Opinión

Una geopolítica electoral en transformación

Martes, 16 de abril 2024, 00:01

Según las encuestas, como la publicada por EL CORREO, este domingo EH Bildu superará con creces la barrera de los 300.000 votos y obtendrá ... un tercio de las papeletas. De este éxito se infiere una geopolítica electoral en plena transformación: territorialmente, las elecciones de 2020 dejaron una foto donde el PNV dominaba el occidente y ganaba en la vertiente mediterránea, es decir, en la Llanada alavesa, incluida su capital, y La Rioja. EH Bildu ganaba en los cauces del Urumea (salvo Donostia), Oarsoaldea, Oria, Urola y Deba, mientras el PNV tenía ventaja en el Bidasoa.

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Este mapa cambiará el 21 de abril: se prevé que EH Bildu pase a dominar todos los valles guipuzcoanos menos, quizá, el Bidasoa, se haga con el control electoral de la vertiente mediterránea y dispute al PNV el curso del Ibaizabal, Urdaibai y la costa vizcaína. El Nervión o el Cadagua seguirán siendo jeltzales, aunque con menor contundencia. En términos espaciales, EH Bildu se occidentaliza, logrando ahí sus mayores avances. Es, geopolíticamente, su estrategia ganadora: cuanto más competitivo sea en el Gran Bilbao, más posibilidades de victoria absoluta tendrá. Y esto tiene que ver más con la geografía humana que con la física. Su fuerza se basa en jóvenes de 18 a 45 años, lo que le abre perspectivas poderosas.

Y es que cuando una tendencia se instala no se sabe cuando se detendrá. De momento, la idea de que EH Bildu haya tocado techo es mera especulación. Tiene margen de mejora, más jóvenes que seducir, nuevos valles que conquistar. Su hipotético dominio futuro se basará en incorporar más segmentos jóvenes de clase trabajadora del occidente vasco. Se afirma, con cierta ligereza, que, para eso, la independencia no suma, pero se suele olvidar que tampoco resta. Uno de los aciertos estratégicos de EH Bildu ha sido el de no plantear la independencia como un objetivo totémico hacia donde dirigir todas las acciones y mensajes, sino el de ofrecer un relato de país positivo e inclusivo que potencialmente concluirá en la independencia.

El PNV, por su parte, al renunciar a toda teleología, ha perdido alma para ser el gestor de una empresa llamada Euskadi. El éxito de su «oasis» ha sido tan grande durante tanto tiempo, que no han visto que la estabilidad se convertía en inercia y que la inercia no sabe gestionar los cambios. Jugar al «no hay alternativa» tiene implícito el riesgo de que, cuando la hay, el que se queda sin alternativa eres tú. Esto no significa que los vascos rechacen al PNV, y es posible que le den nuevas oportunidades para gobernar ahora y en el futuro, pero lo harán haciéndole saber que hay alternativas. Pronto, el PNV tendrá que salir a conquistar nuevos territorios si quiere que vuelvan sus cuarenta gloriosos. Y es bueno que se vea en la necesidad de hacerlo: al fin y al cabo, para encontrar un oasis hay que cruzar el desierto.

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