El enemigo común
Quizá no sea el mejor momento para recordarlo, tras su accidentado cara a cara con Alberto Núñez Feijóo, pero Pedro Sánchez sigue siendo un tipo ... listo, experto en darle la vuelta al argumento como si fuese un calcetín. Que la disyuntiva a la que se enfrentan los votantes españoles sea hoy la de «desalojar al sanchismo o frenar a la ultraderecha» así lo atestigua, aunque no deja de ser un dilema bastante reduccionista y conveniente a los intereses del actual inquilino de Moncloa, que empezó la campaña quejándose de quienes la habían planteado en términos de «o el sanchismo o España» para a continuación hacer lo propio, limitando nuestras opciones a tener que perpetuarle en el poder o despedirnos de los derechos y libertades conquistadas, pues lo que está en juego, dice ahora, no es la alternancia sino la propia democracia.
El anuncio del candidato del PP de que se propone derogar ciertas leyes y sus desacomplejados acuerdos de gobernabilidad con Vox, que se ha cobrado la pieza a precio de oro haciendo público alarde de su espíritu más reaccionario, han contribuido a levantar la liebre en torno a lo que supondría, en términos de retroceso democrático, que las dos derechas gobernasen juntas tras el 23-J. Y todo el espectro político y social de la izquierda -hasta entonces enfrentada y desmovilizada- se ha puesto el traje de faena y ha desempolvado la pancarta del «no pasarán».
La sensación de quienes no nos movemos en esas coordenadas de extremismo ideológico, pero lógicamente albergamos ciertos temores respecto a que la historia de la España negra vuelva a repetirse es agónica. La equivalente a tener que elegir entre susto o muerte. O Sánchez, con su megalomanía y sus oportunistas «cambios de parecer», o la caverna, la ruina y la oscuridad de tiempos pretéritos. Lo que no solo condiciona el voto ciudadano sino también los pactos postelectorales, como ha insistido en dejar claro el PNV.
Pero existe una tercera vía al voto útil que tanto Feijóo como Sánchez reclaman para evitar que llegue al poder la derecha ultramontana y es la de que las dos siglas mayoritarias se comprometan a dejar gobernar a la lista más votada, absteniéndose en la investidura para impedir que Vox tenga la llave de la gobernabilidad. El propio Feijóo, sabiéndose vencedor en las encuestas, jugó hábilmente esa baza durante el debate con Sánchez. Y más allá de tacticismos electoralistas, no sería nada descabellado. En Europa abundan los acuerdos entre partidos de opuesto espectro ideológico que, o bien gobiernan juntos llegando a pactos en asuntos de especial relevancia o se alternan en el gobierno, estableciendo un cordón sanitario para evitar que la ultraderecha se haga con mayores cuotas de poder de las que, por desgracia, socialmente va conquistando. Es cuestión de dejar a un lado los personalismos para preservar y proteger el interés común, con verdadero sentido de Estado. Si lo que está en juego realmente es la democracia y la ultraderecha es lo que la amenaza, saquémosla entre todos de la ecuación y a ver qué pasa.
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