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El lehendakari José Antonio Ardanza. E. C.
Opinión

Una gabarra y un funeral

Miércoles, 10 de abril 2024, 00:09

Ha querido el destino que la muerte del lehendakari Ardanza haya coincidido con la campaña electoral vasca y con el triunfo del Athletic en la ... Copa, obligando al candidato y a los actuales dirigentes de su partido a cambiar el luto por la camiseta rojiblanca para unirse a la celebración athleticzale que desbordará la ría del Nervión e inundará de júbilo toda Bizkaia (feudo de su voto tradicional), a menos de 24 horas de haberle dado el último adiós y haberle rendido un sentido homenaje institucional a quien fuera uno de sus más apreciados referentes, decretando tres días de luto oficial e instalando su capilla ardiente en Ajuria Enea, donde ondea la ikurriña a media asta.

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Ardanza no merecía menos, en virtud del importante papel que le tocó representar. El título de lehendakari es la más alta dignidad que el Estatuto de Gernika concede y cada uno de los hombres que ha ocupado ese cargo hasta la fecha ha sabido estar a la altura de la responsabilidad pública otorgada, ejerciendo la misión que en conciencia entendían que su tiempo político les demandaba. Un tiempo que, en el caso del de Elorrio, comenzó cuando recibió la encomienda de sustituir a Carlos Garaikoetxea en la Lehendakaritza, tras la traumática escisión del PNV, y que se prolongó durante 14 años, gracias a su cohabitación en el Gobierno con los socialistas vascos. Alianza estratégica que Imanol Pradales espera poder reeditar tras los comicios del 21-A. Por lo que los jeltzales tendrán muy presente al Lehendakari fallecido en lo que resta de campaña, enalteciendo su legado y su contribución a la construcción de una Euskadi plural y transversal, social y políticamente cohesionada.

Ardanza fue un convencido partidario del entendimiento entre nacionalistas y no nacionalistas, así como del desarrollo del autogobierno vasco. Pero, sobre todo, fue un radical defensor de la no violencia, lo que lo llevó a sellar en 1988 el Pacto de Ajuria Enea, para enviar un mensaje de unidad política y de repulsa a ETA, con la que dijo no compartir «ni los medios ni los fines», para beneplácito del constitucionalismo que lo interpretó como una deslegitimación, no solo de la violencia terrorista, sino del ideario soberanista, defendido entonces con vehemencia por HB y por un sector del PNV que siempre fue más abertzale que autonomista.

Pero a la vista está que ha llovido mucho y que del ideal independentista parece que ya no quede ni el recuerdo (o eso nos dicen). La misma izquierda abertzale evita referirse a ello en términos maximalistas, abonada ahora al posibilismo político. Por lo que no es de extrañar que, en sus últimas declaraciones públicas, el propio Ardanza, partidario de establecer un cordón sanitario en torno a ella, pero también autor, en las postrimerías de la Mesa de Ajuria Enea, de lo que se conoció como 'el Plan Ardanza' que hablaba de establecer «un incentivo político» para incorporar al MLNV al juego democrático propiciando el fin dialogado del terrorismo, se mostrara confiado en que, desaparecida ETA de la ecuación, «todas las combinaciones de gobierno serán posibles con el tiempo».

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