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La línea de seguridad no se traspasa en las mesas electorales de las oficinas de San Martín ni para mostrar la documentación.

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La línea de seguridad no se traspasa en las mesas electorales de las oficinas de San Martín ni para mostrar la documentación. Igor Aizpuru

Mascarillas, distancias y geles marcan una insólita jornada electoral

La lluvia a primera hora, el miedo al contagio y la previsión de una alta abstención reducen la afluencia en los primeros compases de una jornada donde el voto por correo multiplica su protagonismo

Domingo, 12 de julio 2020, 13:30

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Los vascos nunca habían tomado tantas precauciones para ejercer su derecho al voto. La distancia de seguridad, el uso de mascarilla, el lavado frecuente de manos, la limpieza y desinfección de superficies y lugares concurridos... Y, por supuesto, evitar las aglomeraciones, una consigna que después de cuatro meses de alerta, confinamiento y posterior desescalada, se resiste a abandonar nuestras rutinas ante el riesgo persistente de rebrotes y la ausencia de vacuna. Una prueba de fuego para la que se han desplegado 2.678 mesas electorales, que han ido recibiendo las primeras papeletas en un lento goteo que se prolongará hasta las ocho de la tarde.

Será una jornada para el recuerdo, con detalles que descolocan a cualquier veterano en estas lides. Un ejemplo. Por primera vez, los miembros que atienden las mesas no tienen necesidad de tocar con sus manos ni el DNI ni los sobres de votación. En los colegios se ha señalado delante de las mesas con las urnas una línea de seguridad, que sólo se traspasa para dejar el documento sobre la mesa. Una vez tomados los datos, el votante puede volver a superarla para introducir la papeleta en la urna. Aunque en alguna mesa de las oficinas municipales de San Martín ni eso. El votante estira el brazo todo lo que puede para mostrar su acreditación al presidente.

Los componentes de las mesas han recibido antes de empezar el kit de seguridad, aunque todos acudían ya a su centro con la mascarilla puesta. Como también lo hacen los votantes, que deben seguir las flechas e indicaciones para mantener la distancia. Recorridos de entrada y de salida e informadores, en todos y cada uno de los colegios, para resolver cualquier duda, que no se produzcan incumplimientos y evitar así cualquier riesgo.

Incluso se han colocado carteles escritos a mano en el último momento para abundar en las aclaraciones. Ha sucedido en más de un recinto, como el de las oficinas municipales de San Martín -cuyo aforo está limitado a 170 personas- o el polideportivo Ariznavarra.

Sorpresa se han llevado en otros casos al acudir a votar al que creían que era su colegio electoral y ver que debían ir a otro sitio. Por ejemplo, la confusión se ha producido en el semillero de empresas del Casco Medieval. Algunos vecinos de la 'Almendra' han sido desviados al edificio de Fray Zacarías ante la correspondiente extrañeza. Y lo mismo les ha ocurrido a quienes han llegado al colegio Carmelitas Sagrado Corazón. Las puertas de este centro permanecían cerradas y sus habituales electores tenían que caminar hasta el Iradier Arena.

En la antigua plaza de toros, las mesas daban la vuelta al ruedo. «Es una metáfora de lo que vivimos hoy», ironizan algunos apoderados. Al margen de ellos se encuentran los asignados por Vox, que han llegado en tromba desde distintos puntos del país e incluso superan en número a los partidos tradicionales. Apoderados que recibieron las críticas de sus oponentes por llevar comida al centro de votación o tocar las papeletas. «Queremos dar seguridad a nuestros votantes. Si no venimos, igual se nos escapa algún votante», confía uno de ellos ataviado con una mascarilla con la bandera de España en la terraza de un bar mientras disfruta del sol de mediodía.

El multiusos Iradier Arena convertido en colegio electoral.

Todas las medidas han logrado evitar aglomeraciones, que hasta el mediodía no se han producido en algunos colegios. Los ciudadanos, cuando han llegado, han guardado convenientemente las filas que, en más de un lugar, parecían más numerosas y, sin embargo, solo eran más largas debido a la necesidad de estar bien separados.

Un madrugador de 86 años

La jornada deja otros protagonistas como José Luis, que hacía meses que no ponía el despertador. Sus 86 años y su endeble salud son las razones para no madrugar y haber salido en contadas ocasiones a la calle desde el mes de marzo. Repeinado y con corbata esperaba esta mañana sentado en una silla de la cocina a que un vecino le acompañase al colegio electoral situado en el centro cívico Aldabe. En cuanto suena el timbre, coge el bastón, se coloca el «tapabocas» y se mete el sobre con la papeleta dentro del bolsillo. «¿A quién voto? Como decía Eugenio, si no se lo he dicho a mi mujer cómo te lo voy a contar a ti», contesta antes de soltar una fuerte carcajada. Su hija pequeña le había propuesto que ejerciera su derecho al sufragio por correo, pero él mantiene que la cita con las urnas es un acto solemne. «Lo entenderías mejor si te hubiesen molido a palos durante la dictadura y no hubieses votado hasta los cuarenta», zanja. No esconde su miedo a un virus que se ha llevado a «algún amigo demasiado joven», pero se tranquiliza cuando llega al colegio y observa cómo se ha organizado todo para evitar «montoneras» y detecta el olor a desinfectante.

Un grupo de monjas se dispone a votar.

Entre tanto, por la calle Cercas Bajas, las monjas de la congregación de las Siervas de Jesús caminan con la mascarilla y deseando 'buenos días' a cualquiera con quien se cruzan. Al llegar todas de golpe a la Escuela de Artes y Oficios provocan las primeras filas de la jornada. «Es que nosotras solemos hacer todo en grupo», se disculpa ante una de las funcionarias que controla el centro de votación. La trabajadora dedicará gran parte de la mañana a explicar a algunos vecinos de la zona de Lovaina que sus mesas están situadas en el centro Urkide y no en Artes y Oficios. Precisamente, allí le toca votar a Sabin Aginako, que arrastra una corona amarrada a un cordel. «Es una metáfora de lo que estamos viviendo, que a nadie se le olvide lo que está pasando», explica ante la perpleja mirada de los más madrugadores.

Y es que cuando el reloj marcaba las doce, no se observaban las aglomeraciones de comicios pasados. «Parece que la gente ha decidido venir de forma escalonada», indica una de las responsables del centro de votación a la salida del instituto de danza José Uruñuela. Las estrecheces de los pasillos de este centro se solucionaron con orden. «Espere aquí y entre cuando se lo indique el presidente, coloque el DNI sobre la mesa y dé un paso hacia atrás para colocarse detrás de esa línea. Tras depositar el sobre en la urna, siga el sentido de las flechas para salir», le explican a Maite, que no pierde de vista el reloj porque ha quedado con unas amigas para comer. «¿No dicen que esta es la fiesta de la democracia?», cuestiona.

En el Casco Medieval, Antón y su hija discuten. «¿No ves que en esta notificación del censo pone 5 de abril? Tenías que haberla tirado a la basura», le reprocha ella. Y es que los electores de la 'almendra' se repartieron entre el semillero de empresas y el edificio Fray Zacarías. «Hija, ¿no crees que esta mascarilla impide que el mundo sepa lo guapo que es tu padre?», bromea Antón antes de que una patrulla de la Policía Local les solicite que esperen medio minuto hasta que se seque la entrada. Una precaución justificada. «Hemos tenido que avisar al resto de centros porque en Hegoalde ya se han caído un hombre y una mujer que han sido trasladados al hospital y encima se han quedado sin votar», comenta Marta desde el equipamiento del barrio del barrio de Adurza.

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