los burukides y los brazos en alto del candidato, Imanol Pradales, sugerían la intención de escenificar un triunfo más contundente de lo que se desprende de la lectura estricta de las cifras. La sensación es más bien de alivio, de respiro, de haber ganado tiempo y margen -una legislatura entera con un equipo totalmente renovado al frente de Ajuria Enea-, para corregir la trayectoria y frenar el empuje de Bildu. O, más bien, ponerle techo.
El veredicto de las urnas -empate a 27 con la coalición soberanista pero 30.000 votos por encima- se ha interpretado, puertas adentro, como un resultado «discreto, justito» que, sin embargo, sabe a victoria. «Podría haber sido mucho peor», admiten distintas fuentes consultadas en el partido. Oficialmente, el EBB, reunido ayer para hacer balance, también evita la «euforia» y opta por la satisfacción contenida. «Hacemos una lectura positiva, pero con los pies en el suelo. El contexto era muy complicado», apuntan fuentes de la ejecutiva, que valoran que los resultados sigue una línea similar a los de 2012 y 2016 (aunque empeoren los de 2020).
La dirección que encabeza Andoni Ortuzar asume que parte del voto que ha recibido este 21-A es un apoyo «crítico», un mensaje para no confiarse y «seguir mejorando» las instituciones y los servicios públicos. Eso sí, pese a que Bildu, rozando el 'sorpasso', ha presentado definitivamente sus credenciales como alternativa de gobierno a medio plazo, el propio presidente del EBB desaconsejó ayer sacar «conclusiones estructurales» del avance de los de Arnaldo Otegi, que, a su juicio, puede ser «coyuntural». Además, lo achacó al «error garrafal» de Sumar y Podemos al presentarse por separado y hacer campaña «contra» el PNV.
Sin embargo, más allá de la valoración de la cúpula, existe la sensación, arraigada internamente, de que la situación de «debilidad» exige un revulsivo urgente para corregir tendencias que se interpretan como muy preocupantes en un partido que fía todas sus opciones a su inexpugnable fortaleza en una de las zonas más pobladas de Euskadi, el Gran Bilbao. Sin embargo, señalan, en Gipuzkoa -donde Joseba Egibar, ya de retirada, lleva tres décadas al frente del partido- el PNV ha obtenido menos votos (no porcentaje, sino papeletas contantes y sonantes) que hace cuatro años, cuando la participación se desplomó hasta el 50% por la pandemia. Aun así, la lista encabezada por Bakartxo Tejeria -está por ver si repite como presidenta del Parlamento o el PSE exige ese puesto- obtuvo el domingo 107.523 votos frente a los 109.554 de 2020. Además, apenas ha podido superar por 800 votos a Bildu en el Ayuntamiento de San Sebastián, donde gobierna, ha cedido Vitoria a la coalición abertzale y en Álava ha cosechado los mismos votos pero con cinco puntos menos de porcentaje y Bildu en cabeza por primera vez.
«No es muy comprensible que, estando en el mismo gobierno, perdamos cuatro escaños y el PSE gane dos», se lamentan los jeltzales, que, en algunos casos, piden más «pedagogía» para vender la gestión. La gran duda en cuadros y bases es si el EBB actual caerá en la tentación de la autocomplacencia o hará caso a Xabier Arzalluz, que en su día alertaba de que «cuando desaparezca ETA y este sea un país normal, si nos dormimos nos ganan». La gran pregunta, en ese sentido, es cómo afrontarán Ortuzar y el resto de burukides la renovación interna pendiente. Si optarán por un vuelco drástico (incluidas las territoriales), con vocación de cambio generacional total y de reseteo para estimular el debate interno y el contacto con las bases, además de plantear un reequilibrio de las fuerzas internas entre territorios, o si, por el contrario, se decantarán por el continuismo.
Un proceso «complejo» sobre todo por el momento decisivo en el que se produce, en el que parece obligatorio acertar con el rumbo, que aún no tiene fecha. Según los estatutos, el EBB debe activarlo como mucho en seis meses desde que expire su actual mandato, en diciembre de este año. En las filas jeltzales se prevé que no se dilate y arranque en enero o febrero, aunque un eventual adelanto de las generales podría alterar el calendario. Ortuzar, de momento, no suelta prenda e insiste en que serán las bases las que dispongan, pero nadie se atrave a descartar que quiera seguir.
El EBB cree que ganar las elecciones con un candidato nuevo y casi desconocido -una decisión arriesgada en plena inercia ascendente de Bildu- no es precisamente un varapalo a la gestión de la ejecutiva y que eso debe ser tenido en cuenta. La alternativa, aunque no siga Ortuzar ni su guardia pretoriana, podría pasar por una transición suave que dejara el partido en manos de un perfil como el de Itxaso Atutxa, una solución que tampoco convence a todos.
Por lo pronto, Urkullu volvió a reivindicarse ayer, puso en valor los altos índices de aprobación de su Gobierno, recodó haber hecho frente a «derrumbamientos, tempestades, incendios e inundaciones» y confesó marcharse pletórico de «paz interior».
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