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Una votante muestra su identificación a la presidenta de su mesa electoral en el Instituto Unamuno, de Bilbao.

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Una votante muestra su identificación a la presidenta de su mesa electoral en el Instituto Unamuno, de Bilbao. ainhoa gorriz

Urnas que guardan las distancias

Medidas de seguridad nunca vistas por miedo al virus y la alta abstención marcaron una jornada que deslució la lluvia y donde el voto por correo alcanzó cotas inéditas

Sergio García y ander carazo

Domingo, 12 de julio 2020, 12:31

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Los vascos nunca habían tomado tantas precauciones para ejercer su derecho al voto. La distancia de seguridad, el uso de mascarilla, el lavado frecuente de manos, la limpieza y desinfección de superficies y lugares concurridos... Y, por supuesto, evitar las aglomeraciones, una consigna que después de cuatro meses de alerta, confinamiento y posterior desescalada, se resiste a abandonar nuestras rutinas ante el riesgo persistente de rebrotes y la ausencia de vacuna. Una prueba de fuego para la que ayer se desplegaron 2.678 mesas electorales, que recibieron las papeletas en un lento goteo que se prolongó hasta las ocho de la tarde y donde la abstención superó el 47%. Sin duda fue una jornada para el recuerdo, con detalles que descolocan a cualquier veterano en estas lides. Un ejemplo. Por primera vez, los miembros que atienden las mesas no debían tocar ni el DNI que les presentaban ni el sobre con la papeleta.

Eran las nueve y media de la mañana y desde la Llanada Alavesa hasta la desembocadura del Nervión caían chuzos de punta. Hacía meses que José Luis no ponía el despertador. Sus 86 años y los achaques derivados eran suficiente razón para no madrugar. Repeinado y con corbata esperaba ayer sentado en una silla de la cocina a que un vecino le acompañase al colegio electoral situado en el centro cívico Aldabe, en Vitoria.

En cuanto sonó el timbre, cogió el bastón, se colocó el «tapabocas» y se metió el sobre con la papeleta en el bolsillo. Su hija pequeña le había propuesto que ejerciera su derecho al sufragio por correo, pero para él la cita con las urnas era algo solemne. «Lo entenderías mejor si te hubiesen molido a palos durante la dictadura y no hubieses votado hasta los 40», zanjó. No escondía su miedo a un virus que se ha llevado a «algún amigo demasiado joven», pero se tranquilizó cuando llegó al colegio y comprobó cómo se había organizado todo para evitar «montoneras» y olió el desinfectante.

En Barakaldo, el colegio electoral del parque de Los Hermanos, antiguo matadero reconvertido en Escuela Oficial de Idiomas, lucía triste y lóbrego, mientras largos lagrimones le corrían por la fachada. Ocho personas hacían cola mientras un miembro de Proteccion Civil alertaba a todos de la obligación de deseinfectarse con gel a la entrada y de abandonar el edificio por la puerta del fondo, de manera que nadie se cruzara entre sí. Un mecanismo engrasado, como demostraba el flujo –lento, pero sin pausa– de los que accedían al interior. «Seis mesas repartidas en dos plantas y un máximo de tres electores por aula», repetía David Arroyo, coordinador, 30 años de edad y desde los 18 volcado en procesos electorales. «No me pierdo una», bromeaba.

«La hora de las rabas»

La lluvia, el miedo a los contagios y la abstención hicieron causa común para que esas primeras horas fueran más llevaderas. Un espejismo, aclaraba un presidente de mesa en el Félix Serrano de Indxautxu. «Cuando llegue la hora de las rabas o al final de la tarde, vendrán todos los que ahora por pereza se quedan en casa». Sin duda estas son las elecciones más complicadas en las que les ha tocado tomar parte. «Llevamos un mes dándole forma a todo, asistiendo a reuniones centradas en protocolos de seguridad», recapitula Adrián Villala, «veterano».

Mientras una larga cola zigzaguea por el patio del colegio en busca de la puerta, los paraguas abiertos se sucedían en un gesto estoico. Entre los que aguardaban estaba Ane Oneill, resuelta a ponerle al mal tiempo buena cara y resolver el trámite más pronto que tarde. O Luisa Mari y David, madre e hijo, que acostumbran a votar a mediodía, pero que esta vez se adelantaron «por si había problemas».

Unos escalones más arriba, Iker Louzao (presidente), Juan Carlos Velado y Begoña Isasi esperaban, pacientes, a que se reanudase el tráfico de votantes. Begoña, recién cumplidos los 18, todavía no se había recuperado del susto y escuchaba con atención a sus compañeros. También era la primera vez para Iker, aunque a él no le importaba reconocer que había dormido «como un tronco».

«Muchos vienen ya con el sobre cerrado, supongo que porque cuanto menos toques, mejor». Efectivamente, la mesa con las papeletas estaba como la habían encontrado al incorporarse a su puesto, y la cabina mantenía corrida la cortinilla. De pronto, un voto rompe la atonía de la jornada. Ha llegado sin sobre aunque con el correspondiente registro, y no tarda en desatarse un pequeño debate entre los miembros de mesa y los apoderados sobre si incluirlo o declararlo voto nulo. Ganan los primeros. «Está visto que nos vamos a ganar los 85 euros», sonríen.

Piedad Ortiz, peluquera de vocación y presidenta de mesa por obligación, trata de que no se le noten los nervios. «Chico, es la primera vez que me convocan y ya ves tú...». Le ha tocado debutar con rejones, pero no se arruga. Conforme van pasando los minutos coge velocidad de crucero. Pide a sus vecinos que depositen el DNI en la mesa y le canta el número al vocal primero, que pertrechado con la mascarilla se zambulle entre el mazo de folios de las listas mientras en la calle los relámpagos resquebrajan el cielo.

