La partida alavesa y la lucha de clases
Las dentelladas por hacerse con el voto de izquierdas y anti Vox se confirman como hilo conductor de la campaña
Ayer se produjo un curioso fenómeno: dos partidos distintos dijeron lo mismo en sus mítines y pidieron el voto para exactamente lo mismo. ¿Extraño, verdad? ... Pues sucedió. Andoni Ortuzar en Nanclares y Mikel Otero, el cabeza de lista alavés de EH Bildu, en Santurtzi llamaron a la movilización para evitar la entrada de Vox en el Parlamento vasco y coincidieron en que la única manera de parar «a la fachenda» (en palabras del líder del EBB) es votando a sus respectivas fuerzas. ¿Cómo puede ser? Porque ambos dijeron estar jugándose a brazo partido el último escaño alavés con los de Santiago Abascal.
El presidente del PNV dio datos: según sus cálculos, los jeltzales aventajan «en 250» papeletas a la fuerza de extrema derecha, una exigua diferencia que llamó a ampliar pidiendo el voto literalmente a todo hijo de vecino para mantener la Cámara vasca «limpia de ultras, xenófobos y machistas». El candidato de la izquierda abertzale no fue tan explícito pero aseguró, por contra, que la pelea por ese último asiento es entre EH Bildu y Vox, entonó el 'no pasarán' y presentó a la coalición como freno de «fascistas» en el territorio, un saco en el que significativamente metió a Javier Maroto (que perdió su escaño en las generales de abril de 2019 frente a Kike Ruiz de Pinedo) pero no a ETA, cuyos crímenes aún no han condenado.
El caso es que en el mensaje coincidente de PNV y EH Bildu (que también ha utilizado Equo, con escasas opciones de lograr representación) se mezclan dos claves políticas de la campaña vasca, una habitual -la pelea en Álava, el territorio donde todo está más abierto, el que más se parece al resto de España y el que suele operar como banco de pruebas nacional- y otra novedosa y sorprendente: la sobrecarga de mensajes de brocha gorda, basados en el antifascismo, la lucha obrera y otros debates que creíamos superados hace lustros.
Efectivamente, la batalla por el último escaño alavés será encarnizada. Según la encuesta de Ikerfel que publicó este periódico, Vox, pese a superar la preceptiva barrera del 3% de los votos, no lograría representación y el último asiento se lo disputaría EH Bildu, sí, pero con PSE y Podemos por menos de 1.000 votos. No obstante, otros sondeos han dejado abierta la posibilidad de que los de Abascal den la sorpresa y todos se apuntan al papel de freno. El miedo a la ultraderecha, ya se sabe, moviliza eficazmente tanto al votante nacionalista como al de izquierdas, así que todos a por Vox. Eso sí, para que el goloso escaño 25 por Álava caiga en la saca jeltzale, la lista que encabeza Urkullu debería subir de ocho a diez escaños, un mensaje contradictorio con la llamada insistente del PNV a no fiarse del atracón que les pronostican las encuestas.
Como se vio en el debate de candidatos en ETB, en la movilización está la clave de esta recta final de la campaña, condicionada por el rebrote del miedo, no a Vox sino al Covid-19, tras el foco descubierto en Ordizia. En tiempos de crisis, lo identitario cabrea más que moviliza y las promesas sobre el endeudamiento o la creación de empleo también pueden desanimar a un votante hastiado e incrédulo. He ahí la explicación del furor con el que ha revivido la apelación simplista al voto de izquierdas frente a la derecha a la que se asocian los recortes y la precariedad. Por eso Bildu y Podemos le cuelgan al PNV el sambenito de «derechona» y Ortuzar se defiende en Barakaldo con el argumento de que los jeltzales son «gente normal, hijos y nietos de mineros y siderúrgicos, de gente con buzo». ¿Acaso los hijos de oficinistas con corbata no son gente normal? ¿O los autónomos? Lucha de clases, oigan. A estas alturas.
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