Los mismos, pero más viejos
Resulta inquietante comprobar que en los últimos 40 años la población en Euskadi no ha crecido. Allá por 1980 éramos 2.135.000 habitantes y a día de hoy estamos en 2.175.000. La diferencia fundamental no está en la población, que como acabo de decir es más o menos la misma, sino en la edad. En la dinámica poblacional nos diferenciamos bastante del resto de España, dado que ese caso la población ha crecido -y de qué forma- un 24%.
Volviendo a lo nuestro, me atrevería a decir que somos los mismos, pero bastante más mayores. Escarbando un poquito más en las cifras, en 1980 había unas 190.000 personas mayores de 65 años y ahora ya son 480.000. Siguiendo esta dinámica, en 2030 ya seremos más de 600.000 y en 2050 pasaremos de los 800.000.
Las consecuencias de todo esto son evidentes. Unas gloriosas y positivas, como que nuestra esperanza de vida es de las mayores del mundo. Otras bastante más preocupantes, como son la presión que la demografía va a ejercer sobre los sistemas de asistencia y protección social, y también sobre la sostenibilidad del actual modelo de pensiones.
Vayamos por partes.
En Euskadi actualmente hay unas 550.000 pensiones, que no pensionistas, dado que estos son unos cuantos menos. El coste de estas pensiones se acerca a los 8.600 millones de euros con un déficit estimado de 3.400 millones. Si proyectamos estas cifras a, por ejemplo, el año 2030, nos encontramos con que el número de pensionistas podría incrementarse en un 25%, con su proporcional en el coste de las pensiones. Prefiero no pensar en el déficit que esta situación va a generar, pero, desde luego, en las condiciones actuales seguro que no va a ser bajo, como consecuencia del continuo incremento de la tasa de dependencia. En otras palabras, la ratio entre la población mayor de 64 años, y por tanto en situación de percibir prestaciones, y la población en edad de trabajar es cada vez mayor. En 2030 habrá 600.000 personas mayores de 65 años y 1.200.000 entre 20 y 64 años, es decir, dos personas en edad de trabajar por cada persona en edad de estar jubilada o, si quieren, una tasa de dependencia de 0,5. Miren si ha cambiado el panorama que en 1980 esta tasa era 0,16 y había 6,2 personas en edad de trabajar por cada persona mayor. La conclusión es evidente: el envejecimiento de la población va a llevarnos a un desequilibrio de difícil arreglo.
Evidentemente se está produciendo una descompensación por el gasto, pero también por los ingresos. Esto se debe a factores demográficos, pero también a que los colectivos que se van jubilando han tenido unas retribuciones muy superiores a las de sus iguales en las generaciones más jóvenes. Yo a veces me pregunto si el término 'millennials' define las características de una generación que ha pasado el corte entre los siglos XX y XXI, y que se mueven en un mundo más tecnológico y con otros valores y expectativas, o si en realidad lo de 'millennial' es por su sueldo: 1.000 euros. Me pregunto si con estos salarios un joven puede contribuir mucho, ya sea vía cotizaciones o impuestos, al sostenimiento al sistema de pensiones. Mucha gente mayor ha llegado a la edad de jubilación con unos estándares salariales que les permiten cobrar unas pensiones cercanas a su nivel máximo, que son unos 2.600 euros. Me dirán ustedes cuántos mileuristas se necesitan para financiar una sola pensión máxima. Pero ni siquiera la pensión media, que en Euskadi ronda los 1.200 euros.
Se habla mucho de la necesidad de contener los costes laborales para preservar la competitividad de nuestras empresas, pero menos de los efectos perniciosos de abocar una generación entera a los límites de la pobreza. Esto ha tenido sus consecuencias en la balanza de rentas. Así, a principios de los años ochenta el peso de la remuneración a los asalariados llegó a representar el 58% del PIB, mientras que ahora nos situamos en el 51%. Estos 7 puntos de PIB representan más de 5.000 millones en Euskadi, o más de 80.000 millones si extrapolamos este porcentaje al conjunto de España. Imagínense lo que supondría este chorro de dinero para el consumo de hogares y familias, por no hablar del gozo de padres y abuelos, que por fin van a poder dejar de financiar a sus descendencias.
Desde mi perspectiva no hay nada mejor para un crecimiento robusto que disponer de una demanda interna potente, sólida y equilibrada, y esto se consigue, no lo duden, aplicando recursos en las capas de la población con mayor propensión marginal a consumir, que no son otras que las que tienen menos renta disponible: jóvenes y mayores.
¿Es este un planteamiento demasiado simplista? Puede. ¿El incremento de los costes salariales puede derrumbar la competitividad de nuestras empresas? Por sí sólo, lo dudo. Igual otro día me da por hablar de este tema. Por ahora simplemente decir que según Eurostat el coste laboral por hora trabajada en España está en 21,50 euros, en Italia en 28, en Irlanda en 30, en Alemania en 33 o en Francia en 34 euros. Con todo ello la media de la Eurozona está en 30 euros la hora. Visto esto parece que en la competitividad entran también otros factores aparte de los salarios.
Aquí me quedo en este primer repaso a las consecuencias de la dinámica demográfica. Me gustaría haber podido comentar algo sobre temas tan sugerentes como las consecuencias del envejecimiento sobre el espacio socio sanitario, sobre la legislación en materia de dependencia, o sobre el poder político y económico que está adquiriendo la población mayor y su influencia en el mundo que se está configurando para las próximas décadas. Esto lo haré en una segunda parte de este artículo. Sin embargo, no quisiera acabar este sin lanzar una reflexión. Los escenarios demográficos son eso: tendencias. Luego la realidad socio económica nos acabará diciendo cuál es el camino que ha seguido nuestra dinámica demográfica y cuál es la distribución de nuestra pirámide de población. Lo que en todo caso estoy seguro es que en una sociedad tan globalizada como la actual, la dinámica poblacional siempre se equilibrará si somos capaces de generar actividad y empleo. Siempre vendrán personas de otros lugares, más jóvenes y motivadas, a cubrir nuestras carencias de fuerza laboral, con las implicaciones de todo tipo que ello pueda tener.