Las monjas, «mejor en grupo»

De nuevo en Vitoria, las monjas de la congregación de las Siervas de Jesús recorrían la calle Cercas Bajas con la mascarilla y deseando 'buenos días' a todo aquel con quien se cruzaban. Al llegar a la Escuela de Artes y Oficios formaron una cola de aspecto abacial, que no pasó inadvertida. «Es que nosotras lo hacemos todo en grupo», se disculpaban ante una de las funcionarias que controlaba la logística. La trabajadora dedicó gran parte de la mañana a explicar a algunos vecinos de la zona de Lovaina que sus mesas estaban situadas en el centro Urkide y no en Artes y Oficios. Precisamente, allí le tocaba votar a Sabin Aginako, que arrastraba una corona amarrada a un cordel. «Es una metáfora de lo que estamos viviendo, que a nadie se le olvide lo que está pasando», repetía ante la perpleja mirada de quienes le rodeaban.

Las medidas sanitarias lanzadas por el Departamento de Salud aconsejaban disponer de 41 locales electorales más que en anteriores citas, a fin de garantizar las distancias tanto entre las urnas como entre el personal que atiende cada mesa. Además, de los 761 espacios que se habían habilitado, un centenar eran de nueva ubicación ( 27 en Bizkaia, 6 en Álava y 8 en Gipuzkoa). En esta decisión influyó que las residencias de personas mayores se cayeran de la lista por razones de seguridad. Esa circunstancia provocó numerosos despistes entre quienes, llevados por la costumbre, no han leído la tarjeta censal y acudieron al lugar de siempre.

La presencia de apoderados de Vox llegados de La Rioja, Burgos y Cantabria sorprendió en sedes electorales como el Iradier Arena, donde representantes de otros partidos expresaban su malestar porque algunos de ellos habían llevado comida o estaban tocando las papeletas. No fue el único incidente en el que se vieron implicados. En Galdakao, Vox presentó una denuncia ante la Ertzaintza por los insultos y el intento de agresión que sufrió un apoderado del partido, mientras que en Miribilla alertaban de papeletas de su grupo arrojadas a una papelera.

El Azkuna Zentroa, en Bilbao, recogía en dos mesas una buena partida de votos de los distritos 6 y 7, derivados para evitar aglomeraciones. A Sara Martínez, habitual de las citas electorales en Rekalde, le había tocado cambiar de tercio y coordinaba dos mesas con desparpajo. «Es la primera vez que se vota aquí, así que estamos de estreno. Hacer la cola a resguardo de la lluvia no es ninguna tontería».

La jornada discurría «con tranquilidad», al tiempo que se constataba que el voto por correo se había «disparado». Juan es cartero y en ese momento entraba en una de las dos salas habilitadas y depositaba, cual Rey Mago, un mazo de sobres. Garay custodiaba una de las urnas, embozado en su mascarilla. «De 604 personas censadas aquí –aclara– han votado 86 por correo, cuatro veces lo de costumbre». Más trabajo para la hora del escrutinio. La coincidencia de la cita electoral con las vacaciones de muchos y la amenaza sanitaria latente disparó el número de electores que optaron por este procedimiento.

Saltaba a la vista que estas elecciones eran distintas a cualquier otra cita que les haya precedido. En los lugares que registraban mayor afluencia de público, las diferencias empezaron a notarse antes incluso de cruzar el umbral. La amenaza de contagios obligaba a extremar los controles en las entradas y salidas. Se pretendía así desactivar las colas y priorizar a aquellos colectivos vulnerables –mayores de 65 años o mujeres embarazadas–para que pasasen el menor tiempo posible en las mesas de votación, un espacio considerado «de riesgo».

Ventilación constante

Dicho de otra forma, prohibido bajar la guardia. Y en los colegios electorales parecían tenerlo muy presente. Era el caso del San Martín de Vitoria, donde la línea de seguridad dibujada en el suelo sólo se traspasaba para dejar el DNI sobre la mesa e introducir la papeleta en la urna. Las instalaciones se habían sometido antes de la votación a una desinfección exhaustiva de las instalaciones, y tanto a la entrada del local como en las mesas, había geles hidroalcohólicos y papeleras donde tirar pañuelos o cualquier otro material desechable. Pero ese era sólo el primer paso para que las instalaciones estuvieran en perfecto estado de revista. Durante la jornada se mantuvieron ventilados y se limpiaron a intervalos regulares las mesas, urnas y cabinas, así como los aseos y los pasamanos, los pomos de puertas y todas aquellas superficies que se tocan con frecuencia.

Mientras quienes integraban la mesa electoral mantenían entre sí una separación de al menos 1,5 metros y portaban la mascarilla quirúrgica que les habían facilitado, los que acudían a votar guardaban turno en las marcas dibujadas en el suelo, una pauta que se repetía en las urnas y en las cabinas. A las 8 de la tarde, cuando se cerraron las urnas y comenzó el recuento de papeletas, se extremaron más si cabe las medidas de seguridad.

A la distancia, la mascarilla y el lavado de mano preceptivo se les sumó durante el escrutinio los guantes de nitrilo y las mascarillas FFP2. Al cierre de las mesas, los presidentes y los vocales, cansados ya tras una jornada en la que habían puesto sus cinco sentidos, debieron asegurarse de que se procedía a limpiar y desinfectar esos mismos locales. «Nos han dado un cheque de 85 euros a todos», certificaban desde el Félix Serrano de Bilbao. Sin duda, ayer se lo ganaron.

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